Hechos 4, 33; 5, 12.27-33; 12.2; Corintios 4, 7-15; Mateo 20, 20-28
HABLA LA PALABRA: Santiago protagonista
Las lecturas de hoy, si lo pensamos bien, nos hablan todas de Santiago Apóstol.
- De él nos habla los Hechos de los Apóstoles, pues de todos ellos dice, y por tanto también de Santiago, que daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús con mucho valor y hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo.
- De él nos habla Pablo en su segunda carta los Corintios, porque el lema que se atribuye a si mismo lo atribuye a todos los apóstoles, también a Santiago: “Creí, por eso hablé”.
- De él nos habla explícitamente el Evangelio, cuando Jesús le dice a él y a su hermano: “Mi cáliz lo beberéis, pero el puesto a mi izquierda y a mi derecha no me toca a mi concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre”. También a él, como a todos los apóstoles, le dice: “el que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor”.
HABLA EL CORAZÓN: Caminante no hay camino
- Cada vez que un peregrino llega a Santiago de Compostela al final del Camino, se abre una puerta al misterio, se abre una puerta a la vida. Sólo entraran por ella de verdad quienes hayan hecho el Camino, como en realidad sólo entrarán, no sólo al final de su vida, sino cada día de su vida, en la Puerta de la plenitud humana quienes hayan hecho de su vida un peregrinaje, quienes hayan encontrado un camino verdadero, y hayan tenido el coraje -y sobre todo la gracia- de recorrerlo.
- De ahí la necesidad del peregrinar como signo y don del camino cristiano. Ese continuo peregrinaje en el que es necesario dar los pasos de la experiencia de fe uno a uno, en el que hay que pasar contratiempos y subir por sendas empinadas, porque sino no se puede ni atender a los abatidos de la historia humana que nos ha tocada vivir, ni vislumbrar la inmensidad del horizonte de nuestra propia vida.
- No existe de hecho el cristianismo, como un “ismo”, como algo cosificado y estático, que podemos manipular. Y por eso, siempre que el camino de la vida, como el camino compostelano, tenga una meta -porque sino estamos condenados a girar sobre nosotros mismos- se cumple lo del poeta manchego, que “se hace camino al andar”, no porque no haya camino, sino porque cada uno debe hacer el camino, como Dios quiere, cuando Dios quiere, y hacia donde Dios quiere.
- En el Camino de Santiago, como en el camino de la vida, lo importante no es el camino exterior, que es una mediación, sino el camino interior. Todos nosotros, hagamos o no el Camino a la tumba del Apóstol, estamos llamados a hacer el camino que Dios nos trace con paciencia y perseverancia, con amor y confianza, como hizo aquel intrépido apóstol, que no cerro España, sino que la abrió a la fe en el Dios verdadero y la enseño el secreto de la vida.
HABLA LA VIDA: El testimonio de una peregrina
Milá es una joven que, tras hacer el Camino de Santiago, dio este testimonio: “Hace unas semanas, estuve peregrinando a Santiago. Lo hice acompañada de mis padres, mis hermanos y tres familias de amigos. El camino de Santiago se parece mucho al camino de la vida. El ser humano es un caminante, un peregrino en el espacio y en el tiempo y para recorrer bien el camino, necesita darle sentido a su vida. Cada día, hemos ido siguiendo las flechas amarillas para llegar a la meta y dar el abrazo al apóstol. Durante el camino, se producen encuentros con peregrinos de tantos lugares del mundo. Pero también se realiza un encuentro contigo mismo y con Dios. Son muchas horas caminando, en las que tienes tiempo para pensar en ti, en tu vida.
A lo largo de los días, también aparecen dificultades y problemas que ponen a prueba nuestra fortaleza y la capacidad de convivencia. Recuerdo todavía la cuarta etapa del camino. Amaneció un día nublado, pero el calor se iba intensificando a lo largo de la mañana. Tuvimos que hacer una parada técnica, ya que pinchamos una de las ruedas del carrito de mi hermana pequeña, que iba lesionada. Después de comer, continuamos con el trayecto. Estábamos a tan solo cinco kilómetros de nuestro destino, pero el calor iba apretando, y poco a poco nos íbamos debilitando. En ese momento, sentía que me temblaban las piernas y me caía. No podía continuar el camino. No pasó un segundo cuando todo el mundo se ocupó de mi y me ayudó a recuperarme y seguir hasta nuestro destino. Algunos de nuestros compañeros de peregrinación tienen limitaciones físicas, pero con la ayuda de otros, consiguen sobrellevarlas para llegar hasta el campo de estrellas. De igual forma todos necesitamos de la fe, que nos permite descubrir esa presencia amorosa de Dios en el camino de nuestra vida; actitud de esperanza, actitud de caridad, actitud de servicio y oración y de humildad para dejarnos ayudar cuando el camino se hace tan duro.
Llegó el último día y ¡por fin llegamos a la Plaza del Obradoiro! Nos adentramos en la catedral, y tras una larga espera, la vista nos llevó al Altar Mayor, que rodeamos para dar el abrazo al apóstol Santiago. ¡Gracias Señor por ayudarme a llegar hasta aquí!
Manuel Mª Bru, delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid