Génesis 3,9-15.20; Efesios 1,3-6.11-12; Lucas 1,26-38

HABLA LA PALABRA: Del pecado a la libertad

La Palabra de Dios nos muestra en esta fiesta la realidad del pecado, posible por el misterio de la libertad, borrable por el misterio de la libertad.

  • “La serpiente me engañó y comí”: es la respuesta de Eva a su Hacedor. Desde el primero de los pecados no ha cambiado nada: el maligno (la serpiente), la mentira (me engañó), y la fragilidad (y comí).
  • Pero la Historia de la Salvación no termina aquí, en el pecado del hombre, sino en la victoria del bien sobre el mal, por la misericordia y la fidelidad de Dios con su pueblo, como hemos cantado con el salmo 97.
  • Además, como nos dice san Pablo en su himno cristológico de la Carta a los Efesios: “Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de creación el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor”.
  • Frente al pecado de Adán y Eva, esta la obediencia a Dios de su Hijo eterno y de María, a la que contemplamos en el Evangelio diciendo: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”

HABLA EL CORAZÓN: Los tres pecados del siglo XXI

El Papa Francisco advierte en su exhortación apostólica Gaudete et exsultate (nº 100-103) tres engaños del maligno que dañan gravemente la conciencia de muchos cristianos hoy. Aunque estén relacionados con tres males del siglo XXI, podemos decir que son los tres pecados (y por tanto ofensas del cristiano a su salvador) del siglo XXI:

  • Primer pecado: “el de los cristianos que separan las exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con él, de la gracia. Así se convierte al cristianismo en una especie de ONG, quitándole esa mística luminosa que tan bien vivieron y manifestaron san Francisco de Asís, san Vicente de Paúl, santa Teresa de Calcuta y otros muchos. A estos grandes santos ni la oración, ni el amor de Dios, ni la lectura del Evangelio les disminuyeron la pasión o la eficacia de su entrega al prójimo, sino todo lo contrario”. Es el pecado del espiritualismo.
  • Segundo pecado: “el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden. La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente. Es el pecado de quienes no creen que exista el pecado social.
  • Tercer pecado: “Algunos católicos afirman que la situación de los migrantes es un tema secundario al lado de los temas «serios» de la bioética. Que diga algo así un político preocupado por sus éxitos se puede comprender; pero no un cristiano, a quien solo le cabe la actitud de ponerse en los zapatos de ese hermano que arriesga su vida para dar un futuro a sus hijos. ¿Podemos reconocer que es precisamente eso lo que nos reclama Jesucristo cuando nos dice que a él mismo lo recibimos en cada forastero (cf. Mt 25,35)? Es el pecado concreto de la insensibilidad para con los migrantes.

HABLA LA VIDA. Salvucio: ahora es libre

Salvucio es un joven siciliano en paro que no sabe muy bien que pinta en la vida, porque todos sus amigos del barrio parecen felizmente integrados en su mundo. Sabe que alguno de ellos vive de sus servicios a la mafia, y eso él jamás lo haría. Además en su monólogo de todos los días y de todo el día, se pregunta si incluso allí le admitirían. Empieza a creer que el único problema es él mismo. Entonces, en la cola de una oficina de empleo, Salvucio conoce a un emigrante magrebí cargado de bolsas y de niños. Los demás le miran con desprecio, y con la arrogancia de quienes al menos se saben con más posibilidades. Salvucio, que guarda un potencial que ningún empleador ha valorado suficientemente, el de su enorme corazón, empieza a hablar con él. A las pocas horas se encuentra con Aman y sus hijos en un tren hacia Roma. Una de las niñas necesita ser operada, y sólo allí pueden ayudarla. Salvucio ha tomado todo el dinero que tenía, y a partir de aquel día ya no le ha importado mucho el dinero, ni el trabajo. Porque no ha dejado de trabajar por los emigrantes en su ciudad. Salvucio no se ha parado a pensar que, como María, ahora es libre.

Manuel Mª Bru Alonso, delegado Episcopal de Catequesis