Permitidme que empiece pidiendoos que penséis en la respuesta a esta pregunta: ¿En qué consiste la salvación?
- Cuando los cristianos hablamos de salvación, no pocas veces la entendemos como salvación del alma al final de la vida, como salvación eterna que alcanzamos como premio por nuestras buenas obras.
- Cuando los paganos hablan de salvación suelen referirse a lo que acontece cuando alguien, estando en peligro, es rescatado por otro para que no muera.
¿Cuál es la respuesta correcta, la de los cristianos o la de los paganos? Pues dichas así, tal y como yo las acabo de formular, las dos son incompletas, pero sería más exacta la de los paganos. ¿Por qué?
- 1ª/ Porque no nos salvamos a nosotros mismos. Sólo Dios nos salva.
- San Pablo en su carta a los Efesios nos lo explica con una claridad meridiana: “estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir”.
- Entonces, ¿nosotros no tenemos que mover un dedo para salvarnos? Si, tenemos que hacer algo: dejarnos salvar por la fe. Creer en el que nos salva, confiar en él, darle la mano para que él pueda cogernos y levantarnos. Como hemos escuchado en el segundo libro de las Crónicas: ¡Quién de entre vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con él, y suba!
- 2º/ Porque la Salvación no es algo que se dirime sólo al final de la vida, sino todos los días, desde el primer día. Es más, como nos dice San Pablo, “Cristo Jesús nos ha sentado en el cielo con él”. Eso no quita haya momentos especiales de nuestra vida en los que la salvación se hace especialmente perceptible.
- Son esos momentos en los que somos especialmente probados en la fe. Cuando algo o alguien amenaza con derrumbarnos, y lejos de hundirnos en el abismo de la oscuridad, encontramos esa “tabla de la salvación” de la que hablaba Ortega y Gasset, donde apoyarnos para no ahogarnos en el mar sin fondo de la tempestad.
- Se trata de esos momentos en los que la fe, aún siendo un don, nos la jugamos desde la libertad, en los que podemos confiar o desconfiar en él, como nos dice Jesús en el Evangelio de Juan, podemos “creer en él”, y no abandonarnos en la tiniebla, sino ver la Luz, creer en la Luz, y seguir la Luz. Y la Luz es él, la única Luz es Él.
- 3º/ Porque la salvación no se dirime en un juicio, sino en un encuentro y en una relación, y en la fidelidad a ese encuentro y a esa relación.
- Por eso no debemos temer tanto el juicio de Cristo, como nuestro juicio sobre Cristo, es decir, quien es él para nosotros, en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestra vida. Por eso en una ocasión les preguntó a los apóstoles: ¿Y vosotros, quien decís que soy yo?
- Por eso nuestro único temor es el temor de Dios como don del Espíritu Santo, es el expresado por el salmo 136 que hemos rezado: “¡Que se me pegue la lengua al paladar sino me acuerdo de ti!”.
- Y por eso tampoco debemos temer tanto al mundo como a nuestra cobardía de seguir a Cristo en el mundo, es decir, en nuestra propia historia, en este momento concreto y en este lugar concreto del mundo donde Dios Providente nos ha colocado para reconocer a Cristo y seguir a Cristo en el mundo, amándolo como él lo ama: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único, para que no perezca ninguno de los que creen en él”.
Termino con una confidencia: Al final de unos Ejercicios Espirituales que habíamos hecho un grupo de jóvenes (estoy hablando de hace más de treinta años), el jesuita que los había dirigido nos pidió que compartiéramos con los demás nuestra experiencia.
- Un joven contó que en la meditación sobre la muerte se había imaginado el juicio final como la llegada en un tren a la estación del Cielo. Al salir, veía a mucha gente como él, y entre la multitud, reconoció a Jesús.
- Me di cuenta, decía aquel joven, que salvarse es eso: reconocer a Jesús, porque durante la vida lo has buscado, lo has querido, y lo has seguido. Se salva el que al final lo abraza, y lo abraza el que lo reconoce.
- Y el Padre predicador le dijo: Creo que esta es la descripción de la salvación, de las que he oído, que mejor se ajusta a las Escrituras.