Infomadrid, 13-01-2021.- El cardenal Osoro desciende en su carta semanal al origen del pesimismo y de la desesperanza que imperan en nuestra cultura, generados por una «profunda soledad» que se produce porque no se dan a la vez, o se han perdido, «cuatro movimientos esenciales»: «abrirnos al mundo (la naturaleza, los hombres), al misterio de Dios, a la íntima realidad humana y al sentido de la historia total». Movimientos que son el resultado de mirar hacia fuera, hacia arriba, hacia dentro y hacia delante.
«El tema de Dios –indica el cardenal en este punto– no es secundario en la construcción de un mundo con esperanza». De hecho, marginarlo y cuestionarlo supone que, «suprimidos los criterios objetivos de verdad y moralidad», la vida humana tenga la importancia «que le quieran dar quienes tengan el poder y la fuerza».
Por eso, «sin la presencia de Dios, ¿quién es el prójimo?». Si con el marxismo, añade el purpurado, peligró el prójimo, hoy lo hace «por la absolutización del individualismo». «El ser humano se sitúa al margen de la esperanza porque no tiene a nadie a su lado que le entregue el presente y el futuro manifestados en Jesucristo».
Para volver a la esperanza, el arzobispo de Madrid invita a seguir el ejemplo de san Agustín y tomar la decisión de «dejarse convertir por Dios». Porque «quien deja que se acerque a su vida Jesús y le sigue, sabe quién es Dios y quién es su prójimo, sabe que tiene que ser hombre para Dios y hombre para los demás, con los mismos gestos y actitudes que Jesús. Y sabe que la esperanza le acompaña siempre».
Texto completo de la carta
Creo que os habréis dado cuenta en muchas ocasiones, pero, por si os ha pasado desapercibido, quiero recordaros que el ser humano solamente se realiza si ejercita cuatro miradas: hacia fuera, es decir, hacia el mundo; hacia arriba, es decir, la trascendente; hacia dentro, es decir, hacia su interioridad, y hacia delante, es decir, si mira el futuro. Son cuatro movimientos esenciales que implican abrirnos al mundo (la naturaleza, los hombres), al misterio de Dios, a la íntima realidad humana y al sentido de la historia total. Cuando no se dan estos movimientos al mismo tiempo, se pierde la esperanza. ¿Qué está pasando en nuestra cultura en estos momentos? ¿Por qué hay desesperanza? Como no se dan estos movimientos a la vez y además se da una marginación u olvido de alguno de ellos, se produce una profunda soledad, que genera pesimismo y desesperanza.
La presencia de Dios, que se nos ha revelado en Jesucristo en la vida personal y en la historia de los hombres, tiene una importancia capital para el presente y el futuro de la existencia humana. El tema de Dios no es secundario en la construcción de un mundo con esperanza. Con la marginación de Dios de la conciencia del hombre y del horizonte de la sociedad, se pone en cuestión el significado mismo de la vida humana. Poner en cuestión a quien se nos ha revelado diciéndonos que es «el Camino, la Verdad y la Vida» es de tal trascendencia que nos podemos imaginar las consecuencias que trae. Suprimidos los criterios objetivos de verdad y moralidad, ¿qué importancia tiene la vida humana? La importancia que le quieran dar quienes tengan el poder y la fuerza. La importancia de Dios en la existencia del hombre para crear futuro, para ser creativos, para tener esperanza, es definitiva. Baste el ejemplo de todos los artistas que trabajaron delante de Dios, bajo su mirada. ¿Qué habría sido de la historia del arte sin ellos? Trabajaban para la eternidad. Y la contemplación de sus obras nos traslada a la eternidad. Cuando los artistas retiran a Dios de su horizonte, ¿es posible hacer un arte semejante en grandeza al que hemos conocido?
En esta línea, sin la presencia de Dios, ¿qué es del prójimo? En la parábola del buen samaritano vemos que, sin la presencia de Dios en el camino, peligra de una manera singular el prójimo. Peligró con el marxismo en Europa, que fue el último proyecto ético con pretensión de ultimidad y de universalidad. Pero hoy peligra por la absolutización del individualismo. Es más, hoy se quita de en medio al prójimo y se pone en el centro al individuo. El individuo se convierte en el centro del universo, no está dispuesto a ordenarse a ninguna meta comunitaria, ni a relativizarse a ningún valor absoluto, ni a elevarse a nada que le trascienda. Eso se está dando hoy en nuestra cultura. ¿Cómo no va a existir desesperanza? El ser humano se sitúa al margen de la esperanza porque no tiene a nadie a su lado que le entregue el presente y el futuro manifestados en Jesucristo.
Os invito a tener la misma actitud de san Agustín para volver a la esperanza. Más que una actitud, fue la decisión de dejarse convertir por Dios, contemplando la condición humilde y encarnada del Dios cristiano. Qué fuerza tiene siempre reconocer que es precisamente la humildad de Dios la que revela su gloria. Qué expresión de tanta belleza la de san Agustín: «Yo no era humilde para reconocer por mi Dios al humilde Jesús, ni sabía de qué cosa pudiera ser muestra su flaqueza» (Confesiones, 7, 18, 24). Quien deja que se acerque a su vida Jesús y le sigue, sabe quién es Dios y quién es su prójimo, sabe que tiene que ser hombre para Dios y hombre para los demás, con los mismos gestos y actitudes que Jesús. Y sabe que la esperanza le acompaña siempre. Contemplar a Jesucristo es contemplar cómo se solidariza Dios con el hombre: hay un abajamiento de Dios a las criaturas con la consiguiente elevación de la criatura a la dignidad de Dios. Donde Dios se hace debilidad y donde Dios se hace servicio, allí la igualdad tiene su cátedra, la bondad su norma, la compasión su medida.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid