Discípulos misioneros
Título: Evangelizadores al servicio del Espíritu.
Autor: Juan Carlos Carvajal.
Editorial: PPC.
Coincidiendo con el comienzo del curso pastoral 2019-2020 que en la Archidiócesis de Madrid esta marcado por el inicio de un Plan Diocesano Misionero para tres años convocado por su arzobispo, el Cardenal Carlos Osoro, la editorial PPC ha publicado un libro del director del departamento de Evangelización y Catequesis de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, el profesor Juan Carlos Carvajal, que bien podría servir como vademécum de fundamentación teológica de este Plan que, a la postre, al igual que el libro, responde al principal objetivo pastoral del pontificado del Papa Francisco: que la Iglesia tome conciencia de que vive para la misión (Iglesia en salida) y de que cada cristiano es su misionero: no un discípulo que, además, es misionero. Sino un discípulo-misionero, sin ni siquiera la “y” entre ambos, como si se pudiese ser una cosa sin la otra.
El libro cuenta con cinco capítulos bien diferenciados: en el primero manifiesta donde se encuentra el origen de la crisis misionero que hoy embarga a la Iglesia, para mostrar después cómo el encuentro con Cristo (también en el ejercicio de la misión) es el crisol donde se forjan los evangelizadores con espíritu. El segundo capítulo centra su atención en la acción previniente del Espíritu, porque Dios, antes de ser “objeto y contenido” de la misión, es “sujeto que primerea” cualquier actividad de la Iglesia. El tercer capítulo se fija en la figura del evangelizador como mistagogo de la fe, capaz de introducir en el misterio divino a aquellos con los que los cristianos comparten la vida. El cuarto capítulo ofrece las claves por las que iniciar a un discípulo de Cristo en la misión de la Iglesia desde una doble perspectiva: en relación con su vinculación eclesial y en relación con su carácter secular. La lógica misionera que va implícita en la identidad del cristiano es expuesta en el quinto y último capítulo del libro: la confesión de fe bautismal tiene el poder de configurar la existencia del discípulo misionero de Cristo.
Si tuviera que destacar dos llamadas urgentes de este libro para que, como discípulos misioneros, no erremos en el camino de la misión, serían estas:
La primera es que tenemos que tomarnos en serio que el único modelo de la misión evangelizadora es el de Cristo: el modelo de la encarnación. “Muchas veces -nos explica el autor-, en el imaginario de los que se dedican a la transmisión de la fe, existe la idea de que el camino de encuentro entre Dios y el hombre se parte por medio. Es decir, si bien Dios, con la encarnación y la pascua de su Hijo, ha hecho un camino hacia el ser humano, este sólo llega al punto medio, y el hombre debe hacer, autónomamente, su propio camino, acudiendo a ese punto en el que Dios lo cita. Nada más lejos de la realidad: Dios busca a los individuos allí donde se encuentran y él, con su gracia redentora (no únicamente por el acto creador), está al origen del primer paso que estos dan en su dirección”.
La segunda es una gran paradoja consecuencia de la primera: que la Iglesia no dispone de aquello para lo que existe, que es la misión: “en cuanto realidad humana, no tiene poder para actualizar ese misterio de gracia, que es la autocomunicación divina, tampoco puede otorgar esa necesaria respuesta de fe, la cual también tiene un carácter gratuito (…) La Iglesia no es nada más, pero tampoco nada menos, que el instrumento que Dios se ha dado para obrar su gracia a lo largo del tiempo, es decir, actualizar su revelación y suscitar la respuesta de fe entre los pueblos”.
Dice un refrán español que “el hombre propone y Dios dispone”. Podemos variarlo un poco y decir que “la Iglesia predispone pero sólo Dios dispone” de la misión. Basta con que ese “predisponer” al menos no sea ni “obstaculizar”, ni “distraer”, ni “apabullar”, que es lo que nos pasa cuando nos acurrucamos en una Iglesia estufa autorreferencial que se muestra al mundo como una aduana.