Homilía del Papa Francisco en la Cena del Señor (Jueves Santo 2020)
La Eucaristía es servicio, es unción, la realidad que hoy vivimos en esta celebración es que el Señor que quiere permanecer con nosotros en la Eucaristía, y nosotros nos convertimos siempre en tabernáculo del Señor, llevamos al Señor con nosotros hasta el punto de que Él mismo nos dice que si no comemos su cuerpo y no bebemos su sangre no entraremos en el Reino de los Cielos.
Este misterio del pan y del vino es el misterio del Señor con nosotros, en nosotros y dentro de nosotros. Servicio, ese gesto que es condición para entrar en el Reino de los Cielos. Servir, los unos a los otros. Lo vemos en ese intercambio de palabras que ha tenido con Pedro le hace entender que para entrar en el Reino de los Cielos debemos dejar que el Señor nos sirva, que sea el siervo de Dios nuestro siervo.
Esto es difícil de entender: Si yo no dejo que el Señor sea mi servidor, que el Señor me lave, me haga crecer, me perdone, no entraré en el Reino de los Cielos.
El sacerdocio. Quisiera estar cerca de los sacerdotes, de todos los sacerdotes: desde los recientemente ordenados hasta los mayores, de los obispos… todos somos sacerdotes. Somos ungidos por el Señor, ungidos para hacer la Eucaristía, ungidos para servir.
Hoy no se celebra la Misa Crismal, espero que podamos tenerla antes de Pentecostés. Si no, la tendremos que trasladar al año que viene, pero puedo dejar pasar esta celebración sin recordar a los sacerdotes, los sacerdotes que ofrecen la vida por el Señor, sacerdotes que son servidores. Estos días han muerto más de 60 aquí en Italia, en la atención a los enfermos, en los hospitales, con los médicos, con los enfermeros son los santos de la puerta de al lado, sirviendo han dado la vida.
Pienso también en los que están lejos. He recibido una carta de un sacerdote que me habla de una cárcel lejana, narra como vive esta Semana Santa con los reos, un franciscano. Sacerdotes que van lejos para llevar el Evangelio y mueren allí, como me decía un obispo que la primera cosa que hacía cuando iba a los lugares de misión era visitar la tumba de los sacerdotes que han dejado su vida ahí, que han muerto por la peste de esos lugares, porque no estaba preparados, no tenía anticuerpos, nadie sabe su nombre: sacerdotes anónimos, párrocos del campo, que son párrocos de 4, 5, 6 ó 7 pequeñas aldeas, que van allí y conocen a la gente. Una vez, uno me decía que conocía el nombre de toda la gente del pueblo. “¿De verdad?” –Le pregunté yo–. “Incluso el nombre de los perros”. La cercanía sacerdotal, buenos sacerdotes.
Hoy los llevo en el corazón y los presento al altar. A los sacerdotes calumniados, que muchas veces sucede hoy, y que no pueden ir por la calle, suceden cosas feas en relación al drama que hemos vivido y que hemos descubierto a sacerdotes que no eran sacerdotes. Algunos me decían que no pueden salir de casa con el clériman y ellos continúan. Sacerdotes pecadores que junto con el Papa pecador, no se olvidan de pedir perdón y aprenden a perdonar. Porque ellos saben que tienen la necesidad de pedir perdón y de perdonar porque somos pecadores. Sacerdotes que sufren alguna crisis y no saben que hacer, están en la oscuridad. Hoy todos ustedes, queridos sacerdotes, están aquí conmigo en el altar.
Queridos consagrados: Solo les digo una cosa. No sean testarudos como Pedro, déjense lavar los pies, el Señor es vuestro siervo, Él está cerca de ustedes para darles la fuerza, para lavarles los pies. Que así, con esta conciencia de tener necesidad de ser lavados perdonen con un corazón grande, generoso, de perdón. Es la medida con la cual nosotros seremos medidos, con lo que tú has perdonado serás perdonado, con la misma medida. ¡No tengan miedo de perdonar! Muchas veces tenemos dudas: Miren a Cristo, ahí está el perdón de todos y sean valientes, incluso en el arriesgar, en el perdonar.
Para consolar, y si no pueden dar un perdón sacramental en ese momento, den la consolación y dejen la puerta abierta.
Agradezco a Dios por la gracia del sacerdocio, todos nosotros. Agradezco a Dios por ustedes, sacerdotes, Jesús les quiere bien. Solo quiere que ustedes se dejen lavar los pies.