En este IV domingo de Adviento, la liturgia nos deja ya asomarnos al gran misterio desvelado desde toda la eternidad, el misterio de Dios hecho hombre:

  • El profeta Isaías nos habla de una gran señal, la señal que oriente nuestra mirada a soñar con una imagen, por el profeta contemplada ochocientos años antes de que ocurriese: la imagen de una virgen que está en cinta y da luz a un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”.
  • Con el salmo 23 tomamos conciencia de nuestra pequeñez ante la grandeza de Aquel que hizo el cielo y la tierra, el orbe y sus habitantes, y nos preguntamos apesadumbrados: “¿Quien puede subir al monte del Señor?” Y si como el salmista, no supiéramos al gran prodigio que nos espera, sólo atinaríamos a saber, con la certeza puesta en el amor de Dios, “que el hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos, recibirá la bendición del Señor”.
  • San Pablo apremia a los Romanos a creer, junto a todos los gentiles, en Jesucristo, “nacido según la carne, de la estirpe de David; constituido, por el Espíritu Santo, Hijo de Dios”.
  • El Evangelio, a su vez, responde con suave austeridad a la pregunta de cómo ocurrió el acontecimiento más importante de la historia con un sencillo relato: “El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera…. “.

Detengámonos en la figura de San José, que junto a Juan el Bautista y a María, su prometida, conforman el grupo de las tres personas que Dios Padre, desde la eternidad elige para la preparación inmediata de la encarnación de su Hijo. Por tanto, las tres principales figuras del Adviento.

  • José es presentado como una persona que tiene un plan de vida con María. Ve algo “raro” y “rehace el plan”. Con delicadeza rehace su plan y ya está.
  • Todos hacemos planes, y todos rehacemos planes. A veces porque los hemos pensado mejor. A veces porque hemos descubierto o nos hemos encontrado con que Dios tenía otros planes para nosotros. Las cosas de Dios son “irrupción de Dios en nuestra vida”.
  • Y que Dios cambia nuestros planes nos enteramos de mil maneras distintas: la palabra de otra persona, la oración, una lucecita que se enciende no sé cómo, la mirada alguien, etc…
  • Entonces: ¿Qué nos aporta la actitud de José para recibir a Dios y lo de Dios? Una apertura a lo que viene de fuera donde Dios está hablando y está mostrando su plan que no coincide con nuestro plan.
  • Hay que aprender en la vida a saber romper nuestros planes. Y a hacerlos con la prevención de saber perderlos, de no apegarnos a ellos.
  • Por eso en nuestro castellano clásico se solía añadir siempre que se quedaba en algo: ¿Nos vemos el martes? Si, claro, si Dios quiere”. O se decía: “El próximo año, Dios mediante…”. Yo procuro recuperar esta manera cristiana de hablar.

Cuando fui al estreno de “Bella”, una gran película, hace ya diez años, que aborda con gran sensibilidad el tema de la apertura a la vida y de la adopción, aprendí una frase que no he olvidado nunca: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.

  • Contaba hace unos meses el escritor Pablo Brotons que le encanta esta frase de la película Bella. ¿Por qué? Nos dice:
  • Pues porque últimamente he estado haciendo muchos planes, que yo pensaba que eran una auténtica caña, para mí y para mi familia, y ahora tengo la sensación que alguien allí arriba ha estado riéndose durante este tiempo. Pero no es una risa de burla, no es una risa irónica, es una risa de un padre que observa con amor a su hijo, viendo sus buenas intenciones y sus esfuerzos sabiendo que le tiene preparadas miles de sorpresas que él ni tan siquiera puede imaginar. Y Dios nos ha sorprendido. Me gusta pensar que Dios se ríe (…) Dios es así, por eso se ríe conmigo y me sorprende muy a menudo con regalos impresionantes, porque mis planes no son sus planes, es más, están tan alejados unos de otros como el cielo de la tierra, pero su amor es infinito y los trasciende. Sus regalos son como esta imagen, preciosos a primera vista, pero si miras un poco más atentamente, todavía son más bonitos.

Una buena lección de hoy, cargada de la confianza y de la humildad que nos transmite todo la espiritualidad navideña consiste en tomar conciencia de que Dios necesita a José para que el Mesías sea de la estirpe de José. José no se sabe importante para Dios, pero ¡Dios le necesita! Y por tanto, en poder decirnos a nosotros mismos: ¡Increíble! Dios me necesita y eso me exige docilidad, confianza, y desapego a mis planes. Porque, ya lo sabemos: Dios se ríe de nuestros planes.

(DOMINGO IV DE ADVIENTO – CICLO A)