VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: LA LIBERTAD INTERIOR

Reyes 5,14-17; Timoteo 2,8-13; Lucas 17, 11-19

HABLA LA PALABRA: Un respiro para la libertad

La Palabra de Dios es tozuda: indaga como ninguna otra palabra la verdad humana, sus vicisitudes constantes, sus reacciones, su interioridad. Claro, es la Palabra de quien creo al hombre, y de quien lo redimió de su ruina. ¿Qué realidad humana nos descubren las lecturas de este domingo?

  • Que es de sabios rectificar: En el Segundo libro de los Reyes Naamán el sirio se convierte al único Dios verdadero, porque haciendo caso al profeta Elías confió en él y recibió de Dios la curación. Los sacerdotes conocemos a cientos “naamanes” de hoy: hombres y mujeres, jóvenes y mayores, cuyo único dios en su vida había sido el dinero y el disfrute, y cuando les llegó el momento de la verdad (una enfermedad, un fracaso, o el milagro de haber vuelto a nacer, etc…), han encontrado de verdad al único Dios verdadero, y han decidido, como Naamán el sirio “no ofrecer holocaustos a otros dioses fuera del Señor”.
  • Que la verdad y el bien siempre se abren camino: Como hemos reconocido en el Salmo 97, “los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”. Sólo Dios vence. Nadie gana en las contiendas humanas. Sólo Dios sabe sacar de los escombros de la miseria humana un puñado de testimonios heroicos de incalculable valor. Y a todos los que parecen triunfar en esta vida a costa de los demás, les llegará la hora del llorar amargo por haber tirado la vida por la borda. Y en cambio, a que tanto se les ha hecho llorar, encontrarán al fin el gozo eterno del abrazo de Dios.
  • Que siempre hay un respiro para la libertad, porque la Palabra de Dios nunca está encadenada, como no está encadenado nunca el hombre que ama, que dice la verdad, que persevera hasta el final, que es fiel, que da su vida por mantener su libertad, la de elegir a Dios y a su voluntad. San Pablo, en su Segunda Carta a Timoteo lo deja bien claro: “Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él”.
  • Y por último, que es de bien nacidos, ser agradecidos. Con el encuentro cara a cara con cada hombre y sus circunstancias, Jesús nos descubre que a la postre también todos nos retratamos con nuestros gestos. Sólo uno de los diez leprosos curados volvió para darle gracias a Jesús. Y al subrayar que se trata del único extranjero, de un samaritano, nos dice a todos que las apariencias engañan, y que al final lo que cuenta es el corazón, que siempre se manifiesta, y no el “curriculum religioso” del que se gloriaban no pocos compatriotas de Jesús.

HABLA EL CORAZÓN: Nunca es tarde para la libertad

Tres enseñanzas, por tanto, sobre nuestra libertad:

  • En primer lugar, que nunca es tarde para elegir o reelegir el camino de la verdad, como Naamán el sirio, y reconducir la vida;
  • En segundo lugar, que aunque ahogasen nuestra libertad exterior, y aunque parezca que la corriente del “todos viven así” nos arrastre, siempre nos queda la libertad interior y el poder decidir, en el fondo del corazón, seguir el camino recto con Dios y hacia Dios;
  • Y en tercer lugar, que si nuestro corazón va a la conquista de la verdadera libertad, deviene en la humilde y permanente actitud de alabanza y de agradecimiento a Dios y a los demás.

HABLA LA VIDA: Buscó la verdadera libertad

Edith Stein nació en 1891, en una familia judía alemana. Fue su interés desarrollado por la filosofía el que, tras el abandono de la práctica religiosa, la llevó a encontrarse con los testimonios de santa Teresa de Jesús y otros grandes místicos, a bautizarse, y a consagrarse como contemplativa en la orden carmelita. Nunca renegó de sus raíces judías, sino que hizo suyo el sufrimiento de  su pueblo en la feroz persecución nazi. Sintió que en el exterminio sistemático de los judíos se cargaba la cruz de Cristo sobre su pueblo, siendo deportada y ejecutada en el tristemente famoso campo de concentración de Auschwitz. Su imagen de santidad permanece como anuncio del evangelio de la cruz, con el que quiso identificarse en su mismo nombre de religiosa. Ella encontró a Dios Padre buscando la verdadera libertad, encontró a Cristo, el Hijo de Dios, en la experiencia de la cruz abrazada libremente, y encontró al Espíritu Santo en la oración contemplativa donde vivió le zenit de la experiencia de la libertad, convirtiéndose en una de las grandes mística del siglo XX.