DÉCIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A): CRISTO NO QUITA NADA
Isaías 55,1-3 Romanos 8, 35.37-39; Mateo 14, 13-21.
HABLA LA PALABRA: Nada le falta al que tiene a Cristo
Nada le falta al que tiene a Dios, nada le falta al que tiene a Cristo, nos enseña la Palabra de Dios de este Domingo:
- El profeta Isaías anuncia la abundancia sin límites de los bienes prometidos por Dios, y les promete comer y veber sin pagar. Pero pide algo a los hijos de Israél: “escuchadme y viveréis”. El afan por las cosas que creemos que nos dan la felicidad nos quita la paz. En cambio, basta escuchar la promesa de Dios, creer en su amor, y todo lo demás viene por añadidura…
- La misma promesa en palabras de Pablo tienen una fuerza extrema, y si dirigen expresamente a la relación personal con Cristo, el Hijo de Dios vivo: nada ni nadie puede apartarnos de su amor, y siendo así, nada ni nadie en la vida puede quitarnos ni un ápice a nuestra vida, porque nuestra vida está en Él.
- Jesús en el Evangelio nos lo enseña con su peculiar pedagogía. Con la multiplicación de los panes y los peces lo importante no es la cantidad del milagro, sino el gesto comprobable de que, estando con Él, escuchando y viviendo su Palabra, nada nos puede faltar.
HABLA EL CORAZÓN: El legado de Benedicto XVI
Si en la inauguración de su pontificado, San Juan Pablo II dio un mensaje que conformaría todo su magisterio, el “No tengáis miedo”, también Benedicto XVI desafió en el día en que inició el suyo un mensaje al mundo y especialmente a los jóvenes:
- Cristo “ciertamente les habría quitado algo” a los poderosos: “el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa”.
- Luego dirigiéndose a los jóvenes, preguntó: “¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad?”
- “¡No!”, respondió. “Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada -absolutamente nada- de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana”.
- “Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.
HABLA LA VIDA: Ceferino Giménez Malla
El 4 de mayo de 1997, el Papa San Juan Pablo II beatificaba al primer gitano de la historia de la Iglesia, Ceferino Giménez Malla, “El Pelé”. Nació en 1861 en Benavent de Segriá (Lerida), asentado en Barbasto, en el Somontano aragonés. Era hijo de “El Tics” (Juan Giménez). Su madre, Teresa, pedía limosna. Ceferino pasó muchas calamidades de niño, y varías veces el bandido “Cucaracha”, que robaba a los ricos y socorría a los pobres, lo invitó a su mesa, conmovido por el hambre del chiquillo. Analfabeto, fabricaba -con cañas y con sarga- cestas, cañizas, canastas, espuertas, aguadoras y roscaderos. Su padre lo casó con Teresa, que al principio dijo “¡Yo casarme con él, sino tiene salero!”. Dicen que era algo feote, y lo peor, que no tenía buena voz ni tocaba la guitarra. Se casaron por el rito gitano, y treinta años después, por la Iglesia. No tuvieron hijos y adaptaron a la “Pepilla”, sobrina de Teresa.
Un hecho providencial cambió la fortuna del Pelé: Rafael Jordán, ex-alcalde de Barbastro, estaba minado por la tuberculosis. Paseando un día por el Coso, junto al abrevadero, tuvo un vómito de sangre. La gente se paraba, lo miraba, pero no se atrevía a acercársele, por temor al contagio. Pero El Pele al verlo se precipitó sobre él, se sacó el pañuelo limpio, lo mojó en un caño de la fuente y le limpió la boca y la cara de sangre. Luego, con sus robustos brazos, lo levantó, lo animó y lo condujo hasta su casa. Aquel gesto samaritano le valió el aprecio del vecindario.
Llevaba socorro, víveres, comida y dinero a los gitanos de toda la comarca, pero sin humillarlos, aceptando a su vez compartir su mesa. También pacificaba los conflictos entre gitanos y payos. Llevaba a los niños al campo a recoger hiervas y a catequizarles, enseñándoles tanto a rezar, él de rodillas a la altura de los niños. Se recuerda el brillo de su rostro cuando no podía evitar las lagrimas al entonar en la Iglesia el “Cantemos al amor de los amores”. Por rezar el rosario, por no dárselo a su hija cuando le habían detenido aquel 19 de julio de 1936 junto a un sacerdote de la Catedral, le fusilaron. Cristo se lo había dado todo y no le había quitado nada. Por eso no le costó nada dar su vida por Él.
Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis. Madrid.