Título: Oír a Dios en la brisa de la montaña.
Autor: Tomás Spidlík.
Editorial: Ciudad Nueva.
¿Como presentar en poco más de 40 líneas un libro que contiene 40 joyas para el alma? Seguro que el autor de este libro sabría hacerlo, porque expone sus 40 joyas (“Breves reflexiones” las llama él) en menos de 200 páginas. Es conciso, directo, transparente, comprensible. Y al mismo tiempo, es sugerente, intrigante, impredecible, inabarcable. Se juntan como en pocas lecturas dos sabidurías, la sabiduría de la fuente de la fe, que es la Palabra de Dios, y la sabiduría de los acaudalados ríos de esa misma fe, que transitan en el alma del creyente. En este caso en el de un sabio jesuita checo de gran hondura humana, es decir, espiritual, como fue el gran maestro de la mística oriental, el cardenal Tomás Spidlík.
Cada una de estas joyas ahonda en un texto bíblico, sobre todo pero no exclusivamente del Nuevo Testamento, y como si por primera vez nos acercásemos a ese texto, bucea en sus misterios y nos los trae a las situaciones más normales de nuestra vida cotidiana. En casi todas estas “lecturas” de la Biblia, nos presenta realidades efímeras que nos sirven para entender desde nuestras adherencias culturales a nuestras manías personales, que quedan completamente desarmadas por la fuerza penetrante de la Palabra de Dios. Así explica la ira, o la no ira de Dios, desde el enfurecimiento de quien acaba con la vida de una gallina, según un viejo cuento estoico, o nuestra cultura del usar y tirar desde el trauma infantil de ver que todos los juguetes que quisimos conservar terminaban en la bolsa negra de la basura. O descubrir el sentido de nuestra vida y de nuestra historia personal a la luz del plan de Dios sobre nosotros, del mismo modo como el artista, en medio de la confusión, tiene una inspiración y ve con claridad su obra con los ojos cerrados antes de ponerse a trabajar en ella. O entender el verdadero anhelo de vida eterna desde la Resurrección de Cristo no como el asomarse a un mundo desconocido, sino como encontrar el camino a casa después de habernos perdido por la noche en la montaña.
El autor ha titulado este libro con el de una de sus breves reflexiones: “Oír a Dios en la brisa de la mañana”. Es muy acertado, porque esa es precisamente la sensación que uno tiene al leerlo, la de oír la voz de Dios con la esperanza con la que se contempla el nacimiento acariciado por el viento de un nuevo día. Pero yo me he atrevido a titular esta presentación con el título de otra de sus reflexiones: “Fuente de sabiduría”. Ciertamente porque este libro lo es. Pero también porque en la reflexión que lleva este nombre, comentando la Parábola del Sembrador (Mt. 13, 1-23), el autor hace una bellísima apología a la lectura de los buenos libros, lo cual se convierte para mi gozo y el de los lectores en un brindis a esta y a tantas páginas de los periódicos a ellos dedicadas. De la crónica kieviana de Néstor (1037) dirigida al príncipe Jaroslav el Sabio, toma el autor un fragmento de su largo elogio de la sabiduría de los libros: “los libros son ríos que bañan toda la tierra, son fuentes de sabiduría; los libros son abismos sin fondo, nos consuelan en la tristeza, son la brida en la templanza”. Y entre otros ejemplos bellísimos de la tradición cristiana, nos alecciona con el de San Agustín, quien, habiendo encontrado por fin la verdad, cuando no era aún capaz de cambiar de vida, “no fueron ni las lágrima de su madre ni la elocuencia de san Ambrosio lo que hicieron efecto en él. Pero en una ocasión cayó en sus manos la Escritura y sintió una voz interior: ¡Toma y lee! Apenas leyó un pasaje, como si una luz de seguridad hubiera penetrado en mi corazón, se desvanecieron todas las tinieblas de mis dudas”. Y si así ocurre con la Sagrada Escritura, algo parecido ocurre con aquellos libros que, como éste, nos abren los ojos para entender las escrituras. Como dice el padre Spidlík, “la vida es demasiado corta para leer libros simplemente buenos. Debemos encontrar los mejores, es decir, sobre todo aquellos de los que extraigamos la sabiduría divina”.