Título: La cultura del encuentro. Desafíos e interpelación para Europa.

Autor: Julio Martínez S.J.

Editorial Sal Terrae

NOTA EDITORIAL:

El rector de la Universidad Pontificia Comillas llama a «la cultura del encuentro» entendida como aquella que es capaz de hacer caer todos los muros, que todavía dividen el mundo…«Donde hay muro, hay cerrazón de corazón». Inspirado en las palabras del papa Francisco ante el Congreso de los Estados Unidos -«Es mi deber construir puentes y ayudar en lo posible a que todos los hombres y mujeres puedan hacerlo»- Julio Martínez elabora su propuesta a partir de los cuatro principios que en Evangelii gaudium orientan para la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonizan en un proyecto común: «el tiempo es superior al espacio», «la unidad prevalece sobre el conflicto», «la realidad es más importante que la idea» y «el todo es superior a la parte».

REFERENCIA EN MI LIBRO «¿HA FRACASADO LA NUEVA EVANGELIZACIÓN»:

El tiempo es superior al espacio: En Evangelii Gaudium el Papa Francisco explica así este principio: “Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo (…) Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad (nº 223).

Y así el mismo Papa lo relaciona explícitamente con la evangelización: “Este criterio también es muy propio de la evangelización, que requiere tener presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo. El Señor mismo en su vida mortal dio a entender muchas veces a sus discípulos que había cosas que no podían comprender todavía y que era necesario esperar al Espíritu Santo (cf. Juan 16,12-13). La parábola del trigo y la cizaña (cf. Mateo 13,24-30) grafica un aspecto importante de la evangelización que consiste en mostrar cómo el enemigo puede ocupar el espacio del Reino y causar daño con la cizaña, pero es vencido por la bondad del trigo que se manifiesta con el tiempo” (nº 225).

Y los procesos suponen, haciendo extensible a la evangelización de las nuevas generaciones, lo propuesto por el Papa para las familias desestructuradas en Amoris Laetitia, recorrer algunas etapas: acogida, acompañamiento, discernimiento, e integración. Sobre todo, este criterio tiene mucho que ver con la prioridad del acompañamiento, porque “la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad”[1].

Tiene mucho que ver este principio también con la mistagogía, que para el Papa Francisco es prioritaria junto con el kerigma en la renovación misionera de la catequesis, pero que son dos claves fundamentales para su propuesta de “Nueva Evangelización”. De la prioridad kerigmática hablaremos más adelante. De la mistagógica conviene al menos una breve explicación. Para el Papa Francisco una de las características de la iniciación mistagógica consiste en insertar el anuncio evangélico “en un amplio proceso de crecimiento y la integración de todas las dimensiones de la persona en un camino comunitario de escucha y de respuesta” (nº 166), unido al “arte del acompañamiento”, dando “a nuestro caminar el ritmo sanador de proximidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana” (nº 169).

Y tiene mucho que ver este principio, en esta clave del acompañamiento, con el “arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida (…) Para llegar a un punto de madurez, es decir, para que las personas sean capaces de decisiones verdaderamente libres y responsables, es preciso dar tiempo, con una inmensa paciencia. Como decía el beato Pedro Fabro: El tiempo es el mensajero de Dios” (nº 171).

También supone, lógicamente, una relectura del tempus de la evangelización, con el mismo enfoque por que supone una relectura del tempus educativo. Explica el profesor Julio Luis Martínez que los auténticos educadores (y podríamos aquí decir lo mismo de los auténticos evangelizadores) “más que ocupar espacios o protagonismos, activan y acompañan procesos de los educandos, pues lo que verdaderamente tiene más importancia son los procesos y las acciones que generan dinamismos más duraderos que los fogonazos o los momentos de efervescencia, que son efímeros y no dejan huella” (MANUEL MARÍA BRU ALONSO., ¿Ha fracasado la Nueva Evangelización? El desafío misionero de acogida a cercanos, alejados y lejanos de la fe cristiana. San Pablo. Madrid 2024, pp. 365-368.