VIGÉSIMO NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A): DIOS Y EL CÉSAR

Isaías 45, 1.4-6; 1 Tesalonicenses 1,1-5b; Mateo 22, 15-21

HABLA LA PALABRA: Ningún poder

La Palabra de Dios nos desvela que ningún poder de este mundo esta por encima de Dios, ni puede doblegarle:

  • Isaías dice sin reparo que Dios doblegará a las naciones, y desceñirá las cinturas de los reyes. Porque él dice: “Yo soy el Señor, y no hay otro”.
  • “Postraos ante el Señor”. Y esta llamada no tiene excepciones “vip”. El mismo salmo 95 lo dice a renglón seguido: “El Señor es Rey, el gobierna los pueblos rectamente”
  • Para Pablo, como testimonia en su carta a los Tesalonicenses, los cristianos no tenemos otro Señor que Jesús, porque él nos ha elegido, y contamos con la fuerza Del Espíritu Santo.
  • Y por último, Jesús responde a los fariseos con la sentencia que determinará la novedad para entender la justa relación entre la condición de creyente y la condición de ciudadano: “Dad a Dios lo que es de Dios, y al Cesar lo que es del César”.

HABLA EL CORAZÓN: Sana laicidad

Con este principio, Jesucristo establece una serie de criterios que cambiarán la historia de la relación entre la pertenencia a la comunidad religiosa y la comunidad política, principios de los que la Iglesia hoy con su Doctrina Social aplica a la realidad social y política de nuestro tiempo:

  • Jesucristo establece el criterio de la separación entre los deberes como creyentes y los deberes como ciudadanos, dualismo que supone el fundamento y el origen de la desacralización del Estado, del ideal occidental de la libertad (democracia), y sin el cual se llega indefectiblemente al totalitarismo, como tantas veces han recordado y alertado tanto San Juan Pablo II como el Santo Padre Benedicto XVI.
  • Jesucristo establece el criterio por tanto de la sana laicidad. Esta es la conclusión a la que llega Benedicto XVI. Ni las teocracias, ni los estados confesionales, ni los países laicistas, respetan la sana laicidad, basada en la libertad religiosa, la autonomía de ambos tipos de instituciones, y en la colaboración entre ellas.
  • La Iglesia aplica este criterio desde la perspectiva de los principios de participación y subsidiaridad, que establece como debe ser la relación entre el Estado y la sociedad. Lo que la sociedad es capaz de hacer para la comunidad sin necesidad del Estado, esté no debe ocupar ese espacio con su paternalista poder. Así, del mismo modo que el Estado no debe ahogar a la sociedad civil (las iniciativas sociales y culturales que surgen del voluntariado de los ciudadanos), tampoco debe ahogar a la Iglesia ni al resto de las comunidades religiosas en su iniciativa cultural y social, así como propiamente religiosa.
  • La Iglesia aplica este criterio también para defender la auténtica libertad religiosa:
  • De cambio respecto a la confesión, pertenencia o participación religiosas;
  • de la libertad de asociación religiosa, y por tanto de asociarse, cambiar de asociación, o desvincularse;
  • de la libertad de organización religiosa institucional, no limitada a las estructuras de la sociedad civil por trascender los objetivos de ésta;
  • y de la libertad de expresión religiosa pública, y por tanto libertad de opinión, de manifestación, de culto, de enseñanza de doctrinas religiosas y de observancia de prácticas religiosas.
  • Pero, en tanto en cuanto hablamos de una libertad que debe no sólo ser aceptada y protegida jurídicamente, sino también promovida social, política y culturalmente,
  • Y la Iglesia aplica por último este criterio para defender el principio de cooperación entre Iglesia y Estado, magníficamente establecido en el Artículo 16 de nuestra Constitución. Una cooperación que no debe confundirse ni con el enfrentamiento ni con la asimilación (de la Iglesia por el Estado), que forzaría un silencio de la Iglesia en su misión profética.

HABLA LA VIDA: Alcalde Tierno Galván

Bien entendió este principio de “Dar a Dios lo que es Dios y al César lo que es del César” el profesor Tierno Galván, cuando fue Alcalde de Madrid. Entendió bien lo de la cooperación cuando aún siendo agnóstico contribuyó desde el Ayuntamiento a la terminación de la Catedral de la Almudena, porque era un bien social para la ciudad. Y entendió muy bien también que separación entre religión y política no significa enfrentamiento y distanciamiento, cuando no quiso retirar el crucifijo de su despacho, porque, como explicó, es un signo cultural más universal del amor, del perdón y de la convivencia entre los hombres.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de Madrid