Se preguntaba el Papa en febrero de este año si en medio de esta “tercera guerra mundial a pedacitos” que estamos viviendo, no estamos en camino hacia la gran guerra mundial por el agua.
El Papa no exagera. Basta recordar algunos datos: Más de 1300 millones de personas no tienen acceso adecuado al agua potable y más de 2.600 millones no disponen de servicios de saneamiento adecuados. El 80% de los problemas de salud en el Tercer Mundo (sobre todo en el Sureste Asiático y la zona de África Sub-Sahariana) están relacionados con esta carencia. La gran mayoría de fallecimientos por muerte no natural del mundo es, incluso antes de por falta de nutrición, por falta de agua potable, por sed o por las enfermedades causadas por la contaminación del agua. Sin embargo, el problema no es la falta de este recurso: la totalidad de las fuentes y distribución de agua en el mundo son públicas, pero se han convertido de hecho en un bien privatizado debido a los contratos de concesión para construir pantanos, extraerla, distribuirla, purificarla, embotellarla, y operar y facturar los servicios.
En la encíclica Laudoto Sí el Papa Francisco nos recuerda que “el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos”. Y nos avisa de que “es previsible que el control del agua por parte de grandes empresas mundiales se convierta en una de las principales fuentes de conflictos de este siglo e producción y de consumo”.
Nunca entendí que haya personas en su sano juicio, y menos cristianos, que clamando por el derecho a la vida de los nacidos, habiéndoseles atravesado la palabra ecología como una palabra tabú, se burlen de las llamadas del magisterio de la Iglesia a cuidar la creación y procurar agua potable para todos.
En Madrid tendremos en septiembre, por segunda vez, un gesto significativo para celebrar, el 2 de septiembre, la Jornada Mundial de Oración para el cuidado de la Creación 2017, promovida por el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé, que ojalá tenga la repercusión y la respuesta que se merece. Un gesto doblemente solidario: ecuménico, porque lo organiza la Comisión Mixta Ortodoxo-Católico Romana, y ecológico social, porque tiene como fin el que nos comprometamos todos a ser custodios del agua y promotores para que todos los seres humanos tengan derecho al agua potable para poder vivir.