La Palabra de Dios que hoy hemos proclamado nos habla de un banquete, el banquete del Reino de Dios, al que hemos sido invitados. ¿Quiénes son los invitados a este banquete?
- Ya el profeta Isaías nos dice que este festín (manjares suculentos y enjundiosos, vinos de solera y generosos) lo prepara el Señor para todos los pueblos de la tierra. Nadie excluido, todos invitados.
- El salmo 22 hace incide en que se trata además de una invitación personal: “preparas una mesa ante mí, me unges la cabeza con perfume”.
- San Pablo en su carta a los Filipenses nos propone la mejor actitud ante la providencia de Dios: dejar que Dios sea quien nos conforte tanto en la hartura como en el hambre, en la privación como en la abundancia”. Y es que el Banquete del Reino anticipado en la vida terrenal (comunión eucarística y comunión de bienes) no cambia la realidad de la prodigalidad o de la contingencia: hay días de abundancia y días de privación.
- Y Jesús en la parábola del banquete de bodas que nos trae el Evangelio de San Mateo, nos habla de dos tipos de invitados:
- por un lado los que se supone que vendrán, porque son los que aparentemente aprecian al convidador y no le van a fallar, pero sólo aparentemente, porque su corazón, su vida, esta en otra parte.
- Y por otro lado, los que, “aparentemente”, están alejados de él. Pero que, al final, resulta que son los que vienen a la boda, porque son los que más fácilmente reconocen sus heridas, su hambre y su sed de verdad, de justicia y de amor, que son los signos del Reino de Dios.
Para Dios no importan las apariencias, importa el corazón, la bondad del corazón, la apertura del corazón. Nos falta en realidad mucha fe en Dios cuando clasificamos hasta inconscientemente a las personas entre las que pueden ser invitadas al Banquete del Reino (a la eucaristía, a la comunidad cristiana) y las que no porque, por diversas razones (ideológicas, morales, personales, etc…) las vemos alejadas:
- Nos falta fe en el Dios Padre creador que nos ha creado a todos con un corazón que como decía San Agustín no deja de buscar hasta que no encuentra a Dios.
- Nos falta fe en el Dios Hijo buen pastor que es capaz de dejar en la intemperie a las ovejas del redil para buscar a la que se ha perdido.
- Nos falta fe en el Dios Espíritu Santo que aprovecha cualquier circunstancia vital y cualquier cercanía de un cristiano para soplar en el corazón del más alejado a la fe la inquietud y la búsqueda de Dios.
Os leo algunas frases del testimonio de un “invitado tardío” al Banquete del Reino de Dios. Es francés y se llama Tristán:
- Pero el camino de vida es tan fácil de seguir de niño y luego de adolescente que estas preguntas y dudas no surgían muy a menudo. Me dejaba llevar por la vida, por los estudios y por las noticias televisivas que fabricaban mi imagen del mundo, un mundo unipolar, sin interrogaciones, listo a consumir, en el que se hablaba de Iglesia o de Jesús sólo para criticar, incriminar y juzgar. A lo largo de este camino, conocí a mucha gente de fe que me ofrecían lo que todavía no quería ver: el amor de Jesús. Y les contestaba que su realidad era un fantasma, que no hacía falta este tipo de creencias, que no eran capaces de ver el mundo como era en verdad, que eran atrasados, que pertenecían al pasado.
- Después de un tiempo llegaron los obstáculos que se ponen en la vida de cualquiera: estudios sin perspectivas que no valen nada, vida en una ciudad de 12 millones de personas en un estudio de 16 m2 donde te sientes sólo, los vicios de la vida (alcohol, tabaco, fiestas, relaciones fútiles), un trabajo que no correspondía con mis expectativas y mis valores. La luz se apagó de repente. Llegó la oscuridad de no poder poner cara a un futuro claro y feliz.
- Pero como siempre, Dios se nos hace presente aun cuando pensamos que no tiene abandonados. Y me dio la fuerza de sobrepasar estos obstáculos para alcanzar su Luz y la luz de Jesús: puso en mi camino a una persona que tenía esta fe y que supo ayudarme en este camino. ¿Cómo? A base de mucho amor, escucha, perseverancia, temperancia.
- Si Jesús nos ama, su amor se le tiene que ver y aceptar, y no es fácil cuando toda la primera parte de su vida se ha vivido escondido de esta realidad. Pero aquí estoy, proclamando mi fe a Jesús, hijo único de Dios, que sufrió en la cruz para nosotros, y que me ofrece hoy la posibilidad de formar parte de él y a ser una persona mejor y orgullosa de si misma en el sentido de ser una persona cumplida, satisfecha y feliz.
HOMILÍA DEL DOMINGO XXVIII DEL TO (CICLO A) 15 OCTUBRE 2017