La noticia del fallecimiento del Cardenal Miloslav Vlk, herencia viva hasta ayer de la Iglesia perseguida de la Europa del Este, es ocasión para conocer mejor el testimonio, siempre de gran impacto catequético, de un testigo de la fe de nuestro tiempo
Cardenal Miloslav Vlk, un hombre verdadero
Nos ha dejado un gigante de la Iglesia contemporánea, el Cardenal checo Miloslav Vlk (7 de mayo de 1932 – 17 de marzo de 2017). Un “hombre verdadero” que pasó en una década de ser un limpiacristales a cardenal y al que se le pueden atribuir, una a una, todas las características del hombre verdadero del famoso “Si” de Rudyard Kipling.
Si tienes en ti mismo una fe que te niegan…
Vivió una infancia dura en la Bohemia Meridional, repartiendo su tiempo entre la escuela elemental y el trabajo en la granja familiar. Un poster vocacional en la puerta de su parroquia fue el acicate para albergar con 11 años su vocación sacerdotal. El régimen comunista hacía prácticamente inviable estudiar teología, por lo que pasó su juventud entre el trabajo en una fabrica de automóviles, el servicio militar y los estudios universitarios para convertirse en un experto archivero, llegando a ocupar cargos de responsabilidad profesional y a publicar artículos científicos sobre la materia.
Pero no cejo en su vocación. Al fin, en 1964, consigue empezar sus estudios teológicos. En medio de la “Primavera de Praga”, en 1968, es ordenado sacerdote. Su enorme predicamento como secretario del obispo, lo convirtió en blanco preocupante para el Régimen comunista, que forzó su cambio de destino a unas parroquias de montaña en la Selva de Bohemia. Pero no les basto. En 1971 la entonces República Checoslovava, perteneciente a la URSS, le prohíbe ejercer su ministerio sacerdotal. En Praga, de 1978 a 1986, prefirió el duro trabajo de limpiacristales al ejercicio de su profesión en la archivística. ¿Por qué? Porque limpiando cristales en la calle podía hablar con la gente que pasaba y, clandestinamente, alentarles en su fe y en su esperanza en medio de la persecución, y administrarles el sacramento de la reconciliación.
Si esperas en tu puesto, sin fatiga en la espera…
Supo ejercer la paciencia, desde la confianza en Dios, con la virtud de la esperanza y el ejercicio de la espera. Y en la espera irrumpió la providencia. La Revolución de Terciopelo (1989) cambió su vida, como la de todos los checos. En su caso, en una sucesión de cambios al ritmo de cada año. No sólo recobró la libertad del ejercicio de su ministerio sacerdotal, sino que San Juan Pablo II lo nombró obispo de una pequeña diócesis checa (1990) y, al año, lo nombró arzobispo de Praga (1991). Y al año siguiente los obispos checos lo nombran presidente de la Conferencia Episcopal Checa (1992).
Era necesario para la Iglesia checa salir de las catacumbas de mano del testimonio vivo de la Iglesia de la clandestinidad, de la Iglesia de la resistencia, de la Iglesia que no se plegó cómodamente al control de aquella dictadura que había tenido subyugado al pueblo checo como al resto de los pueblos de la Europa del Este. Y a los dos años fue creado Cardenal (1994). En muy pocos años, de sacerdote clandestino limpiando cristales a estrecho colaborador del Papa desde el reducido Colegio Cardenalicio.
Si todos te reclaman y ni uno te precisa…
Siendo Cardenal, desde entonces hasta su fallecimiento, el Cardenal Vlk no pasó desapercibido para el devenir de la Iglesia de nuestro tiempo, no sólo en Praga, sino en Roma, en Europa, en el mundo entero. Fue prácticamente el impulsor fundacional de una Institución eclesial, gracias a él, hoy en día importantísima: El Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas, que presidió desde 1993 a 2001, dando forma a un trabajo de comunión eclesial de todos los obispos europeos, del Este y el Oeste, sin precedentes, tanto hacia dentro, favoreciendo un común descernimiento de los obispos europeos, frecuentemente por él reunidos en grupos de diversos focos de atención pastoral. Y exteriormente, tanto en la fluida relación con las instituciones de la Unión Europea como en el despliegue de innumerables iniciativas en el campo ecuménico e interreligioso.
El Cardenal Vlk, además, tuvo un gran protagonismo en los dos sínodos sobre Europa, el de 1991 (como secretario general) y el de 1999. Desde las Congregaciones Generales y el Sínodo de 2005, tras el fallecimiento de San Juan Pablo II, fue el rostro visible de la Iglesia del Este Europeo, tras el legado del Papa Magno. De hecho, su pensamiento sobre Europa tuvo gran eco no sólo en el Papa y en la Iglesia, sino también en el mundo del europeísmo laico y de las instituciones comunitarias.
Si vuelves al comienzo de la obra perdida, aunque esta obra sea la de toda tu vida…
Su primera pasión fue la comunión. Su segunda pasión fue el laicado. Empiezo por la segunda: la pasión por el laicado. Con ocasión del viaje de Benedicto XVI a Chequia en el año 2009, tuvo que hacer de anfitrión. Explicó entonces que este viaje del Papa suponía a la vez reconocimiento e impulso a la Iglesia checa, que por fin podía contar abiertamente con la riqueza del laicado: “Durante el comunismo, que duró 40 años, toda la actividad de la Iglesia estaba controlada. Sólo los sacerdotes tenían permiso para desempeñar actividades eclesiales. Los laicos no podían colaborar con los sacerdotes en las actividades apostólicas y pastorales. Estaba prohibido. Por tanto, tras la caída del comunismo, ha sido necesario reavivar la participación de los laicos en la actividad pastoral de la Iglesia”. En aquel viaje, por cierto, Benedicto XVI dijo: “Pienso en los escritos de Václav Havel, del cardenal Vlk, en personalidades como el cardenal Tomásek, que realmente han dado a Europa un mensaje de lo que es la libertad y de cómo tenemos que vivir y trabajar en libertad”.
Si nadie que te hiera llega a hacerte herida…
Recuerdo que dio la vuelta al mundo entero unas declaraciones suyas en 2010, advirtiendo que la Europa del futuro, desgraciadamente, corría el riesgo de dejar de ser un continente secularizado, porque por el vacío de contenido real de los cristianos, y el envejecimiento paulatino de la población, crecería la presencia musulmana, con el peligro de una islamización de Europa que no sólo pondría en jaque sus raíces cristianas, sino también las de la modernidad. No todos entendieron estas declaraciones que, por otro lado, con ocasión del segundo Sínodo sobre Europa, ya había apuntado un año antes. Se trataba de una llamada a la conversión y a la autenticidad de los católicos europeos. De hecho, el Cardenal Vlk fue siempre muy criticado por la extrema derecha europea por su permanente denuncia de la creciente xenofobia por ella alimentada, y por la por él alentada y coordinada llamada de todos los obispos europeos a la acogida de los emigrantes. También fue muy criticado por los seguidores del cisma de Lefevre, al advertir Vlk de la deriva antisemitista y neonazi que tomaban sus ámbitos de influencia.
Recuerdo también que un cardenal que en ese Sínodo cuestionaba su lenguaje a la hora de revalorizar el papel de los laicos y de los nuevos movimientos y comunidades eclesiales, fundamentalmente laicales. Solía decir que el Espíritu Santo actuó en el siglo XX en la Iglesia con dos manos (en toda la reforma eclesial, pero especialmente en lo referente al despertar de los laicos): con una mano promoviendo en la Jerarquía de la Iglesia un nuevo rumbo a través del Concilio Vaticano II. Y con la otra mano, promoviendo en el ámbito carismático de la Iglesia nuevas formas de presencia y de evangelización a través de los movimientos. En una entrevista que le hice en el año 2005 tuve la ocasión de comentarle, off de record, esta particular inquietud suscitada por uno de sus pensamientos más incisivos y por otro lado determinantes en el pontificado de San Juan Pablo II. Para él hablar de Iglesia jerárquica e Iglesia carismática no es hablar de dos iglesias, ni siquiera de dos partes de la Iglesia, sino de dos dimensiones, inseparables, y como decía San Juan Pablo II, coesenciales.
Si eres bueno y no finges ser mejor de lo que eres…
¿Y su pasión por la comunión? Bien se puede definir el ejercicio de esta pasión en su vida con las palabras de San Juan Pablo II en Novo Millenio Ineunte, sobre la necesidad de sostener las estructuras de comunión con la espiritualidad de comunión, dando vida a esas palabras del Papa Magno: “Espiritualidad de la comunión significa capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente”.
Pará él esta espiritualidad de comunión encontraba, ya desde sus años de sacerdote clandestino, un modos vivendi excepcional en la espiritualidad de la unidad del Movimiento de los Focolares. De hecho, fue durante décadas uno de los más estrechos colaboradores de su fundadora, Chiara Lubich, coordinando la rama de los obispos de este movimiento, más de ochocientos en todo el mundo, para quienes el ideal de la unidad de la Sierva de Dios fallecida en 2008, era y es fuente espiritual para el ejercicio de su ministerio episcopal.
Si llenas el minuto inolvidable y cierto, de sesenta segundos que te llevan al cielo….
Para ellos, como para sacerdotes vinculados a este movimiento de todo el mundo, Vlk ejerció un gran liderazgo, por su sencillez, por su autenticidad, por la hondura de su testimonio. La purpura no conseguía esconder la experiencia de un hombre forjado en el dolor y en la docilidad a Dios. La mirada penetrante de sus pequeños ojos, enmarcados en su recio semblante, no dejaban a nadie indiferente. Sabía escuchar, y sabia sonreír con ternura. Es como si dijese o hiciese lo que fuera siempre te mostrase los estigmas invisibles de la persecución padecida, pero no sólo desde el misterio de la cruz, sino desde la alegría y la esperanza de la resurrección.
Vlk aprendió tanto de la mística que abrazaba, como de la azarosa vida que le toco vivir, una insistente lección: vivir el momento presente como un presente de Dios, de su providencia. Cerrando las heridas del pasado con el perdón, asomándose sin agobios ni pesimismos hacia el futuro, sino “primereando”, como dice el Papa Francisco, con el amor concreto. Este fue su secreto, este fue el hilo de oro de la impresionante historia de su vida.