Es imposible, leyendo las lecturas de este domingo, no recordar las imágenes del Papa Francisco en sus últimos viajes, y es imposible olvidar las palabras del único profeta creíble de nuestro tiempo, igualitas a las de la profecía de María en el Magníficat: “derribará del trono a los poderosos y enaltecerá a los humildes”.
- Profetas son aquellos de los que se sirve el Eterno Padre para decirnos verdades como puños, como el Apóstol Santiago, que anuncia la desgracia para aquellos que acumulan riquezas corruptibles, vestidos apolillados, y oro y plata herrumbrados.
- Profetas son aquellos que, como el salmista, libres de toda arrogancia, saben que “la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma”, y la proclaman con su palabra y con su vida, porque “el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante”.
- Y profetas son también todos aquellos que aunque no encajen para nada en los cánones establecidos, nos incomodan, como Josué le hace ver a Moisés (en la primera lectura del libro de los Números), o Juan a Jesús (en el Evangelio de Marcos). Cuando tanto Moisés como Jesús coinciden en reconocerlos, porque “el que no está contra nosotros está a favor nuestro”.
De hecho vemos que en el Evangelio de hoy, aunque no les atribuya explícitamente estos adjetivos, Jesús nos habla de dos tipos antagónicos de escándalo: el escándalo bueno, y el escándalo malo.
- El escándalo malo es el de los que viven de un modo totalmente contrario a lo que predican (los falsos profetas), por lo que “más le valdría que les encajasen una piedra de molino y los echasen al mar”.
- El escándalo bueno, en cambio, es el de los profetas que nos escandalizan porque desmontan nuestras contradicciones. No son los que nos recuerdan que erramos en aquello que sabemos y admitimos que erramos, sino que nos muestran que erramos en aquello de lo que ni de lejos estamos dispuestos a reconocer que erramos.
- El escándalo bueno es el que desmorona nuestras seguridades y
- nos hace dudar de nuestras certezas,
- cuestiona nuestros hábitos,
- desvela nuestras miserias,
- despierta nuestras conciencias.
3.- Es curioso pero, ¿no nos pasa un poco esto con el Papa Francisco? Eso me ha parecido al menos a mí esta semana, por dos hechos, uno en el ámbito de la recreación, y otro en el de la información:
- En el de la recreación: ¿Habéis visto ya la película “El Padre Jorge?. He oído de católicos juiciosos críticas inimaginables. Y, perdonad mi atrevimiento, no creo que les haya escandalizado la película, sino la personalidad del Padre Jorge, del Papa, por su radicalidad evangélica. Y que como es él mismo, también la película llegue a todos, creyentes y, sobre todo, no creyentes. Ya decía ese gran filósofo y cinéfilo entusiasta que fue Julián Marías, que una buena película se aquella que provoca que, al salir del cine, tengas ganas de ser mejor persona.
- En el ámbito de la información: sin que sirva de precedente, los medios laicistas han tratado mejor al Papa que los supuestamente afines, escandalizados por el discurso de un Papa que no alecciona a un pueblo sencillo, aunque no bendiga su sistema sin libertades, y en cambio si que denuncia a quienes alardean de libertad, pero esclavizan, venden armas hasta a sus enemigos, y se arrogan el papel de Dios para decidir cuando alguien es digno o no seguir con vida.
No nos quedemos sólo con el buen propósito de no escandalizar, que además es un propósito con muy poco recorrido sino va unido al deseo, y la suplica humilde, por intentar ser lo menos incoherentes posible.
- Ojalá también deseemos que los buenos profetas, como el Papa Francisco, nos escandalicen con palabras que nunca habíamos oído, con gestos que nunca habíamos visto, y no sólo nos de respuestas, sino también interrogantes que pongan en duda nuestras seguridades.
- Y ojalá también podamos superar prejuicios y con el mismo ardor con el que abrazamos la fe que gratuitamente hemos recibido, abracemos como hace el Papa a quienes, aunque no crean en Dios, parece que Él si cree en ellos, y nos demos cuenta de una vez por todas de que “quien no está contra nosotros, está a favor nuestro”.
HOMILÍA DEL DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO