TERCER DOMINGO DE CUARESMA (ciclo C): LAS COSAS DE LA MISERICORDIA
Éxodo 3,1-8ª.10.13-15; 1 Corintios 10,1-6.10-12; Lucas 13,1-9
HABLA LA PALABRA: La misericordia es siempre concreta
La Palabra de Dios de este tercer domingo de cuaresma nos ayudan a entender y a vivir mejor el inconmensurable, inabarcable, infinito, e inmenso amor de Dios:
- La misericordia es siempre concreta. El pueblo de Israel se sabía el más afortunado del mundo porque había experimentado algo absolutamente novedoso, fascinante, asombroso: que Dios es amor, y amor concreto, que interviene en la vida azarosa de los hombres y de los pueblos, como cuando los liberó de la esclavitud de Egipto, como cuando, como dice el libro del Éxodo, Dios se presentó ante Moisés y le dijo: “He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus quejas ante los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar al liberarlos…”.
- La misericordia, además de concreta y liberadora, es paciente. Como dice san Pablo, disculpa sin límites, y no hace cuentas del mal.
- Por eso Cristo Jesús, aquel que ha venido no sólo a liberarnos de los poderosos opresores, sino también de todo mal, del pecado y de la muerte, nos enseña en la Parábola de la Higuera que siempre espera a que su pueblo de fruto, año tras año.
HABLA EL CORAZÓN: El Reino de Dios es el reino de la misericordia
Este es el mensaje central de la predicación de Jesús, que comenzó a predicar diciendo: Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15).
- Jesús invita a todos a entrar en el Reino de Dios; aun el peor de los pecadores es llamado a convertirse y a aceptar la infinita misericordia del Padre. Utiliza las parábolas como una forma de anunciar el reino de Dios que pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde. Y en todas ellas, como en la de la Higuera, nos pide paciencia: el Reino está sembrado, pero hay que esperar la cosecha, y por su puesto seguir regando.
- Jesús acompaña su palabra con signos y milagros para atestiguar que el reino de Dios está presente en él, el Mesías. Cura a muchos, pero él no ha venido para abolir todos los males de esta tierra, sino para que paulatinamente el reino de Dios se haga presente entre los hombres para hacernos llegar su presencia, su reconciliación, su perdón y su vida. En verdad, Jesucristo es, él mismo, el reino de Dios, el reino de su misericordia.
HABLA LA VIDA: Cauces de misericordia
Conozco a Pedro Pablo desde hace más treinta años. Es junto a su mujer el promotor de la Fundación Cauces. Un iniciativa sencilla que seguro contará para el Reino de Dios. Esta en el bajo de unas viviendas humildes en el barrio madrileño de Usera, frente a un gran descampado, donde se acoge, como si fuera un centro de día, a adolescentes y jóvenes en situación de riesgo, provenientes del mundo de la delincuencia o de la drogadicción. Pedro Pablo, su fundador y mentor, y su mujer, entendieron un día que su matrimonio era un matrimonio para los demás, especialmente para estos jóvenes.
Ellos quieren ser un puente para que los chavales que se han pasado a la otra orilla, vuelvan a integrarse en su familia y en su sociedad. Y un hogar donde ser queridos como son, y donde todas sus inquietudes, sus rebeldías, sus fracasos, se conviertan en piezas de una identidad personal llamadas a recomponerse junto a todas sus potencialidades, para ser personas reconstruidas.
Su terapia es sencilla: se escucha, se comparte, se convive, se ayuda al estudio, se hace deporte, se reúnen para ir revisando el progreso de cada uno, y los que llevan más tiempo y han acumulado experiencia y sabiduría, y han empezado a reconstruir su vida, ayudan a los demás. Si se van saben que siempre pueden volver, porque como dice Pedro Pablo, el secreto de la misericordia, la de Dios y la de los hombres, consiste en que siempre podemos volver a la casa del Padre, al hogar verdadero.
Una tarde uno de estos chavales, que había sufrido acoso escolar por ser negro, no quería celebrar el cumpleaños de otro de ellos, pues sabía que provenía de grupos racistas. Se encerró en la sala de los ordenadores. Pedro Pablo lo convenció para que prodigara la misma misericordia que había recibido. Entrando en la sala, se abrazaron. Y al rato estaban comiendo juntos una sabrosa tarta y riéndose. Pero no podían disimular las lagrimas que aún caían sobre sus mejillas. Son las cosas de la misericordia.
Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.