El próximo 13 de octubre el Papa Francisco canonizará, junto con otros cuatro beatos, al cardenal John Henry Newman (1801-1890). Un santo que, por su penetración para lo esencial y su riqueza de carácter, es hoy sin duda un gran bien para avivar lo nuclear de la fe cristiana y para aunar sensibilidades muy diversas.
TÍTULO: Apologia pro Vita Sua. Edición conmemorativa
AUTOR: J.H. Newman
EDITORIAL: Encuentro
J.H. Newman es una figura esencial de la historia reciente del catolicismo, y en especial, del catolicismo en Inglaterra y uno de los principales referentes del pensamiento cristiano contemporáneo. Considerada una obra cumbre de la literatura autobiográfica universal, comparable a Las Confesiones de san Agustín, esta Apologia pro Vita Sua supuso para su autor la anhelada oportunidad de defenderse frente a la incomprensión y el rechazo que había causado en Inglaterra su conversión al catolicismo. Newman ofrece en este cálido relato de su itinerario vital e intelectual un ejemplo de honestidad y libertad en su camino hacia el catolicismo, a la vez que de respeto y estima hacia el anglicanismo del que procedía.
La presente edición, realizada con motivo de su canonización por parte del papa Francisco el 13 de octubre de 2019, recoge la traducción renovada y actualizada de Víctor García Ruiz y José Morales, e incluye, además de un apéndice con una selección de textos de los últimos pontífices sobre el cardenal Newman, una presentación de Ian Ker, probablemente el mayor experto en la actualidad en la figura de Newman quien señala que «no hay duda de que, una vez canonizado, la Iglesia declarará a Newman doctor de la Iglesia».
Cardenal Newman, un santo que busca la verdad
El Debate de hoy (5 marzo 2019). Manuel Oriol.- El pasado 13 de febrero, el papa Francisco aprobó el decreto de reconocimiento de un segundo milagro de John Henry Newman. Con ello se abre la vía a la canonización del cardenal inglés, proclamado beato por Benedicto XVI en 2010. Todo apunta a que será proclamado santo este mismo año o el próximo, convirtiéndose así en el primer santo inglés desde el siglo XVII. La alegría de la Iglesia inglesa, tanto católica como anglicana, no se ha hecho esperar y, junto a ella, la de los admiradores y seguidores cada vez más numerosos en todo el mundo del cardenal Newman.
Pero, ¿quién este cardenal que tanto interés sigue despertando y que Pablo VI llegó a considerar como un precursor del Concilio Vaticano II? La riqueza de la reflexión y de la vida de Newman hacen inviable un resumen, pero podemos señalar algunos puntos clave de su itinerario vital, inseparable de su pensamiento.
John Henry Newman nace en Londres en 1801, primogénito de una familia de 6 hijos, acomodada y profundamente religiosa. A los 15 años experimenta lo que llamará más tarde su “primera conversión” (a la fe evangélica). Emprende la carrera eclesiástica y, en 1825, es ordenado sacerdote de la Iglesia anglicana. En su querida Universidad de Oxford es fellow desde 1822 y tutor desde 1826 del Oriel College.
A la vuelta de un viaje por el Mediterráneo que marca su vida, funda el Movimiento de Oxford junto con sus amigos John Keble, Edward B. Pusey y Richard H. Froude para combatir el liberalismo. Escriben los Tracts for the Times con la idea de volver a una Iglesia sacramental y apostólica. Estudia a los Padres de la Iglesia, buscando en al anglicanismo una vía media entre papismo y protestantismo. Durante esa etapa, su fama y su autoridad se extienden y consolidan, pero también el tractarianismo es contestado duramente desde dentro de la Iglesia anglicana, y Newman va acercándose al catolicismo.
En 1843, tras algunas controversias con sus obispos anglicanos, abandona su encargo como párroco de Santa María, iglesia de la Universidad de Oxford, y se retira a Littlemore junto con algunos amigos para llevar una vida ascética. Allí escribe El desarrollo de la doctrina cristiana.
Conversión al catolicismo
En 1845, se convierte al catolicismo, lo que “exigía de él abandonar casi todo lo que le era precioso: sus bienes y su profesión, su grado académico, los vínculos familiares y muchos amigos”, en palabras de Benedicto XVI. Es ordenado sacerdote católico en 1847, tras estudiar en Roma en Propaganda Fide. De vuelta en Inglaterra, introduce el Oratorio de San Felipe Neri en Inglaterra (primero en Birmingham, y luego en Londres). Más tarde, se le encarga el diseño de la Universidad Católica de Irlanda, de la que es rector hasta 1858.
Su vida como católico no es fácil. Tiene problemas con los católicos, que lo miran con sospecha, y sufre el desprecio de los anglicanos. En 1859, inicia el Colegio del Oratorio en Birmingham (donde estudiará J.R.R. Tolkien) y lleva una intensa vida pastoral. La publicación de su autobiografía, Apologia pro vita sua, le supone una cierta restauración ante el mundo anglicano. Con su obra más filosófica, Gramática del asentimiento (1870), intenta una original y fecunda aproximación teórica a la razonabilidad de la fe de los sencillos.
El Concilio Vaticano I proclama el dogma la infalibilidad papal en 1870, lo que supone un motivo de escándalo para muchos anglicanos. En su Carta al duque de Norfolk (1874), Newman da respuesta a la crítica. León XIII lo nombra cardenal en 1879, y toma como lema “Cor ad cor loquitur” (“El corazón habla al corazón”). Como él mismo afirma el día en que recibe la noticia: “Todos los rumores que se difundieron sobre mí, que soy un católico a la mitad, un católico liberal, sospechoso, no digno de confianza, han llegado hoy a su fin”.
En 1890 muere. Sus funerales, a los que asisten más de 15.000 personas, son expresión del gran reconocimiento de todos, amigos y enemigos, católicos y anglicanos, feligreses sencillos y grandes figuras.
Fe sencilla y búsqueda de la verdad
La contribución del cardenal Newman ha sido fundamental para la Iglesia de los siglos XX y XXI: el papel de los laicos, el asentimiento real, el desarrollo de la Iglesia, la importancia de la conciencia, el modelo educativo, el papel crucial de la amistad… Recordemos aquí solo dos, que considero especialmente pertinentes en las circunstancias que nos toca vivir.
Para el cardenal Newman era casi una obsesión encontrar la razonabilidad de la fe cristiana. De modo que no se pudiera afirmar, en una época en la que el empirismo y el positivismo estaban ganando terreno, que los cristianos eran irracionales o ingenuos. Newman quería reivindicar que a la fe sencilla de los cristianos de a pie no le falta nada, que su certeza es plenamente razonable, que no es la teología ni la filosofía lo que fundamenta la fe. En cierto modo, esta búsqueda de Newman es hoy más acuciante que nunca: cuántos de nuestros hermanos, los hombres contemporáneos, consideran una ingenuidad la fe y la admiten solo como recurso sentimental, folklórico o histórico.
Otro aspecto en el que Newman es ejemplar es en la primacía que concede a la verdad, que se transparenta en la conciencia. Es impresionante que el único “motivo” del cardenal Newman para la conversión es la verdad. Finalmente, se plegó a lo que su razón (y no su sentimiento inicial de desdén hacia el catolicismo romano) le indicaba. Pero, incluso después de su conversión, tuvo que luchar por mantener el rumbo fijo hacia la verdad.
Benedicto XVI destaca su modelo para nuestro tiempo: “En nuestros días, cuando un relativismo intelectual y moral amenaza con minar la base misma de nuestra sociedad, Newman nos recuerda que, como hombres y mujeres a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para conocer la verdad, y encontrar en esta verdad nuestra libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas”.