Infomadrid, 18-06-2020.- Este sábado 20 de junio, a las 11:00 horas, la catedral de Santa María la Real de la Almudena acogerá una solemne celebración de la Eucaristía durante la cual el cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, ordenará a 21 nuevos presbíteros. De ellos, 18 para la diócesis de Madrid.
Del Seminario Conciliar: Pablo Carlos Alcolea Arroyo; Carlos Domingo Cabrera Rodríguez; Juan Cobo Abascal; Jesús Manuel Crespo Sesmero; Ignacio Escrivá Uriarte; Francisco Javier Fleitas Reyes; Miguel Luna Aguado; Jorge Olábarri Azagra; Carlos Pérez Criado; Francisco Alejandro Pulido Pulido; Martín Rodajo Morales; Alejandro Ruiz-Mateos Albarracín; José Ignacio Sánchez Carazo, y Jesús Torres Fernández.
Del Seminario Redemptoris Mater: Gabriel Gil Vera; Jean Yves Ndo; Rubén Pérez Ayala, y José María Valdés Conca.
De la diócesis de Kaya (Burkina Faso): Wendé Théodore Kabore y Antoine Sawadogo.
De Verbum Dei: Francisco García.
Debido a las limitaciones por la pandemia del coronavirus, el aforo del templo es limitado y la Eucaristía también podrá seguirse en directo por el canal de YouTube de la diócesis.
Más información
- Folleto de las ordenaciones
- Reportaje con los testimonios de varios seminaristas
- Web del Seminario Conciliar de Madrid
Cada una de las vidas de los 21 hombres que se van a ordenar sacerdotes este sábado, 20 de junio, (en la imagen superior, el día de su ordenación diaconal) es una «provocación al mundo y a sus ambientes». Porque son la constatación, explica José Antonio Álvarez, rector del Seminario Conciliar de Madrid, de que «uno vive para ser feliz y este camino solo es posible siguiendo al Señor». En su caso, siendo sacerdotes.
El cardenal Carlos Osoro presidirá en la catedral de la Almudena la celebración, en la que recibirán el Orden sacerdotal 14 diáconos del Seminario Conciliar de Madrid, cuatro del Redemptoris Mater, dos de la diócesis de Kaya de Burkina Faso y uno de Verbum Dei.
Los ordenandos llegan a la celebración del día 20 a las 11:00 horas –que podrá seguirse a través de YouTube– con mucha alegría e ilusión después de hacer un camino de abajamiento en sus años de formación. Desde la autosuficiencia inicial de un «he sido llamado porque lo valgo» se pasa a la humildad que se vive al final, «qué grande es Dios que a pesar de mi fragilidad me ha llamado». «Uno percibe que la llamada no es fruto de los méritos personales sino obra de Dios», puntualiza el rector.
«Sacerdote, profesor y payaso»
Esa vocación común al sacerdocio es sin embargo una historia personal de Dios con cada uno de ellos. «No hay un molde», explica Francisco Alejandro Pulido, de 30 años, uno de los diáconos. Cuando le preguntaban, de niño, qué quería ser de mayor, siempre respondía que «sacerdote, profesor y payaso». «Mi madre dice que se han cumplido las tres», bromea.
Nacido y crecido en Hortaleza, un barrio muy secularizado de «gente de clase media, sencilla, muy trabajadora», Pulido, el pequeño de tres hermanos, siempre tuvo clara su vocación. A pesar de no tener una familia especialmente religiosa, él desarrolló desde muy pequeñito una «una amistad muy profunda con Jesús, muy natural; no sabía que rezaba, para mí era estar con mi amigo».
Por eso su entrada en el seminario, a los 23 años, no sorprendió demasiado; de hecho, lo que más costó en casa fue que se marchara, y no tanto a dónde. Atrás habían quedado las catequesis para la Comunión y la Confirmación en su parroquia y los años en el colegio de los paúles del barrio. Sin más. Hasta que a los 16 años, ya en el colegio público San Juan Bautista, su profesora de Religión –sí, una asignatura tan denostada pero que da frutos– «me llevó a involucrarme más en la vida de la Iglesia».
Estudió Psicología en la Complutense «por el deseo de ayudar, de comprender a la persona», algo que está muy en relación con el origen de su vocación. «Recibí de niño la llamada al sacerdocio metiéndome en la escena de la Última Cena. Ver al Señor instituyendo el sacerdocio, lavando los pies, la Eucaristía… me llevaba a pensar que mi vida iba por aquí». Su lema sacerdotal es «He venido para que tengan vida y vida en abundancia» (Jn 10, 10).
El paso por la universidad, unos años que para él fueron «muy interesantes, muy movidos, en un ambiente muy plural», le llevó a involucrarse en la pastoral universitaria. Y de ahí, al seminario. Ya solo el hecho de entrar, que este joven define como «anticultural», fue testimonio en su entorno. «Para mi padre, todo esto ha supuesto volver a la práctica de la fe; y mis amigos del barrio ya me están diciendo que si les caso, les bautizo a los hijos… La mies está para trillarla y con el Señor podremos».
Sin billete a casa por el COVID-19
El desprendimiento de tanto en estos momentos difíciles de pospandemia lo está viviendo de primera mano Antoine Sawadogo. Natural de Burkina Faso, este joven de 32 años tendría que estar ya en su diócesis de Kaya para ordenarse allí el próximo 4 de julio. Pero «el Señor siempre nos sorprende y esto es el sentido de la vocación: si hemos dicho sí desde el principio, ahora, que es un momento crucial, también tenemos que saber decir este sí».
Así se lo explicó en un mensaje de WhatsApp a su familia. La respuesta de su hermano mayor explica, y mucho, el caldo de cultivo en el que nació la vocación de Antoine: «Nos mandó un audio de 15 minutos con los pasajes del Evangelio en los que Cristo pide a sus discípulos el despojamiento; entre ellos el de la llamada de Mateo, al que Jesús le dijo “sígueme” y punto».
Sawadogo también quiso ser sacerdote desde niño. Cuarto de cinco hermanos, nació casualmente en Costa de Marfil, donde sus padres habían emigrado, en una población sin iglesia y cuya parroquia estaba a más de 100 kilómetros. Sus padre y otros fieles crearon una comunidad cristiana atendidos por un sacerdote que le «impactaba».
Ya de vuelta, cuando contaba 10 años, en una Burkina Faso de mayoría musulmana, se involucró en su parroquia, esta vez al lado de su casa, conoció a un grupo de seminaristas menores y empezó a sentir el deseo de ser como ellos. Y también como «aquel cura que yo veía en el altar». Entró en el seminario menor, luego en el diocesano, y cuando estaba en tercero, su obispo le envío a estudiar a España junto a otro compañero.
«Al llegar nos mandaron otra vez a primero», cuenta divertido en un español casi perfecto que aprendió en buena medida de los niños de catequesis. «Al principio se partían de la risa conmigo, y yo también». Reconoce que estos años han sido fantásticos, «me han permitido un encuentro personal con la persona de Cristo, y ahora mi relación con Él está muy bien fundada».
Se siente muy agradecido al cardenal Carlos Osoro, a los formadores del seminario y al párroco y feligreses de la parroquia en la que ha desarrollado su formación de pastoral, San Andrés, en Villaverde Alto. «Quizás en Navidad esté de vuelta en mi país y pueda celebrar mi primera Misa allí para dar gracias al Señor junto a mi familia».
Este diácono ha elegido como lema sacerdotal «la tercera respuesta que le da Pedro a Jesús: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21, 17)», y la ha incluido en su escudo, una tradición en su diócesis para los nuevos sacerdotes que se ordenan. En él está representada la cruz en el centro: «La centralidad de la cruz, que es como yo entiendo el sacerdocio, la entrega amorosa de Dios a la que me llama a mí».
Vocación tardía
Muy diferente fue la vocación de José Ignacio Sánchez, que tiene 60 años y es el mayor de los seminaristas. Todo surgió tras la muerte de su madre, en 2012, a la que había cuidado en sus últimos años de vida. Empezó a asistir entonces a un grupo de la Comunidad de Grupos Católicos Loyola e inició un acompañamiento espiritual con un sacerdote de allí con quien hizo unos meses de discernimiento vocacional previos a su entrada en el seminario.
Ingeniero industrial por ICAI y funcionario del Ministerio de Industria, José Ignacio ya había estudiado en tiempos Teología. Reconoce que, a pesar de tener su vida muy hecha, «no me costó nada adaptarme al seminario, lo he pasado fenomenal». Tampoco extrañó en su entorno su decisión; de hecho, «mi jefe me ha dicho que no se quiere perder mi primera Misa».
Para su ministerio ha elegido el lema «No tienen vino» (Jn 2, 3) porque quiere que la Virgen «haga conmigo como hizo con los novios; que antes de que yo se lo pida, ante la dificultad, la tentación, los problemas, Ella le pida a Jesús por mí». De cara a su futuro sacerdocio, desea que «el tiempo que Dios me dé esté en disponibilidad; que allí donde me manden, lo que haga sea con ilusión y entrega».
Misión en Madrid
Los futuros sacerdotes (en la imagen superior, el día en que fueron ordenados diáconos) son muy conscientes de que vivimos en una «sociedad poscristiana», como la define el rector del seminario. En ella hay gente alejada de la Iglesia, indiferente o abiertamente beligerante, y también aquellos que directamente no conocen a Dios. Urge la Iglesia en salida de la que tanto habla el Papa Francisco. «Este tiempo –añade Pulido– no es para replegarnos y defendernos sino para ir a lo esencial del Evangelio, que no es una ideología, es una relación viva con Cristo».
Además, han sabido leer los signos de los tiempos, de tanto sufrimiento y dolor, y esto les configura. «Hay una orientación de cómo tenemos que ser sacerdotes, muy cercanos a la gente; el pastor tiene que conocer a las ovejas por su nombre, y esto implica también conocer sus sufrimientos, sus alegrías», destaca el ordenando.
Generar comunidades cristianas será también un reto para ellos. «El peligro de hoy es un cristianismo muy individualista, pero o se vive en comunidad o no es verdaderamente experiencia cristiana», explica Álvarez. Y concluye poniendo de relieve la importancia también de que los nuevos sacerdotes caminen «no como francotiradores sino como verdaderos hermanos formando parte de un cuerpo que es el presbiterio».