Archimadrid.- Flores amarillas y blancas, el color del Vaticano, en el altar y a los pies del ambón. El frontal de altar del siglo XVI, estilo escurialense, que ya se usó para la Pascua, con el mantel con laterales de encaje, ajuar de la catedral desde su inauguración, en el año 1993. El Crucifijo de Juan de Mesa, en el presbiterio, ante el que se sitúan un centenar de sacerdotes. Y el acompañamiento musical, a cargo de la escolanía de la abadía benedictina de la Santa Cruz.

La Misa funeral por el eterno descanso del Papa Francisco, celebrada este martes 29 de abril, congregaba en la catedral de la Almudena a cientos de fieles, muchos de ellos ocupando los laterales de pie, para dar gracias por su vida y rezar por él. «Lo hacemos como diócesis, como comunidad y como Iglesia que camina aquí en Madrid», decía el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, al comienzo de la celebración. «Os agradezco de verdad el esfuerzo [de acudir] en un día complicado de falta de luz», pero a la vez de una «gran luz» que ilumina los corazones, la «luz que viene del Resucitado».

La presencia de las autoridades —entre ellas el alcalde de la ciudad de Madrid, José Luis Martínez-Almeida— manifestaba, en palabras del cardenal, que «la Iglesia tiene el reto de abrazar a nuestros vecinos y vecinas». Le acompañaban también los obispos auxiliares de Madrid José Antonio Álvarez, Juan Antonio Martínez Camino y Vicente Martín. Asimismo, ha concelebrado el obispo emérito de Almería, Adolfo González Montes.

La oración colecta pedía a Dios por que el Papa «goce con alegría junto a ti en el cielo para siempre» y el arozbispo de Madrid se refería al Papa al comienzo de su homilía como el hombre que «nos hizo sentirnos en casa, dentro de la Iglesia, con nuestras imperfecciones y dudas», y como aquel que «fue aclamado y hasta malinterpretado». Pero «acudir al Papa, acudir a la Iglesia», significa hacerse las preguntas sobre lo esencial, entre otros, cuál es el sentido de la vida y qué significa vivir desde Dios en un mundo complicado.

Buscador de Dios
La vida del Papa Francisco, al igual que la de Nicodemo —a quien la liturgia de la Iglesia presenta estos días—, «fue la de quien busca a Dios con honestidad entre los apagones de la historia». Su voz «resonó como un eco del Evangelio en los sínodos», pero, ha terciado, «si nos quedásemos solo con el análisis social e histórico, nos quedaríamos cortos».

Porque Francisco, como Papa, fue «un testigo en medio del mundo» que «nos apuntó hacia Dios» desde una experiencia profunda del Espíritu. «Francisco caminó entre nosotros como pastor, con sencillez, con una sonrisa franca». Y hablaba de lo esencial, «la misericordia, la alegría del Evangelio, la ternura de Dios».

Enseñó que la Iglesia ha de ser una «casa con las puertas abiertas», habló de salir, de no quedarse en la sacristías y en las comodidades, «sino de llevar a Jesús a los pobres». Fue un hombre «nacido del Espíritu» y «convencido de que el cristiano debe dejarse llevar por el Espíritu». Dejó como legado espiritual el «ayudarnos a despojar el Evangelio de inercias, y hasta de ideologías, y acogerlo en su sencillez y en su poder».

El Papa de la misericordia
Algunas de las palabras que el cardenal Cobo pronunciaba en su homilía resonaban también en muchos de los que habían acudido a la catedral a rezar por el Papa. «La misericordia era el mayor mensaje; ha sido el Papa de la misericordia», decía Manuel, junto a su esposa y sus nietas; para una de ellas, Lara, el Papa fue «un hombre cercano con los jóvenes, se le entendía muy bien».

Así pensaba también Marta, de 17 años, de la parroquia Santos Inocentes, que además destacaba que «siempre era muy alegre y humilde». Patri, también de la parroquia y amiga de Marta, se acuerda de cómo en la JMJ de Lisboa del año pasado percibieron el compromiso del Papa con los jóvenes. «Nos ayuda mucho porque lo vemos como un modelo a seguir». Y le pide «que continúe guiando desde el cielo a todos los jóvenes para poder seguir a Jesús».

Había en la catedral también, aparte de jóvenes, religiosas. Como las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, a quienes el Papa tenía mucho aprecio, contaban, porque las conocía de Argentina. «Venimos a darle las gracias por todo lo que ha hecho en la Iglesia, y en la vida consagrada en concreto». Las animaba, recuerdan, a «que viéramos en el anciano el rostro de Cristo». «Para mí personalmente fue un padre», resumía una de las hermanas.

Los mayores también querían estar en la catedral. Como Soledad, «Marisol en confianza», que se ayudaba de una muleta para caminar. «Quería incorporarme a la celebración con la Iglesia de Madrid», dice, con firmeza. «Estar hoy aquí, a esta hora, con el cardenal». Para ella ha sido «una renovación de mi pertenencia a la Iglesia». Del Papa Francisco «destacaría todo», pero si hay que quedarse con algo, «el poner a los primeros de Jesús en su lugar».

En definitiva, y como decía el cardenal Cobo al concluir la Eucaristía, «veo que hay mucho cariño aquí; el amor es lo que construye nuestra Iglesia y una humanidad sin apagones».