La verdadera liturgia es siempre inseparable de la verdadera caridad, porque es la misma fe la que ha de ser confesada, vivida y celebrada. La Cena del Señor del jueves santo es la mejor expresión de la litúrgica de la caridad, pues en ella se hace el memorial de la eucaristía, sacramento del amor de Dios manifestado en la entrega de Cristo por todos los hombres. Y también en esta celebración se realiza el rito del lavatorio de los pies que el mismo Jesús realizó en la Última Cena. Liturgia y caridad se unen en este rito de modo admirable, pues siendo el jueves santo también, además del día de la eucaristía y de la caridad, el día del sacerdocio, se manifiesta con este gesto una llamada portentosa que el ritual de la ordenación sacerdotal expresa con estas palabras: “Meditad la ley del Señor, creed lo que leéis, enseñad lo que creéis y practicad lo que enseñáis”.
El Papa Francisco, cada jueves santo, nos esta enseñando con el gesto de este rito un elocuente magisterio. En su primer jueves santo lavó los pies a doce enfermos en el Centro Santa María della Providenza; al año siguiente a doce detenidos en la cárcel de Rebbibia, y el año pasado a doce africanos en el Centro de Refugiados de la cooperativa “Axilium” en Castelnuovo di Porto. Los tres lavatorios en las “periferias” de Roma, a hombres ¡y mujeres! necesitados de acogida, de reconocimiento de su dignidad y de mucha ternura.
El gran esfuerzo de explicación requerido para que la traducción de las palabras de la consagración de la nueva edición del Misal Romano no sea entendida como una “rebaja salvífica” (el “por muchos” en lugar de el “por todos los hombres” para ser fieles a un pro multis latino que significa mucho más que un por muchos castellano), no será necesario para entender las rúbricas del lavatorio de los pies del jueves santo, al actualizar el cambio que ya el Papa Francisco decretó el año pasado para que no sean sólo hombres los designados para dicho rito. Y si ya saltaron las alarmas del integrismo cuando en 2014 cometió la osadía de lavar los pies a enfermas y no sólo a enfermos, cuanto más saltaron cuando lo hizo después con presos y presas, y con refugiados y refugiadas aún sin papeles, precisamente aquellos que los populistas europeos y norteamericanos no quieren acoger en sus países, incluidos no pocos católicos de ambos continentes. Dios quiera que nuestra incoherencia litúrgica con las obras de misericordia no nos excluya del pro multis famoso, sino que nos incluya en él por su infinita misericordia.