Ezequiel 17,22-24; 2 Corintios 5,6-10; Mateo 4,26-34
HABLA LA PALABRA: ¿Con que podemos comparar el Reino de Dios?
¿Con que podemos comparar el Reino de Dios? Esta es la pregunta que Jesús se hace antes de exponernos, en el Evangelio de hoy, las parábolas del sembrador y del grano de mostaza. 
  • La metáfora del árbol humilde de la acción de Dios en la historia, comparado con el árbol alto de la acción humana, aparece ya en la profecía de Ezequiel y en el salmo 91 que hemos proclamado:
  • El árbol humilde crece se convierte en un cedro noble, y en el se posan todas las aves para protegerse, mientras el lozano se seca. 
  • Ya decía el filósofo latino Publio Virgilio (70 años antes de Cristo) que “omnia vincit amor” (el amor lo vence todo). Cuanto más el amor de Dios, aunque en apariencia parezca vencer el desamor.
  • San Pablo, en su segunda carta a los Corintios, relaciona esta diferencia entre el triunfo invisible del bien y el triunfo visible del mal con la virtud de la confianza: “siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe”.
  • Si habéis tenido la oportunidad de peregrinar a Tierra Santa, no es extraño que contempléis lo que yo contemplé hace ya veinte años: 
  • Bajo el monte de las Bienaventuranzas, a la orilla del lago Tiberiades, donde Jesús pronunció las parábolas de hoy, y mientras las leíamos, se veía en la ladera del monte a un sembrador esparciendo la semilla.
  • Así enseñaba Jesús: veía lo que los demás veían, lo que para ellos era su vida cotidiana, y de los gestos más cotidianos sacaba sus enseñanzas más sublimes sobre la acción de Dios en la historia del hombre, sobre la historia de la Salvación, sobre la verdadera meta-historia. 
HABLA EL CORAZÓN: Las armas del Reino de Dios
  • El mensaje principal de las parábolas del sembrador y del grano de mostaza consiste en que el Reino de Dios, en lo que San Juan Pablo II llamaba “la batalla por el alma de este mundo” se gana con tres armas: amor, humildad y paciencia:
  • Amor porque es un reino de amor;
  • Humildad porque se nos pide sembrar amor, no recogerlo; 
  • Paciencia, porque el Reino del amor lo instaura Dios, no nosotros, y sus tiempos no son nuestros tiempos. 
HABLA LA VIDA: Pilina y su rosario misionero
  • Pilina era el nombre de pila de María Pilar Cimadevilla, una niña madrileña que se hizo misionera de una manera muy especial. 
  • Durante uno de los viajes familiares, su padre dio dinero a todos los hermanos para un recuerdo, y Pilina eligió comprarse un “rosario misionero”. El fraile que atendía la tienda vio que no le llegaba el dinero y le dijo: “Si me prometes rezar todos los días un padrenuestro por mí, te lo rebajo”. Pilina se lo prometió. 
  • Poco después, comenzó a ponerse muy enferma y tuvieron que ingresarla en un hospital. Allí una de las enfermeras, que era religiosa, le dijo que había tenido la suerte de ocupar una “cama misionera”. La monja le explicó que, mientras estuviera malita, podía convertirse en “enferma misionera”, que era como volar desde su cama a la misión, a través de las oraciones. 
  • A Pilina le encantó la idea y se ganó el “carnet de enferma misionera”. Así, al vivir con paciencia las molestias y dolores de su enfermedad, ofreciéndolo por las misiones y por los niños que no conocían a Dios, Pilina se había convertido en misionera. 
  • Su enfermedad era muy seria y ya no podía curarse, pero Pilina estaba preparada para ir al cielo. Hasta hizo su propio testamento: “a mi médico, como ha sido tan bueno conmigo, le dejo un muñeco para su hijita; el resto de juguetes, para mi hermana Magali; y para los pobres, todos mis ahorros”. Hasta el final, rezó todos los días el rosario misionero, y jamás se olvidó de rezar un padrenuestro por el fraile al que se lo había prometido.
  • Sin duda esta niña puso su parte, hermosísima parte, para construir el Reino de Dios. Y lo hizo con mucho amor, con mucha humildad, y con muchísima paciencia (en el modo de vivir el dolor de su enfermedad y de afrontar la muerte). 

Manuel María Bru Alonso, delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid