TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: LA LUCHA POR EL ALMA DE ESTE MUNDO
Malaquías 3,19-20a; Tesalonicenses 3,7-12; Lucas 21,5-19
HABLA LA PALABRA: Advertencia y aliento
Si decimos que la Palabra de Dios es como una espada de doble filo es porque siempre, y de un modo evidente en la liturgia de este penúltimo domingo del año litúrgico, es a la vez terrible advertencia y aliento de esperanza: terrible advertencia de que las injusticias de la historia no quedarán inmunes, y aliento en la esperanza para los justos fieles a Cristo, juez supremo.
- Un aliento esperanzador que profetiza Malaquías: “A los que honran mi nombre les iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas”.
- Una advertencia terrible la del salmo cuan nos dice con toda claridad que “el Señor llega para regir la tierra con justicia”. Es más, que hagamos el bien o hagamos el mal, nadie se libra de la certeza de que Él “regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud”.
- Una advertencia específica para quienes intentan no hacer nada malo en la vida pero tampoco se empeñan en hacer nada bueno, en trabajar por el Reino de Dios, empezando por contribuir con su trabajo al bien común. Es la famosa advertencia de san Pablo: “El que no trabaje que no coma. Porque me he enterado que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada”. Por cierto, no dignifica nada la vagancia, pero mucho menos aún el desempleo forzoso: los sistemas económicos desde la antigüedad antes del surgimiento del liberalismo económico eran mucho más humanos que el actual, porque no conocían el paro, que algunos economistas consideran un inevitable efecto colateral del desarrollo.
- Pero también nos dice Jesús que no debemos preocuparnos, porque “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”, si somos fieles, de tal suerte que con la perseverancia, salvaremos nuestras almas.
HABLA EL CORAZÓN: Odium fidei
Volvamos a la advertencia terrible y la esperanza fundada sobre el última día: Jesús nos dice que cuando llegue ese momento tan terrible como esperado, el de la justicia de Dios, del que no sabremos hasta entonces ni el día ni la hora, le precederán, como le llevan precediendo desde la primera venida de Cristo: catástrofes, guerras, persecuciones, y odium fidei (el odio de la fe que ni un solo día deja de sufrir la Iglesia).
No podemos obviar en ese sentido, para no caer en una ingenuidad cómplice del mal, la “lucha por el alma de este mundo”, de la que hablaba San Juan Pablo II, porque en ella se puso bajo la bandera de Cristo, de la que ya hablaba hace cinco siglos San Ignacio de Loyola. Esa bandera que Cristo Juez del Universo llevará en su mano el día tan terrible como esperado del juicio final.
HABLA LA VIDA: Contrarrestar la influencia católica
Conocí recientemente a un sacerdote murciano, Julián Vicente García, que pasó 10 años de ministerio sacerdotal como misionero en Puerto Rico, en el barrio de San Isidro de la ciudad de Canóvanas, allá por los años 80. Uno de los dramas de ese barrio, además de una delincuencia atroz, era, como sigue siendo en tantos lugares del mundo, la escasez de matrimonios, por la que tantísimas mujeres que quedan embarazadas, o abortan, o al dar a luz se despreocupan de sus hijos.
Don Julián tuvo una gran idea: llevó a cabo, junto a la promoción de viviendas sociales, una campaña a favor la maternidad, promovida desde las escuelas, que tenía cada año su cenit en una multitudinaria fiesta, en la que en los pocos años se involucró todo el barrio. Un día don Julián recibió la llamada inesperada de un alto cargo público del país, que le advirtió de que la CIA vigilaba atentamente su labor. ¿Por qué? Porque su campaña por la maternidad había conseguido contrarrestar otra campaña: la del todopoderoso Plan Rockefeller en Iberoamérica.
Como bien se sabe este plan tiene como objetivo contrarrestar la influencia católica con sus valores de defensa de la vida, la familia y la justicia social, financiando sectas evangélicas acomodadas a la ideología de la Fundación que las subvenciona desde hace décadas. Y es que en el barrio de don Julián hasta los seducidos por estas sectas comenzaron a valorar la estabilidad familiar y la maternidad. Don Julián, aún cuando recibió amenazas directas, no se fue de allí hasta que sus superiores le indicaron, años después, otro destino.