Infomadrid.- La catedral de la Almudena ha sido el epicentro este jueves de la celebración ecuménica con motivo del 1700 aniversario del Concilio de Nicea, considerado el primer Concilio ecuménico de la Iglesia Católica. Bajo el lema «Un solo Señor, una sola fe», la oración ha reunido a representantes de la Iglesia católica, las Iglesias ortodoxas (Rumana, Serbia, Rusa y del Patriarcado Ecuménico), la Iglesia Apostólica Armenia, la Iglesia Anglicana y diversas comunidades evangélicas.
El momento central del encuentro ha sido la presentación pública de la Declaración ecuménica sobre el Credo niceno-constantinopolitano – «para seguir promoviendo la comunión plena y visible entre todos los cristianos» – un texto que ha sido aprobado por los obispos de la Comisión Permanente de la CEE y que ha sido elaborado y consensuado por la Subcomisión Episcopal para las Relaciones Interconfesionales y el Diálogo Interreligioso, presidida por Mons. Ramón Valdivia.
El cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, ha dado la bienvenida a todos los fieles reunidos en la catedral de la Almudena subrayando que «los grandes momentos siempre tienen días y horas, lugares y rostros. Hoy es un gran momento que tenemos la suerte de celebrarlo en esta catedral. Bienvenidos a esta celebración ecuménica, en este momento en el que celebramos el aniversario del Concilio de Nicea, en esta catedral que quiere ser casa de toda la Iglesia».
«Bienvenidos hermanos de otras iglesias que habéis aceptado esta invitación, hemos venido sencillamente a unirnos en esta oración, como colofón de todo un año que hemos celebrado este aniversario. Esta noche queremos incorporarnos en una cadena de oración, estudio y encuentros que durante este tiempo hemos estado haciendo en todas las iglesias de Occidente y Oriente», ha subrayado el arzobispo de Madrid.
El arzobispo de Madrid ha recordado además que el Papa León XIV, el Patriarca Bartolomé y otros lideres se reunirán con este fin: «Hoy tenemos la posibilidad de recoger de forma viva y nueva aquella semilla del Concilio de Nicea, semilla que está creciendo como un modelo para asumir no solo sus conclusiones, sino aquel mismo gesto. Fue un momento de escucha, discernimiento, valentía, que llega hoy hasta aquí. Hubo tensiones y dificultades, pero fue un signo de la obra del Espíritu Santo, que invita a mirar más allá de las diferencias, que invita a mirar que Dios es Uno, pero que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Que nos ha introducido por el bautismo en su Iglesia, su Cuerpo Místico».
«. Y que ese es el espacio en que se armoniza la diversidad», ha remarcado el cardenal José Cobo. «Sed bienvenidos y recibid el abrazo de esta Iglesia en Madrid. Entremos esta noche en el regazo de la oración de Cristo que hoy, entre nosotros, sigue elevando la mirada pidiendo que sean uno para que el mundo crea que tú me has enviado».
El texto de la Declaración ecuménica sobre el Credo niceno-constantinopolitano ha reafirmado la fe común en la fe trinitaria y ha recuperado el espíritu de comunión que inspiró aquel concilio celebrado en el año 325 bajo la presidencia de Osio, obispo de Córdoba. En aquel encuentro se formuló el primer Credo de la Iglesia, cuyo contenido fue asumido «casi al pie de la letra» por la Profesión de fe del Concilio de Constantinopla en el año 381.
La declaración ecuménica ha destacado el deseo común de las Iglesias de «poder decir juntos creemos», para seguir promoviendo la comunión plena y visible entre todos los cristianos. El texto ha comenzado proclamando la fe en «un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible», y desarrolla su significado en el mundo actual.
Los firmantes han expresado que la fe en el Dios creador ilumina la comprensión cristiana del ser humano, creado «a imagen y semejanza de Dios» y llamado a participar de su vida: «Tenemos la experiencia y la convicción de que el ser humano es intrínsecamente religioso, abierto a la trascendencia, y que posee una sed de Dios que no puede ser apagada sin negar la verdad de su propia naturaleza. Por eso, afirmamos el derecho de toda persona a profesar su religión y a ser respetada en su conciencia como un bien esencial».
Asimismo, se ha afirmado la dignidad «infinita e inalienable» de toda persona, independientemente de sus circunstancias, y se ha hecho un llamamiento a «trabajar por la promoción de todo ser humano y el respeto de sus derechos fundamentales, especialmente allí donde la dignidad de nuestros hermanos es vulnerada: donde la vida no es respetada como un don sagrado desde su inicio a su fin; donde los seres humanos son discriminados y perseguidos por su fe; donde los pueblos sufren las consecuencias de la violencia y la guerra; donde la desigualdad y la injustica conducen a la explotación de los más pobres; donde los inmigrantes son rechazados y no acogidos como hermanos o donde, mediante la “trata de personas”, se comercia con la vida humana».

La declaración ha subrayado la revelación de Jesús como rostro del Padre misericordioso. Esta misericordia —se afirma— permite constituir «sociedades sólidas, capaces de perdonar, de superar polarizaciones y posiciones enfrentadas, y de trabajar por el bien de todos, especialmente de los más débiles». «La fe nos mueve a la caridad y la solidaridad con el dolor de nuestros hermanos, y nos sigue movilizando ante el escándalo del hambre en nuestro mundo».
Asimismo, se ha subrayado que el anuncio de Cristo Resucitado «recorre como un eco gozoso toda la historia y se actualiza en cada tiempo. Él es el que restaura la alegría, el que hace experimentar su presencia viva y resucitada en la comunidad reunida, en la proclamación de la Palabra, en la celebración de los sacramentos, en el servicio a los pobres y la caridad, e incluso en la persecución y el dolor».
La lectura de este documento en la Catedral de la Almudena ha pretendido ser un signo de comunión entre las Iglesias y una ocasión para renovar el compromiso ecuménico. Por último, en el espíritu del Concilio de Nicea, la declaración ha recordado que la unidad es un don que debe ser custodiado, anunciado y vivido con esperanza: «Intentando ser testigos alegres del Evangelio, proclamando nuestra fe no solo con palabras sino también con nuestras obras, buscaremos con creatividad nuevos lenguajes para que los hombres y mujeres de nuestro siglo puedan experimentar su encuentro personal con Jesucristo».






