CUARTO DOMINGO DE CUARESMA Ciclo C: LO HEMOS ENCONTRADO
Josué 5,9a.10-12; 2 Corintios 5,17-21; Lucas 15,1-3.11-32.
HABLA LA PALABRA: Bendita extrañeza
La Palabra de Dios en esta cuaresma nos sigue hablando de la misericordia:
- Dios es de fiar. Lo que promete lo cumple. Por eso dice a Josué: “Hoy os he despojado del oprobio de Egipto”.
- Los hombres somos menos de fiar. Por eso san Pablo recuerda a los corintios que igual como Dios se reconcilio con nosotros en Jesús, en Jesús debemos reconciliarnos entre nosotros.
- Se extrañan de qué Jesús se siente con publicanos y pecadores. Bendita extrañeza que hizo que Jesús nos contará la más enérgica de sus parábolas.
HABLA EL CORAZÓN: La historia se repite
- La historia se repite. Lo hemos oído miles de veces. Las parábolas también. Se repiten siempre. Por eso son parábolas, porque representan realidades que forman parte del misterio de la vida. Por eso nos las cuenta Jesús. Porque siempre tienen que ver con nuestra vida. Es más, cada uno que escucha una parábola la entiende con matices, sensaciones, y conclusiones distintas. Porque según la escucha, esta pensando en el momento en el que ha vivido esa historia. Y cada uno la entiende de modo distinto en distintos momentos y etapas de su vida.
- La Parábola del Hijo prodigo se repite cada vez que alguien que se ha alejado de Dios vuelve arrepentido al regazo de su misericordia y Dios hace fiesta de este reencuentro con gran alegría. Se repite también cuando entre dos personas se da esa magnifica experiencia que consiste en pedirse perdón y perdonarse, que también siempre termina con el insustituible gozo de la reconciliación. Y también se repite cuando en uno u otro caso, hay un tercero que se siente incómodo, marginado de esa alegría que no entiende, porque entiende a Dios y a los hombres en clave legalista: cumplimiento o incumplimiento, obediencia o desobediencia, premio o castigo. La parábola del Hijo prodigo nos enseña por eso muchas cosas:
- La primera y fundamental, nos muestra el rostro misericordioso y lleno de ternura de Dios. Puede ser útil observar como el Padre no le deja terminar la frase ensayada del hijo prodigo para pedirle perdón: la misericordia se adelanta a la confesión.
- La segunda, nos muestra la necesidad de volver siempre a pedir perdón (a Dios y las personas que nos rodean), confiados al menos siempre en la alegría de Dios por nosotros, y en que él no es jamás ese juez severo controlador y castigador, que seguramente ya no se le presente así en la Iglesia, pero si se empeñan algunos en hacer creer que es así como se le presenta en la Iglesia.
- La tercera nos advierte del estrecho margen que separan cosas tan antagónicas como fidelidad e inflexibilidad, coherencia e intransigencia, justicia e inmisericordia. Porque todos podemos llegar a ser creyentes integristas, confiados en nosotros mismos, no en Dios, como el hermano mayor de esta parábola, o como el fariseo de la parábola que rezando en el templo se justificaba (Lc 18, 9-14).
HABLA LA VIDA: Escribir en la arena
Dos amigos míos, que eran como hermanos, me hacían enfadar cuando se decían cosas que sólo ellos entendían, expresiones que representaban historias suyas que se nos escapaban a los demás. De vez en cuando, por ejemplo, se decían: “esto lo escribo en la arena”, cuando habían discutido por algo. O “esto lo escribo en la piedra”, si se habían defendido. Yo no entendía por qué y les convencí para que me lo explicasen. Entonces, me contaron un cuento:
“Cuenta la historia que dos amigos iban caminando por el desierto. En un punto del viaje comenzaron a discutir de manera acalorada, y en un arranque de violencia, un amigo le dio una bofetada al otro. Lastimado, pero sin decir nada, el amigo abofeteado escribió en la arena: Mi mejor amigo me dio hoy una bofetada. Siguieron caminando hasta que encontraron un oasis, donde decidieron bañarse. El amigo que había sido abofeteado sufrió un calambre y comenzó a ahogarse, pero su amigo lo agarró a tiempo y lo salvó. Después de recuperarse, el amigo rescatado escribió en una piedra: Mi mejor amigo hoy salvó mi vida. El amigo que había abofeteado y salvado a su mejor amigo preguntó: Cuando hice algo contra ti lo escribiste en la arena y ahora lo haces en una piedra. ¿Porqué? El otro amigo le respondió: Cuando alguien nos lastima debemos escribirlo en la arena donde los vientos del perdón puedan borrarlo. Pero cuando alguien hace algo bueno por nosotros, debemos grabarlo en piedra donde ningún viento pueda borrarlo y todos puedan verlo”.
Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.