VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A): EL PERDÓN

Eclesiástico 27, 33-28,9; Romanos 14, 7-9; Mateo18, 21-35

HABLA LA PALABRA: Hasta setenta veces siete

La Palabra de este domingo nos habla de la pregunta más difícil del examen de la vida, la pregunta por el perdón. La asignatura pendiente de muchos que pudieron tener matricula de honor en santidad, y se quedaron no ya en un triste aprobado, sino en un suspenso tremendo, porque no sólo pusieron en jaque su vida eterna, sino que malograron su vida terrena por que el rencor inhabilita para la felicidad:

  • En el libro del Eclesiástico nos encontramos con una promesa divina inamovible: Si perdonamos la ofensa de nuestros prójimos, Dios perdonará nuestras ofensas en cuanto se lo pidamos.
  • El salmo 102 nos recuerda que “Dios es compasivo y misericordioso”. Y si como nos dice Pablo en su carta a los Romanos, “si vivimos, vivimos para el Señor”, y “si morimos, morimos para el Señor”, ¿es posible entonces vivir sin el perdón y la misericordia? Y, ¿es posible morir sin morir al odio y al rencor?
  • En el Evangelio Jesús nos dice, a través de la parábola de deudor endeudado, que debemos perdonar hasta setenta veces siete. Es decir, siempre, sin excepción.

HABLA EL CORAZÓN: Cuatro perlas sobre el Perdón:

“Alejad de vosotros toda amargura, arrebato, cólera, gritería, blasfemia, y toda malignidad. Sed más bien unos para otros bondadosos, compasivos y perdonaos los unos a los otros, como Dios os ha perdonado en Cristo” (Ef. 4, 31-32). El perdón ha removido el corazón de los inteligentes, que de él han dicho cosas como estas.

  • El perdón cuesta, pero es posible: San Agustín decía: “Algunas veces perdonas con la boca y guardas el rencor en el corazón: perdonas con la boca por respeto a los hombres y guardas rencor en tu corazón, sin hacer cuenta ni temer la vista de Dios (…) No retengas en tu interior enemistad alguna contra nadie, porque mucho más grande es el mal que estas enemistades inveteradas causan a tu corazón”.
  • El perdón no exime de la justicia, sino que la fortalece: Georges Chevrot decía: “El perdón tiende a rehabilitar al culpable no a negar su culpabilidad. Cuando le otorgáis el perdón, no le dispensáis de reparar su culpa sino que le ayudáis a ello. Si su delito o su crimen le han valido la sanción de los tribunales, vosotros no las anuláis; pero cuando él se entera de que no ha perdido por completo vuestra estima puede encontrar en su castigo un medio de defenderse en el porvenir de su debilidad. La misericordia no se sustituye con la justicia, sino que le confiere su plena eficacia; es propiamente un acto de justicia”.
  • El perdón es doblemente bendito: Decía William Shakespeare que “el perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito: bendice al que lo da y a quien lo recibe”. Y si contamos con el origen del perdón, es triple, porque también “dice bien” de Dios, en cuanto dice verdad de cómo es su amor.
  • El perdón nos asemeja a Dios: “Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar”, decía San Juan Crisóstomo.

HABLA LA VIDA: Lo más bonito que me ha pasado nunca

Podríamos ejemplarizar la experiencia del perdón con historias maravillosas y verdaderamente heroicas en las víctimas del odio han perdonado a los criminales que les arrebataron la vida de sus seres más queridos. Pero es mejor poner un ejemplo más doméstico, como el que cuenta Marcelo López Cambonero de un amigo suyo:

Tras la prohibición de un padre a su hija adolescente de ir a un sitio con sus amigos que le pareció inapropiado, la niña le había contestado algo airada, atolondrada, indicándole con cierta mala leche que “cuando tenga dieciocho años me voy a ir de casa y voy a hacer lo que me dé la gana”. Ni qué decir tiene que el padre quedo turbado por la respuesta pero, acercándose con mimo al corazón de su pequeña, le dijo algo parecido a esto: “Cariño, yo sé que tú quieres tener libertad y hacer muchas cosas en la vida. Para eso me esfuerzo tanto desde que naciste, para que cuando seas mayor puedas tomar tus decisiones con madurez y libertad. No te preocupes que entonces no te molestaré ni interferiré en lo que hagas. Es más, te querré en todo caso. Estoy seguro de que vas a ser una mujer con un gran criterio”.

Ella quedó callada, tal vez desbordada ante la prudencia de su padre o sorprendida por no tener ningún enemigo con el que saciar sus impulsos. Mientras, el papi intentaba digerir la importuna conversación. Pasada la jornada, por la noche, se acercó a la habitación de su princesa para darle un beso de buenas noches. “¿Cómo estás? Bien. ¿Estás más tranquila? Sí. ¿Por qué me preguntas eso? Bueno… esta tarde has dicho una cosa que me ha hecho un poquito de daño. Yo te quiero muchísimo”. Entonces ella se inclinó un poco, levantando la espalda y, mirándole a los ojos, le dijo: “Yo también te quiero. Siento mucho lo que he dicho. Me he pasado. Perdóname”. Cuando este padre lo cuenta se le entrecorta la voz y dice: “En realidad es lo más bonito que me ha pasado nunca. El perdón es lo más grande que puede haber en el corazón humano”.

Manuel María Bru AlonsoDelegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid