VIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A): HAY QUE RESPONDER
Isaías 22, 19-23; Romanos 11,33-36; Mateo 16, 13-50
HABLA LA PALABRA: La pregunta más importante
En la historia de la salvación Dios siempre ha contado con hombres excepcionales a los que ha llamado para guiar a su pueblo hacia la plenitud:
- En la Antigua Alianza, profetas y reyes comparten esa promesa que hoy hemos leído en el Profeta Isaías: “colgaré de tu hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que el cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme”.
- En la Nueva Alianza, Cristo Jesús parece tener presente estas palabras del profeta cuando se dirige a Pedro y le dice: “Te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.
- Pero estas llamadas están al servicio del Reino de Dios. Y sólo se realiza en el encuentro con el Señor, que como nos dice Pablo en la Carta a los Romanos, es “el origen, guía y meta de universo”.
Por eso la pregunta más importante de la existencia, para que cada ser humano pueda encontrar su misión en la vida, no es la primera pregunta retórica de Jesús en el Evangelio (“¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?), sino la pregunta que nos hace a cada uno de nosotros mirándonos a los ojos: “¿Y vosotros, quien decís que soy yo?”.
HABLA EL CORAZÓN: Jesús, ¿Quién eres tu?
De joven me encantaba una canción de Brotes de Olivo que se llama “Jesús, ¿Quién eres tu?”. Me ayudaba a revivir ese estadio de búsqueda y de curiosidad que todos hemos vivido ante la figura incomparable de Jesús. Se trata de una pregunta que nos hemos hecho todos, o al menos casi todos:
- Que se han hecho incluso los que por diversas razones han perdido su fe en él.
- Que se hacen los que apenas saben de él porque jamás han recibido el anuncio del kerigma evangélico.
- Que se hacen tantos aunque no lo reconozcan por el que dirán, porque hoy reconocer esto esta mal visto.
- Y que también nos hemos hecho los que habíamos heredado una fe incólume, pero que en el momento de asumirla personalmente, hemos podido, gracias a Dios, escucharla personalmente de Jesús.
Ante la pregunta sobre Jesús, en el fondo, sólo caben dos respuestas:
- Una es la de quien se escuda en una ignorancia parcialmente falsa y:
- niega que le atraiga la incomparable, luminosa, e indiscutible propuesta de vida para el hombre genuina de Jesús;
- niega que le inquiete la única persona relevante de la historia que se dice Hijo de Dios, que cambió la historia de la humanidad, y que sigue guiando a incontables héroes de supremo valor e integridad;
- niega haberse sentido particularmente conmovido por el desenlace de su vida y de su pasión, hasta la muerte en la cruz;
- o niega por último no haberse preguntado si no será verdad que resucitó.
- Y otra es la de quien, aún a tientas, reconoce a quien le hace esta pregunta. Y más pronto o más tarde, se rinde ante él, lo sigue, y emprende el único camino de esperanza que existe para el hombre.
HABLA LA VIDA: Alguien me dijo…
Es el caso de Juan, que llevaba a su hijo a catequesis, a pesar de que había perdido la fe. La experiencia de las reuniones de padres y de su hijo rezando y cantando a Dios al venir de la parroquia le removió las entrañas y un día se dispuso a rezar, diciendo:
Alguien me dijo que, aunque no tuviese fe podría rezar: Señor, si existes, manifiéstate en mí, enciende dentro de mí una luz para que pueda verte, encontrarte y quererte.
Alguien me dijo que, aunque flaquease en mi fe, podría rezar: Señor, no te siento ni apenas te pienso, y rarísimamente, como ahora, te hablo. Pero me dicen que, aun así, tu siempre me sientes, y me piensas, y me hablas al oído de mis adentros, de mi solitario corazón.
Alguien me dijo que, aunque pronunciase muchas oraciones de memoria, si no me asombro ante ti como mi hijo se asombra cada vez que me ve sonreírle, jamás podría buscarte, ni encontrarte, ni hablarte, ni escucharte.
Señor: tú que has dicho que solo quien se hace niño entrará en el Reino de los Cielos, deja que me haga niño y pueda sorprenderme cada día más de ti, inalcanzable e inabarcable, grandioso y deslumbrante, que te has hecho niño para que, en la sonrisa de todos los niños, nos asombremos de lo más asombroso de ti: que nos amas hasta rendirte a nosotros, por vernos vivir”.
Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid