DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C): Dios siempre sale a nuestro encuentro
1.- Antes que un instrumento a nuestro alcance para busca a Dios, la Palabra de Dios es el instrumento porque el que Dios nos busca a nosotros: hoy la Liturgia de la Palabra nos muestra esta búsqueda. Dios siempre se adelanta a nosotros, Dios siempre sale a nuestro encuentro:
- Tanto el libro de la Sabiduría como el salmo 144 nos dicen cosas muy hermosas sobre la intimidad de Dios. Hoy diríamos, desde la psicología, sobre sus más profundos sentimientos, sus más profundas motivaciones:
- Dios ama todos los hombres, es más, ama todas las cosas que ha creado -¡sino, no las habría creado!-, y las cuida, como el rocío acaricia la tierra cada mañana. Así Dios conserva todas las cosas, hace que todas subsistan, a todas las cosas acompaña “su soplo incorruptible”. Es más, nos dice el Salmo: “El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas (…) El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones”.
- Dios es profundamente compasivo: se compadece de todos los hombres, y está siempre dispuesto a perdonar sus pecados. Es más, “cierra sus ojos al pecado del hombre”, y si nos los hace recordar, es por nuestro bien, para corregirnos “poco a poco”, para que poco a poco nos convirtamos a Él y creamos en Él. El Salmo habla también de su paciencia para con nosotros: “lento a la cólera y rico en piedad… sostiene a los que se van a caer, endereza a los que ya se doblan”.
- Dios es “amigo de la vida”: que hermosa expresión. Porque todos somos suyos, nos dice el libro inspirado, porque, como dice San Ireneo, “la gloria de Dios es la vida del hombre”. De ahí la espontánea y entusiasta respuesta del hombre para alabarle y darle gracias: “Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas”.
- ¡Que Jesucristo nuestro Señor sea nuestra gloria!, nos dice San Pablo. Y porque lo es, el Apóstol nos invita a no “perdamos la cabeza ni nos alarmemos por supuestas revelaciones”, como “si afirmásemos que el día del Señor está encima”. Cuidado porque esta tentación no la tuvieron sólo los primeros cristianos, o los hace sufrieron hace 1.013 años los milenaristas, sino que la tenemos también hoy: ante las alarmantes consecuciones del mal, y para salvarnos de un atroz pesimismo, algunos se empeñan en pronosticar el inminente final de los tiempos. Pero no es está la auténtica esperanza cristiana, que está puesta en la acción providente de Dios, que cuida del mundo aunque nosotros no sepamos como, hasta ese final del que no sabemos ni el día ni la hora. ¡Que puede ser mañana, o puede ser dentro de muchos millones de años!
- No importa saber cuando es el último día, cuando sabemos que sólo hay un día a tener en cuenta: hoy. Porque siempre hoy el Dios de Jesús sale, de uno modo o de otro, a nuestro encuentro. Por el Evangelio de San Lucas, conocemos el encuentro de Jesús con Zaqueo, verdadero paradigma del encuentro de Jesús con cada uno de nosotros. Del que, ahondando en lo que nos decía el libro de la Sabiduría, bien sabemos que:
- Ninguna de las circunstancias que nos rodeen, ni ningún laste vital que podamos arrastrar, nos impide este encuentro. Zaqueo temía no poder ver a Jesús, porque era bajo de estatura. Pero sobre todo temía no ser correspondido por él, porque era jefe de publicanos –oportunistas de la ocupación romana- y por ello también rico.
- Basta cualquier esfuerzo nuestro por propiciar el encuentro con Dios (como el de Zaqueo subiéndose a la higuera para ser visto por Jesús), para que Dios se nos adelante, y nos diga: “hoy quiero alojarme en tu casa”.
- Es más, Dios se conmueve por la humildad y la generosidad del pecador arrepentido, como Zaqueo. No vacila en su respuesta: “Hoy ha sido la salvación para esta casa… porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”
2.- Termino: Hay muchos “zaqueos” en el mundo de hoy. Historias de conversiones impresionantes. ¡Cuántos jóvenes o adultos, al confesarse, tras haber pasado por los más oscuros infiernos, han repetido llorando la hermosa confesión de San Agustín: ¡Tarde te amé, belleza infinita, tarde te amé! Tu estabas conmigo, mas yo buscaba fuera y no te encontraba, era un prisionero de tus criaturas, lejos de Ti ¡Tarde te amé, belleza siempre antigua y siempre nueva!.