Siguiendo la propuesta mini-reflexiones sobre la catequesis para este verano, esta semana ofrecemos estas notas sobre la identidad del catequista como enviado a hacer discípulos:
EL CATEQUISTA ENVIADO A HACER DISCÍPULOS
El catequista debe ser consciente de que es un elegido y un enviado del mismo Jesús. En la doble dimensión de predilecto divino y de responsable de un ministerio al servicio de los hombres, el catequista tiene que hacerse consciente de su identidad de “llamado por Dios”.
– Es elegido y por lo tanto tiene una vocación singular. Jesús es claro: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido a vosotros». (Jn. 15. 16).
Ser catequista es una vocación de entrega y sacrificio. La experiencia del profeta Jeremías es reveladora:
«Recibí esta palabra del Señor:
Antes de formarte en el vientre, te escogí,
antes de que salieras del seno materno, te consagré,
te nombré profeta de los gentiles…» (Jer. 1. 5-9)
– Es enviado a los hombres para anunciarles la salvación
También Jesús es explícito: «Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos míos por todas las naciones de la tierra, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Mirad que yo me quedaré con vosotros hasta la consumación de los siglos». (Mt. 28. 20)
Por lo tanto, el catequista es y tiene que sentirse partícipe y colaborador de la misión de Jesús, a lo largo del tiempo y a lo ancho de toda la tierra.
– Participa en la misión de Jesús, que sigue actuando por su medio.
– Anuncia el Evangelio por todas las partes, por que el Señor lo mandó.
– Se siente movido por el Espíritu de Jesús y no por el propio.
– Descubre a los hermanos como amados por el mismo Dios.
– Siente que actúa como mediador o sacramento en medio de los elegidos.
Pablo VI decía en su exhortación: «El Espíritu Santo es el agente principal de la e vangelización, el maestro interior que explica a tos fíeles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y de su misterio». (Evangelii Nuntiandi, 75)