Reproducimos este artículo publicado este mes por la revista Ciudad Nueva del Delegado Episcopal de Catequesis en Madrid:
Hacía una nueva catequesis
Octubre es el mes del comienzo del curso pastoral, sobre todo en las diócesis y en las parroquias, marcado por el calendario de la catequesis. Pero, ¿cuál es la catequesis que hoy quiere proponer la Iglesia?
A “vino nuevo, odres nuevos”. Vivimos un momento de transición de una catequesis de mantenimiento y fundamentalmente nocional a una catequesis de iniciación cristiana que tenga en cuenta la generalizada ausencia de despertar religioso de los niños y del primer anuncio del Evangelio tanto en niños como en adolescentes y jóvenes.
Un poco de historia.
Podemos decir que desde que San Pío X instauró la catequesis parroquial (consciente de que la iniciación en la fe en el seno familiar requería de un soporte más estable y organizado en las parroquias, y que el contexto social y cultural ya a principios del siglo XX no era en Europa el de una cosmovisión cristiana), hasta hoy, hemos pasado por tres etapas de la catequesis: el “catecismo” (desde San Pío X al Concilio Vaticano II), a la catequesis de la experiencia y, actualmente, estamos en el proceso de innovación de lo que llamamos “catequesis de conversión”.
En el concilio Vaticano II no sólo se reinstauró el catecumenado de adultos (para los adultos no bautizados convertidos), sino que teniéndolo como modelo, se planteo el cambio de una catequesis entendida como formación teológica para niños y jóvenes (enseñar la fe), a una noción verdaderamente catequética, de iniciación cristiana (enseñar y acompañar en la vida de la fe). El concepto de doble fidelidad de la catequesis (fidelidad al mensaje y fidelidad al destinatario) llevo a revalorizar la experiencia personal del catecúmeno, haciendo florecer (a modo del “método socrático” educativo) de su mundo interior las inquietudes humanas más profundas hasta llegar a la inquietud religiosa, antes que exponer o que proponer la fe como doctrina.
Es verdad que esta catequesis de la experiencia llevó en no pocos casos en los años 70 y 80, en contexto de una fortísima secularización externa pero también interna en la Iglesia, a una especie de “bucle” por el que se daba vueltas a la experiencia pero apenas aparecía un elemento de contraste y de iluminación de la fe, que tímidamente fue sustituyéndose por una mera proposición de valores cristianos. Hoy en día, en el contexto eclesial de impulso de una nueva evangelización, se están ensayando diversas propuestas para lo que llamamos una “catequesis de la conversión”, que responde a varios desafíos.
Desafíos y propuestas.
La gran inquietud de la catequesis hoy consiste en que no terminamos de conectar con las nuevas generaciones y con su mundo interior cognitivo y emocional, y por eso estamos en proceso de “repensar” la catequesis para facilitar procesos de iniciación, apertura, conversión, y maduración en la fe para los catecúmenos que nos vienen, teniendo en cuenta también a sus padres cuya implicación en el proceso requeriría su misma participación como catecúmenos. Y ante la influencia que en todos ellos tiene el contexto cultural dominante de “prescindencia religiosa”, como la llama el Papa Francisco, que es otra cosa distinta al ateísmo y a la secularización del siglo XX, la inquietud principal consiste en ver como para acompañarles en una verdadera iniciación en la experiencia personal y comunitaria de Dios y de lo “indecible” de Dios.
Catequesis de conversión.
La catequesis de iniciación y de conversión pretende hacer desaparecer el lenguaje de la catequesis pre-sacramental (catequesis de primera comunión, de post-comunión y de confirmación), situando la recepción de los sacramentos de iniciación cristiana como pasos entre otros (entrega del credo, del padrenuestro, etc…) en el camino de iniciación, que requieren un discernimiento lo más personal posible.
Por otro lado la catequesis de conversión, ante estos desafíos, no pone el acento ni en el catecismo ni en sus materiales, que a veces se confunden con los libros y materiales escolares, y que por otra parte han de renovarse incorporando las incontables posibilidades digitales como el audiovisual.
Pone en cambio el acento en el catequista. Y no sólo en su formación teológica y pedagógica (que ya importaba mucho para la concepción esencialmente nocional de la catequesis), sino sobre todo en su maduración cristiana, en su capacidad de dar testimonio, siguiendo esa conocida expresión del beato Pablo VI de que en este tiempo hacen falta más testigos que maestros, y si son maestros, que sean también testigos. La catequesis de conversión dice el Papa Francisco requiere “catequistas mistagogos”, que acompañan a los catecúmenos de la mano a la experiencia viva de la fe, del encuentro con Jesús en la comunidad, en la oración, en la liturgia, en el amor al prójimo, en todas las dimensiones y experiencias de la vida.
Tal vez por eso la mejor definición de la catequesis la da el Papa Francisco cuando dice que esta es “la transmisión de la memoria de la fe de la iglesia a través de la memoria de la fe del catequista”.