La verdadera experiencia de los Reyes Magos consiste en buscar, salir, encontrar, agradecer.
Los magos de Oriente no eran ni reyes ni magos en el sentido que le damos a estos dos términos, sino que se trata de “sabios”, hombres de ciencia, inteligentes y ricos. Provenientes de diversos lugares del Oriente, es decir, de la gentilidad.
Esta fiesta surgió cuando se unieron las tradiciones litúrgicas de oriente y occidente: en Oriente se celebraba la Navidad en este día, subrayando este aspecto de la manifestación de Dios a los pueblos lejanos. Al unirse las dos tradiciones, hemos quedado con dos grandes fiestas navideñas:
El día de la Navidad, en el que celebramos el misterio navideño en si mismo considerado, y su Epifanía, en el que ponemos el acento en la universalidad del anuncio navideño: Dios ha venido al mundo, a todo el mundo, y ha manifestado su amor a todos los pueblos de la tierra.
En uno de sus libros sobre los Reyes Magos, Federico Fernández de Bujan comienza así su relato: Un día vieron algo que cambio para siempre su vida. Era de noche cuando vieron aparecer en el cielo una estrella. No se trataba de una estrella cualquiera. Era la estrella más luminosa que jamás habían visto. La estrella más brillante que nunca ha existido. Quedaron impresionados por su resplandor. Su luz hacía que todo lo demás quedase apagado. Por ello, comprendieron que era necesario seguirla. Dejaron sus reinos, abandonaron lo que hacían y dejaron lo que tenían. Y así, sin saber la ruta que deberían seguir y desconociendo lo que deberían buscar, iniciaron una larga marcha hacia un misterioso destino.
Los sabios de Oriente simbolizan, por consiguiente, a todos los hombres de la tierra llamados al peregrinaje de la vida:
- querer encontrar la verdad (la vida como búsqueda),
- salir de sus seguridades para buscarla (la vida como peregrinaje),
- encontrar la luz en Jesucristo (la vida como seguimiento),
- y arrodillarse ante Dios hecho niño, pobre, débil, y necesitado (la vida como adoración y entrega generosa).
La Epifanía, en cuanto manifestación universal de la Salvación, nos lleva a la celebración hoy del Día del envío misionero.
Recuerdo a un misionero a quien tuve la suerte de conocer hace años, que era un auténtico Rey Mago. No sólo porque se llamaba Melchor, sino porque dejó su mundo de estudio (experto en lenguas antiguas) como monje trapense en Portugal, para ir de misionero a Angola.
Fue al centro de África, a Angola, y al centro de Angola, a la selva. En un lugar de tan difícil acceso que sus habitantes vivían igual que hace 500 años. Ni siquiera la guerra civil que duró 30 años llegó a aquel lugar.
Cuando lo conocí, con una expedición de Ayuda a la Iglesia Necesitada, Melchor, a sus 90 años, nos llevó del poblado a la iglesia que había construido hace 40 años.
Nos seguían todos los niños y al llegar, se sentó delante del órgano y los niños, como auténticos ángeles, le seguían en un perfecto gregoriano.
Nunca vi personas tan felices, pobres, pero no míseros. No necesitaban de nada de lo que aquí tenemos. Tenían a Jesucristo, porque un sabio llamado Melchor había ido allí a anunciarlo y a encontrarlo.
Por una vez, no le pidas cosas a los Reyes. Pídele la estrella que este año te lleva al Jesucristo.