Infomadrid, 9-09-2020.- El cardenal Carlos Osoro retoma sus cartas semanales tras el verano haciendo una llamada al cuidado de la casa común, con la vista puesta en la celebración ecuménica Tiempo de la Creación este mes. Dios creó todo lo que existe, recuerda, «también al ser humano […] para amar y no para explotar o expoliar».
Sin embargo, en la actualidad «hemos perdido la conciencia del encargo recibido de Dios» de guardar y promover todo lo creado. Urge el cuidado de la tierra, sostiene el arzobispo de Madrid; todo lo que le sucede afecta al hombre. «No hay progreso –explica– cuando se produce una degradación social de la tierra, que golpea de forma especial a los más pobres».
Por eso, el purpurado alerta contra el olvido de «dos sustantivos esenciales, hijos y hermanos», lo que supone «una tragedia para las relaciones y para la tierra». «Eduquemos haciendo conscientes a todos de que nuestra dignidad humana pasa por vivir como hijos y hermanos», destaca, y hace tres propuestas para impulsar esta educación: entrar en contacto con la naturaleza; «vivir en el amor y respeto hacia la creación que es obra de Dios», y asumir el «deber moral» de cuidarla.
Texto completo de la carta
Hace unos días celebramos la fiesta de santa Teresa de Calcuta. Junto a las hermanas y a los que residen con ellas recordaba una expresión de la madre Teresa: «Si no tenemos paz en el mundo es porque hemos olvidado que nos pertenecemos el uno al otro»; en definitiva, hemos aparcado a quienes viven con nosotros, en esta casa común que Dios hizo para todos, como si no tuvieran nada que ver con nosotros. Como recoge el Génesis, Dios creó todo lo que existe, también al ser humano, por amor y lo puso al servicio de todos: «Dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra”. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó». Fuimos creados a imagen de Dios, que es Amor, para amar y no para explotar o expoliar. Por ello sostenía madre Teresa que «la falta de amor es la mayor pobreza» y pedía que «no deis solo lo superfluo, dad vuestro corazón».
¡Qué bueno es tomar conciencia de que somos parte de una sola familia humana! Estamos llamados a vivir en esta casa común creada por Dios, con la gran belleza que ha dado a todo lo creado y que nos pidió guardar y promover. Hemos perdido la conciencia del encargo recibido de Dios. Aunque en algunos ámbitos se estén dando pasos, tenemos que promover una educación que logre poner en el corazón del ser humano la urgencia del cuidado de la tierra, que se sienta y perciba en todas las partes.
Sepamos ver al ser humano como una criatura de este mundo, que tiene derecho a vivir y a ser feliz. Además, es imagen de Dios y así ostenta tal dignidad que no podemos esconderla o estropearla. Todo lo que sucede en esta tierra afecta a su vida: la degradación del medio ambiente en muchos lugares, los descartes… No hay progreso cuando se produce una degradación social de la tierra, que golpea de forma especial a los más pobres. El olvido de dos sustantivos esenciales, hijos y hermanos, es una tragedia para las relaciones y para la tierra. Como recuerda el Papa, «hoy no podemos dejar de reconocer que un planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (LS 49).
La pregunta que Dios hizo a Caín cuando este mató a su hermano, Abel, sigue teniendo actualidad para nosotros: «¿Dónde está tu hermano?». Y no podemos responder: «No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?». Hemos de saber dónde está, qué tiene, qué le pasa; es mi hermano y es hijo de Dios. Eduquemos haciendo conscientes a todos de que nuestra dignidad humana pasa por vivir como hijos y hermanos. Si no, primarán la especulación, los abusos, que ignoran los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Para impulsar esta educación propongo:
1. Tener a mano siempre el libro de la naturaleza. En contacto con la naturaleza, la persona recobra su justa dimensión. Somos capaces de abrirnos a todos los hombres y a todas sus necesidades, nos vinculamos a todos desde donde Dios mismo nos puso y sentimos el deseo de cuidar lo que vemos. Nos sentimos criaturas y capaces de Dios, pues nos abrimos a lo Infinito y en el corazón surge la pregunta sobre el sentido. Descubriendo las huellas de la bondad, de la belleza, de Dios mismo, en la naturaleza nos abrimos a la alabanza espontánea y a la oración.
2. Vivir en el amor y respeto hacia la creación que es obra de Dios. Percibe que la tierra no existe por sí misma, sino que, de alguna manera, en ella está reflejada la sabiduría de Dios. Los discípulos de Cristo hemos de ser cada día más conscientes de que toda la creación es un don que se nos ha encomendado. No podemos estar en esta tierra para destruirla, sino para cuidarla y convertirla en un mundo habitable para todos, en ese jardín del que nos habla el libro del Génesis en el que puso Dios a los hombres. Escuchemos, como nos dice el apóstol Pablo, el gemido de la creación y no destruyamos lo que hizo Dios para nosotros y los demás. Aquí alcanza su máxima explicitud ese mandamiento del que nos habla Jesús: «Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo».
3. Asumir el deber moral de cuidar la creación. La familia humana necesita tener una casa a su medida. Hay que cuidarla y cultivarla pensando en el bien de todos. El valor del ser humano está por encima de toda la creación, pero hemos de fortalecer esa alianza entre el ser humano y el medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, pues procedemos de ese amor y caminamos hacia ese amor. Asumamos la forma eucarística de la vida, que nos ayude a un cambio de mentalidad en el modo de vernos los seres humanos y en el modo de ver el mundo. La vida cristiana, alimentada por la Eucaristía, nos abre a una perspectiva del mundo nuevo, del cielo nuevo y de la tierra nueva, en el que habitan hijos y hermanos. No podemos prescindir de nadie. Entre todos, con todos y para todos cuidaremos y seguiremos embelleciendo este jardín que Dios nos ha regalado.
Con gran afecto os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro
Arzobispo de Madrid