CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO: LA BIENAVENTURANZA DE LA FE

Miqueas 5,1-4; Hebreos 10, 5-10; Lucas 1,39-45.

 

HABLA LA PALABRA: Todo lo puede el amor

¿Qué nos muestra la Palabra de Dios de este último domingo de Adviento?

  • Hemos escuchado del profeta Miqueas hablar del Señor: “Se mostrará grande hasta los confines de la tierra…. Y será nuestra paz”.
  • Y en el salmo le hemos implorado: “restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.
  • En la carta a los Hebreos se nos ha explicado como Cristo nos revela que el Padre no quiere sacrificios ni holocaustos, como hacían nos israelitas imitando a los demás pueblos y a las demás religiones, a no ser que hablemos del sacrificio del amor, de la entrega de la propia vida por amor, como fue el del mismo Cristo y de tantos que a lo largo de la historia le han seguido.
  • Y en el Evangelio vemos a María, en el testimonio del amor concreto, en camino a Ain Karem: Ella no se queda en casa asombrada y absorta ante el misterio de ser elegida por Dios Padre para ser la madre del Mesías. Sino que al enterarse de que su prima esta en cinta, va pronta a cruzar las montañas para encontrarse con ella…

 

HABLA EL CORAZÓN: ¡Dichosa tú que has creído!

Podíamos detenernos en una de las expresiones que hemos escuchado en este Evangelio de Isabel dirigida a María: ¡Dichosa tú que has creído!

  • Porque si en el Ave María, retomando las palabras de Isabel dirigidas a María, la saludamos como “llena de gracia”, y “bendita tu entre las mujeres”, es porque el Señor está con ella, porque “bendito” es “el fruto de su vientre, Jesús”.
  • Este prodigio es obra de Dios, pero no sin la colaboración de María, que se ha fiado, que ha dicho que sí.
  • No dejemos jamás de mirarla y decirla: ¡Bendita tú que has creído! Porque al decirla esto, no solo reconocemos a la creatura elegida desde toda la eternidad para ser la Madre de Dios, no solo reconocemos en María aquella que en nombre de toda la humanidad nos devuelve la dignidad del “sí” a Dios que nos había arrebatado Eva con su “no”, sino que además de todo eso, estamos señalando nuestro “deber ser”, nuestra bienaventuranza, nuestro auténtico designio y destino: creer y confiar en Dios.

 

HABLA LA VIDA: Una fe capaz de mover montañas

Sin dejar de mirar a María, miremos también, a la luz de este Evangelio, a un hombre de nuestro tiempo, Giovanni Bauttista Montini, san Pablo VI, que fue un gigante de la fe. Mirándole a él también podemos decir: “Bendito tú, que has creído”, no sólo por el gran regalo de ese magnífico texto que fue “El Credo del Pueblo de Dios”, sino porque realmente él tuvo una fe capaz de mover montañas:

. La fe en el amor infinito de Dios, del que no dejó de dar testimonio con su vida y con su palabra en ningún momento de su vida…

. La fe en Cristo Jesús, impulsando una reforma en la predicación y en la celebración cristianas que tuvieran siempre a Cristo como centro, como guía, como el gran tesoro de la vida del hombre.

. La fe en el Espíritu Santo, que a través de su humilde persona, como a través de san Juan XXIII, sopló un viento fortísimo sobre la Iglesia para que esta, con la reforma del Concilio Vaticano II, fuera mucho más testimonial, valiente, misionera, caritativa.

. La fe en el ser humano, en las obras humanas hechas con buena voluntad, en el progreso de los pueblos, en el plan de Dios siempre al lado de la dignidad del hombre, de sus derechos, de la paz.

. La fe en que en María podemos ver el “tipo de la Iglesia”, el tipo del cristiano… Así promovió una mirada nueva a María, más basada en la imitación de sus virtudes que en su veneración: pasar de la devoción “a” María, a la devoción “de” María.

. La fe en el poder salvífico del dolor, unido al dolor redentor de Cristo: le tocó sufrir mucho, la soledad, la ignominia, la injuria, y el dolor por el proceso de secularización que vivió la Iglesia en la prueba de los primeros años del postconcilio. Pero supo cree y esperar contra toda esperanza.

¡Que a ejemplo de san Pablo VI, y poniendo nuestra mirada en María Santísima, podamos en estos días previos a la celebración de la Navidad reconocer en la humildad de la fe el único camino de felicidad verdadera. ¡Dichosa tú que has creído!