Domingo 26 de junio de 2016. HOMILÍA DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C
1.- “La fe no se impone, se propone”. La sentencia fue titular en la prensa española hace trece años. Es la frase más recordada del encuentro multitudinario de San Juan Pablo II con los jóvenes en Cuatro Vientos en el año 2003. Para el Papa Francisco hoy esta sentencia recobra una gran importancia, y tiene mucho que ver con las lecturas de este domingo.
- En el texto del primer libro de los Reyes que narra el diálogo de la llamada del Señor a Eliseo a través de Elías, como en todo el Antiguo Testamento, llama la atención como en sociedades patriarcales y con un ferro sentido de la autoridad, los diálogos de vocación (de llamada), y de envío, son siempre diálogos en la libertad: Dios propone, el hombre dispone. Dios llama, el hombre responde.
- En el salmo 15 vemos como la respuesta libre del hombre a Dios no mira la conveniencia del seguimiento. Para el que cree, para el que confía, no se trata nunca de analizar si lo que Dios me propone me conviene o no me conviene, ni siquiera si seré o no seré capaz de hacer lo que me pide, sino en quien es quien te lo pide, nada menos que “el lote de mi heredad y mi vida”.
- Si en su Carta a los Corintios de San Pablo encontramos el magnífico himno a la caridad, en el texto que acabamos de oír de la Carta a los Gálatas encontramos otro gran himno, el himno a la libertad. Es la gran definición de la libertad más sublime, la libertad del Espíritu, la libertad del cristiano, que se hace libre de toda atadura para poder amar.
- Y en el Evangelio de San Lucas Jesús nos llama a esa gran libertad en la persona de sus primeros seguidores, los apóstoles. Una libertad tan exigente y tan pura que no puede quedar condicionada por el más pequeño compromiso con el mundo, o con las costumbres, o con el más mínimo apego.
2.- Para el Papa Francisco este Evangelio describe la libertad del cristiano, la libertad para seguirle. Dice así el Papa:
- Jesús tomó la firme decisión de caminar a Jerusalén. “Jerusalén es la meta final, donde Jesús, en su última Pascua, debe morir y resucitar, y así llevar a cumplimiento su misión de salvación. Desde ese momento, después de esa firme decisión, Jesús se dirige a la meta, y también a las personas que encuentra y que le piden seguirle les dice claramente cuáles son las condiciones: no tener una morada estable; saberse desprender de los afectos humanos; no ceder a la nostalgia del pasado”.
- “Pero Jesús dice también a sus discípulos, encargados de precederle en el camino hacia Jerusalén para anunciar su paso, que no impongan nada: si no hallan disponibilidad para acogerle, que se prosiga, que se vaya adelante. Jesús no impone nunca, Jesús es humilde, Jesús invita. Si quieres, ven. La humildad de Jesús es así. Él invita siempre, no impone”.
- “Todo esto nos hace pensar. Nos dice, por ejemplo, la importancia que, también para Jesús, tuvo la conciencia: escuchar en su corazón la voz del Padre y seguirla. Jesús, en su existencia terrena, no estaba, por así decirlo, telemandado: era el Verbo encarnado, el Hijo de Dios hecho hombre, y en cierto momento tomó la firme decisión de subir a Jerusalén por última vez; una decisión tomada en su conciencia, pero no solo: ¡junto al Padre, en plena unión con Él! Decidió en obediencia al Padre, en escucha profunda, íntima, de su voluntad. Y por esto la decisión era firme, porque estaba tomada junto al Padre. Y en el Padre Jesús encontraba la fuerza y la luz para su camino”.
- “Y Jesús era libre; en aquella decisión era libre. Jesús nos quiere a los cristianos libres como Él, con esa libertad que viene de este diálogo con el Padre, de este diálogo con Dios. Jesús no quiere ni cristianos egoístas (que siguen el propio yo, no hablan con Dios) ni cristianos débiles (cristianos que no tienen voluntad, cristianos telemandados, incapaces de creatividad, que buscan siempre conectarse a la voluntad de otro y no son libres)”.
- “Jesús nos quiere libres, ¿y esta libertad dónde se hace? Se hace en el diálogo con Dios en la propia conciencia. Si un cristiano no sabe hablar con Dios, no sabe oír a Dios en la propia conciencia, no es libre, no es libre”.
3.- No seamos cristianos perezosos, calculadores, tacaños en nuestra respuesta. Y tampoco, como nos dice el Papa, “telemandados”.
- “Dígame Padre lo que tengo que hacer”, oímos a veces los sacerdotes en el confesionario. No. Tienes el gran tesoro de tu conciencia, donde el Espíritu Santo susurra la verdad. Escúchalo. Fórmate para tener una conciencia recta, pero abraza tu libertad, la libertad de los hijos de Dios que buscan sorprenderle incluso a él en el amor, en la liberalidad del amor.
- San Agustín no sólo entendió perfectamente la libertad de conciencia, sino que la vivió apasionadamente, y la enseñó prodigiosamente. Cuatro frases suyas merecerían ser aprendidas de memoria: «Conócete. Acéptate. Supérate»; «No salgas fuera de ti, vuelve a ti, en el interior del hombre habita la verdad»; «Nadie hace bien lo que hace por fuerza, aunque sea bueno aquello que hace». «Amay haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos».