El 13 de mayo de 1917 es una fecha inconfundible no sólo en el calendario católico sino en la cronología de la historia contemporánea, es una fecha universalmente reconocida. Y el 13 de mayo de 2017, un siglo después, la celebración del centenario de aquel acontecimiento sucedido en una humilde aldea portuguesa llamada Cova de Iria es una fecha fundamental en la agenda de la Iglesia y de la historia de este año. El Papa Francisco está allí y sus palabras y sus gestos no pasarán inadvertidos, como no fueron las visitas del Beato Pablo VI (13 de mayo de 1967), de San Juan Pablo II (13 de mayo de 1982, 1991 y 2000) y de Benedicto XVI (13 de mayo de 2010).
Tal vez esta efemérides sea una buena ocasión para preguntarse por la verdad sobre Fátima, escudriñar su significado, y para ello, empezar por preguntarse que “no es” Fátima, que forma parte de la imprecisión, la derivación, o la ideologización que han puesto en peligro durante cien años la verdad sobre Fátima. Digamos, por tanto, diez cosas sobre el corazón de Fátima, no sobre cuestiones epidérmicas, como los secretos y las señales, y menos sobre las especulativas, sino sobre la verdad de Fátima: cinco sobre lo que Fátima no es, y cinco sobre lo que Fátima si es.
1.- Fátima no es un lugar de “apariciones”:
Hablamos con mucha facilidad de las “apariciones marianas”. Asumimos el término en un nivel de lenguaje vulgar, pero en rigor ni siquiera deberíamos usarlo en el lenguaje pastoral divulgativo, y por su puesto, jamás en el teológico. No sólo porque bajo ese epígrafe hay de todo, sobre todo a lo largo y a lo ancho del siglo XX: desde manifestaciones que merecen el adjetivo de sagradas a manifestaciones que sólo merecen el adjetivo de fraude o de delirio.
En rigor, apariciones, en la teología católica, son sólo las del Resucitado que conocemos por los evangelios y por la tradición de la Iglesia, y que son el kerigma, el mensaje principal de la fe cristiana, tal y como lo explica San Pablo: “Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí” (1 Cor. 15, 2-8).
En rigor, sólo podemos hablar, con respecto a Fátima, o a Lourdes, o a todos aquellos fenómenos extraordinarios que la Iglesia reconoce como creíbles, de “signos”, o de “mariofanías”, como defiende el profesor Eloy Bueno de la Fuente, cuya obra teológica sobre Fátima es la más valorada por el propio Santuario, por los obispos portugueses, y por la comunidad teológica internacional. Recobrando el concepto teológico tan apreciado por los fenomenólogos de la religión de las “hierofanías” o manifestaciones desde el mundo de lo sagrado en el mundo de lo profano, las mariofanías son experiencias extraordinarias donde se percibe de algún modo en la tierra la presencia de la Virgen María asunta al cielo, y por tanto, de la gloria de Dios envuelta en su maternal solicitud por los redimidos por su hijo Jesucristo.
2.- Fátima no es un lugar de “revelaciones”
La revelación de Dios en la historia humana culminó con Cristo, que es la Palabra eterna de Dios humanamente encarnada. En sus palabras, en sus gestos, en su predicación, en sus signos y milagros, en el misterio mismo de su Encarnacion, pasión, muerte y resurrección, Dios ha dicho todo lo que tenía que decir a los hombres. En todas las manifestaciones tanto ordinarias como extraordinarias del misterio de Dios en la historia de la Iglesia, cuerpo de Cristo, solo podemos encontrar confirmación, insistencia, y reiteración del mensaje cristiano de la fe en el Dios verdadero, de confiscó y esperanza en el, de su invocación y aliento a la caridad, de su llamada a la conversión. Las mal llamadas «revelaciones» particulares no son sino experiencias personales carismáticas extraordinarias de acogida de estas mociones del Espíritu Santo, en un lugar y en un momento concreto, en fieles concretos, a modo de «Kairos», porque el Espíritu Santo sopla donde quiere y como quiere.
3.- Fátima no es un lugar de mensajes políticos
Es evidente que lo que ocurrió en Fátima hace un sigo es inexplicable sin el contexto de la situación social y política de aquel momento tanto en Portugal, como en Europa, como en el resto del mundo. A la puerta de una Primera Guerra Mundial, al comienzo de un siglo de dos guerras mundiales, de campos de concentración, de persecuciones religiosas, de genocidas, de regímenes totalitarios de diverso signo, de emergentes ideologías deshumanizadoras, de un eclipse de Dios convertido en un eclipse del hombre, Fátima aparece como un espacio de luz en medio del advenimiento de tanta oscuridad. Y ante una exacerbada manifestación de la Pasión de Cristo en la pasión historia de los hombres, así como los discípulos de Jesús tuvieron la gracia de verle transfigurado ente de su entrega en las poderosas redes del mal, aquellos inocentes y empobrecidos niños portugueses fueron de algún modo instrumento de un aviso de lo alto para que los hombres buscásemos en el refugio de la conversión el antídoto ante esas manifestaciones del poder del mal en manos de hombres poderosos. Pero esto no es política, nos se puede entender en clave política, porque los tejemanejes políticos de esta historia como todos los de la historia de la salvación son solo eso, tejemanejes, hilos movidos por manos invisibles. La verdadera batalla utilizaba los tableros de los poderes políticos y sociales, bélicos y económicos, pero se desarrollaba en otra escala, en otra dimensión de la realidad.
4.- Fátima no es un lugar de continuos milagros
A no ser que reconozcamos que el verdadero sentido del milagro es el de la transformación de la vida de los hombres por el solo e insustituible poder de Dios. Entonces si, desde hace cien años la historia de Fatima se puede escribir, no tanto por la exhibición de no pocos milagros de curaciones inexplicables, sino por otros milagros en cuyo sentido profundo encontramos también el verdadero valor de los primeros: los milagros del alma, que no se ven desde fuera, que solo los ve en su interior cada persona en la íntima relación con sigo mismo y con su Creador y Redentor. Estos son los milagros de Fatima: los milagros de la conversión del pecador, los milagros de la recuperación de la paz interior de los atormentados y deprimidos, el milagro de los desesperados acariciados y levantados por la esperanza. Y esto es todo lo contrario a la frívola concepción, profundamente pagana, del espectáculo mágico al que algunos llaman milagro. Por eso, reducir Fatima a una proclama anticomunista, o a cualquier eventual y coyuntural proclama política actual, es una frivolidad.
5.- Fátima no es un foco de integrismo y fanatismo religioso
El mayor enemigo de Fátima no está en quienes no creen en las manifestaciones extraordinarias que allí se dieron hace cien años. De hecho, nadie esta “obligado” a creerlas en el seno de la Iglesia, sólo a respetarlo como un lugar privilegiado de veneración y de conversión. El mayor enemigo de Fátima esta en quienes, aparentando defenderla, la tratan de manipular ideologizándola, sometiendo algo tan sagrado al interés mundano de un reduccionismo cultural de la fe cristiana encerrada en las cuatro paredes de ideologías que no tienen nada de cristiano pero que se identifica con ello bajo la confusión de composturas trasnochadas. Son los integristas de antaño y de nuevo cuño, los que se arrodillaban ante la imagen de Fátima en los años 70 porque pensaban que la Iglesia con el Concilio se había traicionado a si misma, y los que hoy hacen lo mismo escandalizados por el Papa de los pobres que prodiga misericordia y que sueña con una Iglesia en la que todos tengan cabida. Son los que hacen de la fe, una fe distorsionada ideológicamente de patriotismos, tradicionalismos, inmovilismos, una arma arrojadiza contra los que no piensan como ellos. La literatura sobre Fátima esta llena de opúsculos de amenazas, de condenas, de catástrofes, de miedo y de tristeza, de huida y de rabia. Y todo eso es lo contrario a la experiencia original de Fátima, que es luminosa, que es esperanzadora, que es confiada.
6.- Fátima es un lugar de fe en Jesucristo
Y sólo de la fe en Jesucristo. No otra cosa quiere su Madre del cielo que el que se le conozca mejor y se le siga a su hijo. Es más, no sólo ella es camino hacia su hijo, allí donde es reconocida, venerada, amada, imitada. Sino que es el mismo Hijo de Dios quien la pone en nuestro camino hacía él, como siempre la puso en su plan de salvación diseñado desde la eternidad. Como decía la Sierva de Dios Chiara Lubich, “cuando Jesús vino a la tierra, hace dos mil años, quiso tener necesidad de un camino que, con divina fantasía, había pensado y preparado en los Cielos. Era María. Quiso tener necesidad de Ella para su nacimiento, después de su nacimiento, durante su vida oculta, y en su vida pública, e incluso después de su muerte y resurrección. Se sirvió de Ella para Sí y para su obra, su Iglesia, su Cuerpo místico. Hoy, como entonces, Jesús no volverá sino por María”.
En Fátima, como en todo santuario mariano y en toda auténtica devoción mariana, el centro no es ella, sino Cristo. Ella llevó a aquellos niños a Jesús, y con ellos ha arrastrado en Fátima en estos cien años a miles de personas a Jesús, a la conversión a Jesús, a su Palabra, a sus sacramentos, a su Iglesia.
7.- Fátima es un lugar de anuncio e irradiación de misericordia
he visto con mis propios ojos- en que Fátima, cien años después, siga siendo un lugar sagrado, un lugar donde se respira, se palpa, se huele, se oye y se ve la ternura de Dios bajo el manto de la ternura de su madre, la humilde doncella de Nazaret, que canta a su prima Isabel al Dios que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Si la misericordia es el amor que permanece en el rechazo, Fátima es la mirada de amor de la madre de todos los hombres que permanece, porque bebe de la mirada del Dios infinitamente misericordioso, ante todo tipo de rechazo: el del descreimiento, el de la violencia, el de injusticia, el de cualquier forma de pecado. Fátima es la profecía de la misericordia. Lucía entendió de la mujer vestida de luz que el pecado es una laguna en el amor, que sólo con amor se cura. Como decía Juan Pablo II, la misericordia vence al mal poco a poco, porque le pone límites. Y Fátima es un límite al mal clavado en el corazón de la historia.
8.- Fátima es un lugar profético de defensa de la paz
Un lugar de paz para el alma y un lugar para rezar e irradiar paz en el mundo. Fátima es inseparable de la asechanza de la guerra. Surge en el alba de un gran tiempo de turbulencia en la geopolítica mundial. Fátima es clave para entender el siglo XX visto desde los ojos de quien es “madre de la humanidad”. Pero Fátima es también esperanza en la victoria del bien sobre el mal, en la llegada de la paz definitiva del triunfo del Reino de Dios en esa guerra oculta tras todas las guerras de la que hablaba San Juan Pablo II, porque, como él decía, “la Iglesia renueva cada día, contra el espíritu de este mundo, una lucha que no es otra cosa que la lucha por el alma de este mundo. Si de hecho, por un lado, en él están presentes el Evangelio y la evangelización, por el otro hay una poderosa anti-evangelización, que dispone de medios y de programas, y se opone con gran fuerza al Evangelio y a la evangelización. La lucha por el alma del mundo contemporáneo es enorme allí donde el espíritu de este mundo parece más poderoso”. Fátima es un “fuerte” de la lucha por el alma de este mundo. El enemigo cuenta con los lugares del poder y de la riqueza. Pero Dios confunde a los sabios de este mundo y se hace fuerte en las periferias.
9.- Fátima es un lugar de marginación, es una periferia
Como bien nos enseña Francisco, el Papa que esta providencia divina ha elegido para celebrar el centenario de las apariciones de Fátima, Dios nos espera siempre en las periferias del mundo, geográficas y existenciales a la vez, porque estas se definen precisamente por que donde el ojo de Dios enfoca es precisamente donde no están los focos de los hombres. Y Fátima ha sido y sigue siendo una periferia. Lo era hace cien años porque nadie se habría fijado en esos pueblos empobrecidos y de un Portugal empobrecido de aquel tiempo, ni esos niños humildes y sencillos, sino sólo una mirada de lo alto, esa que prefiere lo periférico. Y lo es hoy, porque sin duda Fátima sigue representando esa ventana abierta de la Iglesia de Cristo y de la madre de la Iglesia hacía aquellas periferias existenciales que son “las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”. Porque no son otras las cargas que llevan a cuestas los que se sienten atraídos por el imán de la misericordia que es y representa Fátima para los últimos.
10.- Fátima es un lugar de oración
Fátima es sobre todo un lugar de oración. Lo fue desde el primer momento, desde las primeras mariofanías ante los niños Francisco, Jacinta y Lucia. Y la oración que explica Fátima es la oración que la Virgen María enseña a estos niños: “¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te aman!”. Es una oración completísima. En ella esta reasunta todas las mociones del alma transida por la fe al Dios que la ama: la confesión, la adoración, la confianza, el amor. Y también la misericordia para con todos los que desconocen, desaprovechan o rechazan estas mociones que les haría más humildes y mejores personas.
Manuel María Bru Alonso