CONGRESO CEE EN CLUJ-NAPONA: CATEQUESIS, LITURGIA, Y EXPERIENCIA HUMANA

Noticia anterior con el programa del congreso:

Congreso en Cluj (Rumanía) sobre “Catequesis, liturgia y experiencia humana”/1

CRÓNICA-RESUMEN DE LAS INTERVENCIONES

Jueves 30 de mayo de 2024

Tras la celebración de la eucaristía en impresionante Iglesia gótica de rito latino de San Miguel, tuvo lugar en el Aula Mayor de la Universidad Civil de Cluj el acto oficial de apertura del Congreso.

El Doctor Horia Poenar (Vicerrector de la Universidad) se refirió al Documento Plataforma humanística de la Universidad: formación transversal por la cual en todas las carreras y materias se repiensa la ética de las enseñanzas. Recordó que “San Pablo dice que el acontecimiento de la resurrección de Cristo tiene un alcance que propone la fraternidad universal”. Y que “es un honor acoger este convenio en esta sede”. 

Monseñor Claudiu Lucian Pop, obispo greco-católico de Cluj, dijo en su saludo que “un congreso que lleva en el corazón la catequesis es una alegría para nosotros”. Recordó que para la Iglesia en Oriente el lugar principal de la catequesis es la liturgia. También que en nuestra tradición “encontramos un anticipo de una catequesis de vanguardia, porque el valor de la imagen en la comunicación moderna enlaza con nuestra tradición iconográfica. Ya nuestros iconos eran tocados para abrirnos a otro mundo. Requiere una actitud especial ver los iconos. No se ven para contemplar su valor artístico sino para acceder al misterio De Dios al que el icono nos remite”. Y añadió entre otras cosas que todos “estamos ante el desafío catequético de transmitir no tanto información y formación teológica, sino de transmitir la experiencia viva del día a día iluminada por Cristo. Cuando los catequistas hagan esto volveremos a los inicios de la evangelización”. Y concluyo con un deseo: “Qué podamos así transmitir la alegría del Señor Resucitado”. 

También intervino el obispo ortodoxo vicario de Cluj, Benedict Bistritianul, que mostró su alegría porque “en este espacio de fraternidad afirmemos la vitalidad de la fe”, y abogó para que “ante un contexto europeo difícil, la catequesis pueda ayudar a reconocer la fe, presentada con luminosidad y desde la humildad”. Afirmó que “para todas las iglesias vale el reto de una sinceridad y autenticidad de la fe. Una catequesis litúrgica unida a la dimensión social de la fe. El futuro De la Iglesia está en manos de la transmisión vital de la fe en el Resucitado”. 

El párroco de San Miguel, en representación de la diócesis de rito latino de Cluj, recordó su infancia cuando aprendió de su madre a rezar, y luego con un sacerdote que le enseñó la Sagrada Escritura y le dio catequesis. Dijo que igual que a él la parroquia lo llevaron al buen Dios, el trabajo de los catequetas europeos en este congreso está al servicio de que esta transmisión de la fe continue siempre en el viejo continente. 

También intervino el vicedecano de la facultad de teología católica romana, para quien “eventos como este son fundamentales para entender la misión común de nuestras iglesias. Es una ocasión de reflexión profunda y de enriquecimiento mutuo. Que sea fuente de inspiración y fortalecimiento de la fe en nuestro camino hacia la plenitud”.

En nombre de la confesión luterana, una profesora de teología reformada excusó al obispo luterano de la ciudad que estaba de viaje. Dijo que “la catequesis ha tenido diversas interpretaciones a lo largo de la historia y hoy todo se ha sistematizado según el credo de cada Iglesia pero en el respeto mutuo, en un acercamiento propio de una actitud de reconciliación ante las tentativas proselitistas de antaño. Valoremos desde la historia bíblica y de desde la historia de la Iglesia el valor de los procesos de asunción personal de la fe”. 

También intervino el decano de la facultad de teología greco-católica, en profesor Christian Barta, que comentó como “el arte de catequesis nos pone ante el futuro de nuestras iglesias. La relación entre catequesis y liturgia nos une a todas las confesiones”. También que “debemos conocernos más y establecer una nueva alianza entre la teología y las demás ciencias lo cual se manifiesta en esta apertura del Congreso en la Universidad civil”. 

Por último, el presidente EEC, Stijn van den Bossche, agradeció poder estar aquí: “Como belga me alegro reencontrarme con la Transilvania. Estamos contentos de respirar aquí con los dos pulmones de la Iglesia, para ver cómo la liturgia es una forma de catequesis. Nos cuesta comprender a Dios, y si lo hiciéramos -nos dice San Agustín- no sería Él. Debemos adoptar la actitud de contemplar el misterio en lugar de pretender comprenderlo. La dimensión ecuménica es también fundamental, acompañados por seis confesiones cristianas. Tenemos muy presentes a nuestros hermanos ucranianos. Qué el Espíritu de Pentecostés nos guíe”. 

La catequesis y la identidad de la Iglesia rumana unida a Roma, greco-católica.

Una vez en el hotel Napoca, donde se celebra el Congreso, el profesor Cristian Barta, que ya nos había saludado en la Universidad, intervino para pronunciar la primera ponencia del Congreso, sobre “la catequesis y la identidad de la Iglesia rumana unida a Roma, greco-católica”. 

Entiende Barta que una catequesis “de iniciación en el conocimiento de Dios y de la vida en Cristo”, está íntimamente ligada a toda la vida de la Iglesia y, en consecuencia, desempeña el importante papel de cristalizar la identidad eclesial y fortalecer el sentido de pertenencia a la Iglesia. En ella los catecismos “son algo más que un espejo de la teología y de la comunidad eclesial de todos los tiempos (…) Son al mismo tiempo la radiografía de proyectos identitarios, asumidos y promovidos por el Magisterio de la Iglesia o la jerarquía episcopal de las iglesias locales”.

El ponente se propuso ilustrar el papel de la catequesis en la formación y promoción de la identidad de la Iglesia Unida Rumana en Roma, greco-católica, y partiendo del principio de que “la actividad catequética en las Iglesias orientales no puede separarse de la liturgia, la iconografía y la espiritualidad”, optó por limitar el tema estrictamente a la literatura catequética.

Explicó como “la Iglesia rumana Unida a Roma, greco-católica, es una Iglesia católica oriental sui iuris, de rito bizantino-rumano y lengua rumana, con dignidad, casi patriarcal, de Arzobispado Mayor. Su realidad se define, por tanto, por una doble pertenencia: a la Iglesia católica, por la fe y la plena comunión con el Santo Padre, el Papa; al Oriente cristiano, por la herencia ritual de la tradición constantinopolitana”.

Sus raíces se encuentran en la Metropolia Ortodoxa de los Rumanos de Transilvania, quienes, en los años 1697-1700, a través de los Sínodos presididos en Alba Iulia por los Metropolitanos Teófilo (1697) y Atanasio (1698, 1700), expresaron su deseo de restablecer la comunión con la Iglesia de Roma. Y lo hicieron en los términos del Sínodo Ecuménico de Florencia, como un restablecimiento de la comunión entre dos Iglesias, aceptando los cuatro puntos doctrinales: primacía papal, Filioque, Purgatorio y la cuestión de la celebración de la Divina Eucaristía (pan ácimo para los latinos, pan leudado para los orientales).

Pero también pidieron ciertas condiciones: “la plena conservación de la tradición y el calendario (litúrgico); la preservación de la sinodalidad, y el derecho a elegir al propio jerarca”, de tal suerte que “los futuros jerarcas, tras la elección por el Sínodo, debían ser nombrados por el emperador, preconizados por el Papa y consagrados obispos por el Patriarca ortodoxo serbio, en aquel momento bajo la autoridad de la corte imperial vienesa”.

La referencia al Patriarca serbio se debe a que la Iglesia rumana, que quería restablecer la unidad sin integrarse en la estructura administrativo-canónica de la Iglesia latina. El profesor Cesare Alzati lanzó incluso la hipótesis de que los sínodos de Alba Iulia querían que su Iglesia estuviera en comunión con la Iglesia de Roma, sin abandonar la comunión con las Iglesias ortodoxas.

En resumen, el modelo eclesiológico florentino de unión, imaginado por los metropolitanos Teófilo y Atanasio, se definía por:

  • el carácter intraeclesial, evidenciado por el reconocimiento mutuo de la eclesialidad (recta fe, validez de los Sacramentos, jerarquía apostólica);
  • la unión entre las dos Iglesias, que, tras aclarar las cuestiones doctrinales, restablecía la comunión canónica;
  • la unión en la fe y no en el ritual o, dicho de otro modo, una reconciliación que aseguraba y garantizaba la conservación de la individualidad eclesial, jurídica y ritual de cada Iglesia.

Mientras que la parte oriental se relacionaba con la Unión desde la perspectiva de la eclesiología del Concilio de Ferrara-Florencia, la parte latina, es decir, los católicos romanos, percibía a los orientales, sus instituciones eclesiásticas y la propia Unión dentro del horizonte de la eclesiología católica pos-tridentina. La eclesiología católica pos-tridentina, centrada en la autoridad papal concebida como plenitudo potestatis y en la Iglesia romana, favorecía una visión monolítica de la Iglesia y una concepción predominantemente institucional, jurídica y piramidal.

En consecuencia, el modelo post-tridentino de unión religiosa no tenía como objetivo restablecer la comunión entre dos Iglesias, sino la integración de clérigos y fieles orientales que, renunciando al cisma y a la herejía, se convertían a la fe católica y eran acogidos de nuevo en la Iglesia, bajo la autoridad del Papa y de la jerarquía católica.

Refiriéndonos al caso concreto de la unión de la Iglesia rumana de Transilvania con la Iglesia de Roma, esta responde a diferentes modelos eclesiológicos:

  • La primera unión -con referencia a la concepción florentina de la unión expresada por el metropolita Theophil y su sínodo de 1697 y por Atanasie Anghel junto con el sínodo de 1698,
  • Y la segunda unión -que ilustra la concepción postridentina puesta en práctica por las autoridades imperiales, por el cardenal Kollonich (primado de Hungría) y aceptada por Atanasie Anghel en Viena y en el sínodo de Alba Iulia de 1701, capta la tensa dialéctica de los dos modelos eclesiológicos en la historia y la teología de la Iglesia rumana unida a Roma.

Reflexionando sobre estos aspectos históricos y eclesiológicos, comprendemos por qué los catecismos publicados en la Iglesia greco-católica han tenido siempre un carácter identitario. Su identidad ha cristalizado:

  • en relación con la pertenencia a la Iglesia católica por la fe y la comunión con el Romano Pontífice;
  • en relación con la alteridad ritual de la Iglesia latina, en un momento en que se afirmaba la praestantia ritus latini (Benedicto XIV, Allatae sunt. De ritibus orientalibus servandis, Roma, 1755);
  • en relación con la pertenencia al mundo oriental a través del rito bizantino-rumano (que también tenía importancia para la identidad rumana);
  • en relación con la alteridad institucional de las Iglesias ortodoxas con las que ahora estaba en cisma.

Fue precisamente durante las negociaciones para la unificación, más concretamente en 1699, cuando se imprimió Bucoavna en Alba Iulia. Este libro, publicado con la bendición del metropolita Atanasio, es el primer abecedario en lengua rumana, pero su finalidad es también catequética, ya que incluye una serie de oraciones, el Símbolo de Fe niceno-constantinopolitano y pseudo-atanasio sin el Filioque, los mandamientos, las virtudes, los dones del Espíritu Santo y los Sacramentos. La forma de la Eucaristía se considera la epíclesis. La Iglesia se denomina «pravoslavnică, sobornicească», es decir, ortodoxa, pero se subraya que la fe católica es la fe ortodoxa.

En otras palabras, la Iglesia de los rumanos declara su intención de conservar su identidad eclesiológica y oriental en la comunión católica, de seguir siendo ella misma, es decir, una Iglesia oriental.

El pan de los niños (Alba Iulia, 1702), es un catecismo escrito por el jesuita László Bárány tras la realización de la Unión, que refleja la eclesiología postridentina. Deja bien claro que:

  • La única referencia a las Iglesias locales se encuentra en el contexto de la especificación del papel de la Iglesia de Roma, que es la madre de las demás por voluntad de Cristo.
  • De ello se desprende implícitamente la primacía jurisdiccional del Obispo de Roma, al que se denomina «santo Papa» y no Patriarca de Roma, como lo designarían los escritos greco-católicos del siglo XVIII.
  • Considera que la primacía de la Iglesia de Roma sobre las demás Iglesias ha sido instituida por Jesucristo.

La Flor de la Verdad (Blaj, 1750) es una obra fundamental sobre la identidad greco-católica, dedicada a argumentar y defender la Unión con Roma. La Flor de la Verdad apareció en un momento de grave crisis institucional para la Iglesia rumana unida, cuando, a raíz de la revuelta encabezada por el monje ortodoxo Visarion Sarai, un gran número de fieles abandonó la unión religiosa.

La Flor de la Verdad explica que los puntos doctrinales, aceptados en el Sínodo de Unión de Alba Iulia, “no constituían una novedad dogmática ni siquiera una traición a la fe de la Iglesia oriental, sino un retorno a verdades atestiguadas también en su propia liturgia oriental. La comunión con el obispo de Roma es entonces una exigencia de la fe, pero también de la liturgia, puesto que la liturgia es la fe celebrada”. Y esta razón también era válida como apología del rito oriental, pues “la primacía del Papa, con poder universal, debía garantizar la herencia oriental”.

En 1755 se imprimió en Blaj La doctrina cristiana, con preguntas y respuestas, para uso de las escuelas, un verdadero catecismo. Hasta el año 1763 aparecieron tres ediciones más y el Gran Sínodo de 1763 extendió su uso, como obligación, a todo el clero.

El texto subraya que la Unión no es sólo un noble deseo de los cristianos, sino que es necesaria para la salvación, al conservar la fe dogmática, en la legítima diversidad de ritos. A la pregunta «¿Con quién debemos estar unidos dogmáticamente en la fe? se responde: “con la Iglesia de Roma, que posee plenamente la unidad, la santidad, la universalidad y la apostolicidad”.

La cabeza invisible de la Iglesia es Cristo, nunca las cabezas visibles son los obispos instituidos siempre por el Señor. Así, cada obispo, en su propia eparquía, es cabeza de la Iglesia, pero entre los obispos, el que gobierna la Iglesia de Roma es el sucesor de Pedro, es el vicario de Cristo y cabeza visible de toda la Iglesia de Cristo.

Barta explicó como los catecismos greco-católicos de los siglos XVIII y XIX continuaron esta dirección identitaria. Basta recordar el Catecismo de la Santa Unión (Blaj, 1857), del metropolita Alexandru Șterca Șuluțiu. Sin embargo, señaló otros dos aspectos terminológicos y eclesiológicos que se deducen de estos catecismos.

  • En primer lugar, la forma de referirse al Papa es propia del primer milenio cristiano: el Papa es el obispo y el Patriarca de Roma. La referencia al Patriarcado de Roma significa que la Iglesia rumana está unida a la Iglesia de Roma y sometida al Romano Pontífice, pero, al ser oriental, no forma parte del Patriarcado de Occidente.
  • El segundo aspecto es igualmente significativo para la conciencia de identidad porque indica la propia realidad como Iglesia local: Iglesia Oriental, Iglesia Pravoslavnic, Iglesia Católica Oriental, Iglesia Unida, Iglesia Católica Griega.

Siguiendo el recorrido histórico, el ponente apuntó como “en la primera mitad del siglo XX, pero sobre todo después de 1918, cuando se alcanzó el ideal de la unidad nacional de los rumanos, los catecismos insistieron sobre todo en la dimensión católica de la identidad”. Es el caso del Catecismo católico (Blaj, 1924), escrito por Alexandru Russu, o el Catecismo para las clases primarias, publicado por Ioan Suciu. Estas obras son muy similares a los catecismos romanos de la época.

Por otro lado, continuando el recorrido histórico, Barta dijo que la catequesis fue puesta a prueba duramente durante la persecución comunista, cuando el gobierno utilizó todos los medios de opresión para suprimir la Iglesia greco-católica: “Dado que todos los obispos se negaron a separarse de la Iglesia católica, permaneciendo fieles a la comunión con el Sucesor de Pedro, junto con numerosos sacerdotes y fieles, la Iglesia se vio obligada a continuar su misión en las catacumbas. Los siete obispos mártires, beatificados por el Papa Francisco en Blaj, en 2019, son emblemáticos del heroico testimonio que tantos greco-católicos rumanos ofrecieron respecto a su fe e identidad católica”.

En la década de 1970, los obispos greco-católicos supervivientes recibieron una propuesta de libertad con la condición de pasarse al rito latino. Pero los obispos se dieron cuenta de que la Iglesia rumana unida perdería totalmente su individualidad e identidad eclesiológica: “Si hasta entonces su Iglesia perseguida tenía una existencia ilegal pero canónica, a partir de ahora el clero y los fieles podrían asumir legalmente la identidad católica, pero no la oriental. La Iglesia greco-católica habría desaparecido de iure y de facto”.

En cuanto al análisis de los catecismos, Barta explicó que la función de los mismos fue esencial en la formación de la identidad greco-católica, en la que se entrelazan la dimensión universal de la fe católica y la dimensión oriental arraigada en el rito griego y la cultura rumana. Es decir, que el valor de estos catecismos estriba en que “expresa una verdad fundamental: la unidad de la Iglesia no se confunde con la uniformidad, sino que es una unidad multiforme, una unidad en la diversidad”.

Explicó a su vez como desde la caída del comunismo, se ha traducido al rumano el Catecismo de la Iglesia Católica y se han publicado valiosos catecismos para jóvenes y adultos. Sin embargo, sería muy útil un catecismo plenamente acorde con la identidad de la Iglesia greco-católica en la sociedad y la cultura actuales.

En el diálogo el ponente respondió a la pregunta por el valor del testimonio martirial de la iglesia greco-católica rumana, que constituye el centro de la experiencia de la fidelidad de la misma a la fe católica y a la tradición oriental.

En relación con el concepto de sinodaldiad, Barta explicó como la experiencia histórica de la iglesia greco-católica es precisamente la de la opción por la diversidad en la unidad, por una comunión que no es uniformidad, que es esencial a la eclesiología de comunión y por tanto a la categoría de sinodalidad eclesial.

Catequesis y liturgia: los azares del vínculo entre catequesis y liturgia en el movimiento catequético en Francia.

El profesor Joël Molinario, del ISPC de París, habló sobre “Catequesis y liturgia: los azares del vínculo entre catequesis y liturgia en el movimiento catequético en Francia”.

El autor comenzó marcando el límite temporal histórico objeto de su intervención: de finales del siglo XIX a principios del siglo XXI. En un contexto francés que no puede separarse del europeo, pues tiene en cuenta acontecimientos como el Congreso de Munich en 1898 y la publicación del Directorio Catequético en 2020.

La historia de los vínculos entre catequesis y liturgia desde finales del siglo XIX ha sido negativa: no ha habido una evolución o progresión constante o lineal. Los términos azares, vacilaciones, incluso eclipse, se acercan más a la verdad de esta historia atormentada, lo que hace igualmente fascinante la historia de una evolución: la del pensamiento sobre la función iniciadora de la liturgia.

La primera fase pedagógica de la renovación catequética

A finales del siglo XIX se enfrentan una nueva reflexión sobre la enseñanza catequética, con una evolución contraria desde el Concilio Vaticano I (1869-1870) hasta el Concilio Vaticano II. Por parte del magisterio (obispos, Curia romana y Papa), existe un amplio consenso sobre la necesidad de un catecismo universal como modelo para toda la Iglesia. Asñi lo decidieron los Padres del Concilio Vaticano I en abril de 1870, aunque no consiguieron promulgarlo ni Pío IX, ni Pío X, ni Pío XII. Explicó Molinario que entre los teólogos de la escuela neo-tomista y estos Papas hay una concepción del catecismo como medio de acceso a la revelación entendida como suma de verdades que hay que creer.

Pero en el siglo XX los catequistas critican el método del catecismo y sus presupuestos. Durante siglos la enseñanza obligatoria del catecismo por parte del Concilio de Trento, pero también por Lutero y por Canisio, respondía al déficit de comprensión de la fe en los fieles practicantes. Así lo explica J-A Jungmann: «Si, durante siglos, los jóvenes pudieron aprender la doctrina y la vida cristianas a medida que crecían, fue gracias a la atmósfera de cristianismo prácticamente vivida en la familia y en la iglesia. Las oraciones diarias, las costumbres piadosas y los símbolos cristianos introducían al niño en un ambiente santificado por la religión…».

Pero los presupuestos sociológicos y espirituales del catecismo empezaron a desmoronarse en el siglo XIX, afirmo Molinario: “Ya no bastaba con repetir y memorizar fórmulas que no tenían eco en la vida de los educandos. Había que renovar el método del catecismo, utilizando una pedagogía activa que despertara el interés de los niños. Las innovaciones más significativas en la enseñanza del catecismo a principios del siglo XX fueron la introducción de imágenes fijas, cuadros didácticos e historias sagradas, y la difusión del método de Munich, basado en un enfoque inductivo. Sin embargo, estas innovaciones sólo llegaron a una minoría de niños y parroquias”.

 La segunda fase bíblica y litúrgica de la renovación catequética

Molinario recordó como Jungmann y Colomb plantean entonces la unión de la liturgia, la Biblia y la dogmática, porque, según Jungmann, «la doctrina cristiana nunca es un fin en sí misma; debe conducir a Dios. El conocimiento es sin duda necesario, pero es el conocimiento de un camino a seguir».

Jungmann establece una distinción entre lo que corresponde al ministerio de la Palabra, la predicación y la catequesis, y lo que corresponde a la ciencia de la teología, que trata de la doctrina revelada desde el punto de vista estricto de una verdad que hay que demostrar. Para él, en cambio, “la catequesis trata de la misma verdad, pero desde el punto de vista de los bienes del reino y de la doctrina de la salvación. La misión de la catequesis es proclamar la salvación como buena noticia y mostrar el camino para seguir a Cristo”. Por tanto, comenta Molinario, la catequesis no es una actividad accesoria, sino que toca el corazón de la fe”.

Recuerda Molinario que se puede enunciar lo esencial de la fe sin confundir la labor del teólogo con la del catequista, porque en realidad la doctrina cristiana no tiene una sola forma en la tradición de la Iglesia. Más exactamente, según Jungmann y Joseph Columbus, tiene tres:

  • Desde un punto de vista práctico, la vida religiosa toma la forma de la vida litúrgica y de las tradiciones y costumbres de la Iglesia.
  • Desde un punto de vista histórico, la historia de la salvación se revela en la Biblia.
  • Desde un punto de vista sistemático, los dogmas se ordenan y demuestran orgánicamente en un catecismo.

Este triple punto de vista, explicó Molinario, corresponde a la estructura del catecumenado bautismal de los Padres de la Iglesia:

  • la narratio que conduce al Evangelio, la vida litúrgica que ordena el catecumenado,
  • la redditio symboli con sus correspondientes catequesis bautismales (la mistagogía también puede entenderse según esta triple distinción).

Molinario volvió a citar a Jungmann, para quien la renovación catequética debe basarse en la renovación teológica. El teólogo alemán reclamó un cambio en los paradigmas teológicos de la neoescolástica. Al afirmar que la doctrina de la Iglesia no puede reconocerse en una única forma, cuestionó tanto la teología de la escuela como la lógica del catecismo. Y a su vez, esto le permitió aclarar la fecundidad teológica de la vida litúrgica.

Joseph Colomb: la liturgia como fuente organizadora de la catequesis

Molinario afirmó que la publicación del libro de Joseph Colomb, En las fuentes del catecismo, historia sagrada y liturgia, fue todo un acontecimiento para los catequistas francófonos. Situó el movimiento catequístico en la dinámica del movimiento litúrgico y bíblico que ya actuaba en la Iglesia desde hacía varias décadas.

Citando a Colomb, Molinario afirma el estrecho vínculo entre la Biblia y la liturgia: «La presentación más tradicional del misterio cristiano es la que despliega la historia del Reino de Dios, tal como se recoge en la Sagrada Escritura. Es una de las fuentes esenciales del catecismo. Hemos perdido mucho al alejarnos de esta fuente. Debemos alegrarnos de que un poderoso movimiento esté haciendo que el pueblo cristiano vuelva a ella. Otra característica de la enseñanza tradicional más antigua era que se daba en un marco litúrgico; la catequesis era un comentario de los ritos vividos por el catecúmeno; la vida moral dependía de la enseñanza ligada a la recepción del sacramento mismo (…) Este marco litúrgico era un marco comunitario; la formación cristiana se daba no tanto por las palabras de una persona como por la influencia, por lo demás penetrante, de una comunidad orante (…) También aquí no encontramos más que sequedad e ineficacia al alejarnos de la pedagogía oficial de la Iglesia, tan viva, tan activa, tan dramática…».

De este modo, señala Molinario, si la liturgia «es el catecismo de los mayores», resulta que es maravillosamente accesible a los niños. Para los niños, comprender significa asimilar con los ojos, las manos, todo el cuerpo y la inteligencia, rumiando, meditando y rezando. La liturgia hace todo eso. Nos hace ver, oír, caminar, jugar y rezar los misterios. Hay una verdadera pedagogía de la liturgia y a través de la liturgia.

Por otro lado, explica Molinario, puesto que la liturgia se basa en la historia de la salvación centrada en Cristo, es natural que el ciclo litúrgico sirva de plan para todo un año de catequesis. Así pues, Colomb organizó sus primeros años de catequesis en torno al tiempo litúrgico. Las ventajas eran evidentes. El niño era introducido en las riquezas de la doctrina, no como un sistema, sino como una realidad histórica en y a través de los personajes bíblicos.

Pero Molinario quiso recordar a dos grandes mujeres catequétas en esta búsqueda, dado que Colomb se inspiró para este vínculo con la liturgia en las publicaciones catequéticas de Françoise Derkenne y Hélène Lubienska de Lenval.                     

Françoise Derkenne (1907-1997) puede considerarse, según Molinario, una de las pioneras de la renovación catequética en Francia, con su influyente obra La vida y la alegría en el catecismo, publicada por primera vez en los años treinta. Formada como maestra y procedente de una familia católica de Lille, se apasionó por los nuevos métodos de enseñanza y se dedicó a la educación religiosa para beneficiarse de los avances de la pedagogía y superar así el aburrido método de preguntas y respuestas de la enseñanza del catecismo.

Tal era su pasión que una parroquia de los suburbios de París le confió un centenar de niños de clase obrera para que aplicara y perfeccionara sus nuevos métodos. Esta experiencia marcó el primer volumen de La vida y la alegría en el catecismo. El segundo volumen lo escribió más tarde, basándose en su experiencia como profesora de trabajos prácticos en el Institut Supérieur Catéchétique (primer nombre dado al ISPC) en los años cincuenta. Como todos los profesores del ISPC, sufrió las consecuencias de la crisis de 1957. El Santo Oficio le exigió que dimitiera y sus trabajos tuvieron que ser corregidos.

Molinario recurre a Sajan Pindiyan, que sintentizó muy bien la aportación de Derkenne:  “Derkenne dice: Todo el catecismo está en el misal. De este modo, quiere poner a los niños en contacto con la persona de Cristo que está viva en los misterios celebrados por la Iglesia durante el ciclo litúrgico, más que con verdades abstractas contenidas en un libro de texto preconcebido, y así ponerlos en contacto con la enseñanza dada por la Iglesia, madre de todos los bautizados, a lo largo del año litúrgico. Es viviendo los misterios del año litúrgico como cada cristiano adulto vive la enseñanza de la Iglesia en la familia y en la parroquia, y por eso quiere dar a los niños lo que vive personalmente».

Según Molinario, contemporánea de Françoise Derkenne, Hélène Lubienska de Lenval (1895-1972) también puede considerarse pionera del movimiento de renovación catequética de mediados del siglo XX. Al igual que ella, su inspiración para la renovación de la catequesis era a la vez pedagógica y litúrgica, pero con acentos diferentes.

De origen polaco y de familia noble, Lubienska pasó su infancia y su educación en instituciones religiosas polacas. Su vida se complicó con dos guerras mundiales, un matrimonio que acabó en separación y nulidad canónica, y el nacimiento de un segundo hijo discapacitado que murió joven. A diferencia de Françoise Derkenne, era solitaria y trabajaba sola, lo que no impidió que sus obras influyeran en el movimiento catequético de los años cincuenta, con una dimensión internacional que Françoise Derkenne no tuvo.

Lo que marcó la vida de Hélène Lubienska, explicó Molinario, fue su encuentro con María Montessori. A lo largo de su vida, difundió, explicó y tradujo el pensamiento de la gran pedagoga italiana. En la década de 1940, redescubrió su fe y comenzó a publicar obras destinadas a aplicar el método Montessori a la educación espiritual de los niños, aunque no se trataba de documentos catequéticos. Por ello, no se vio afectada por la crisis de 1957. Hélène Lubienska propuso cinco principios pedagógicos de la educación religiosa:

  • El cuerpo es el instrumento de la mente.
  • La actitud interior se inspira en el gesto.
  • Vivamos la misa a través de la participación activa (creación de masas en movimiento)
  • Dejemos a un lado lo accesorio para captar lo esencial.
  • La moral religiosa es la conciencia de la presencia de Dios.

Recuerda el ponente como Sajan Pindiyan explicaba que «Maria Montessori y Hélène Lubienska pretendían dar a los niños una educación integral (…) Mientras que Montessori consideraba que la educación se desarrollaba en tres niveles: muscular, sensorial e intelectual, Lubienska añadía una dimensión espiritual. El objetivo de Hélène Lubienska es hacer que los niños sean conscientes de la presencia de Dios, y así formarlos para la vida cristiana».

Mientras tanto, comenta Molinario, tanto para el Santo Oficio como para el cardenal Ottaviani, la Biblia y la liturgia seguían teniendo una importancia secundaria frente a la enseñanza dogmática, por lo que “los enfoques bíblico y litúrgico de la renovación catequética europea eran difícilmente conciliables con los principios neoescolásticos que proporcionaban la estructura teológica básica de los catecismos oficiales. La crisis era inevitable”.

¿El eclipse de la cuestión litúrgica en la catequesis después del Concilio?           

A pesar de este impulso, dice Molinario, en los años sesenta asistimos a una especie de eclipse de la cuestión litúrgica. Georges Duperray, antiguo colaborador de Joseph Colomb, y durante muchos años responsable de la catequesis en la diócesis de Lyon, establece un paralelismo entre la progresiva marginación de la cuestión litúrgica y la aparición y el desarrollo de métodos catequéticos basados en la experiencia humana fundamental como punto de referencia para la práctica catequética (las llamadas catequesis antropológicas, o lo que los catequistas suelen llamar catequesis «basadas en la vida»). De este modo, a pesar de la Sacrosanctum Concilium, que validó muchos elementos de la renovación catequética, el pensamiento y la práctica catequéticos postconciliares dejaron de lado la liturgia.

Explica Molinario que durante las décadas de 1960 y 1970 el concepto de experiencia cambió de significado, acompañando sin duda un declive significativo de la práctica dominical. Si para Colomb, Jungmann, Lubienska y Mouroux, la experiencia a la que se refiere la catequesis es una experiencia en la fe, para los que van a poner en marcha la lógica antropológica de la catequesis, “existe la convicción de que toda experiencia humana fundamental es a la vez autónoma y traducible al lenguaje del Evangelio. Lo que no puede traducirse es secundario”. Por eso, “la tarea catequética de recoger la experiencia humana fundamental, profana y autónoma no podía basarse en la liturgia, que ofrece una experiencia ya configurada por la Biblia y el lenguaje de la fe”. Por lo que “el lenguaje codificado de la liturgia sólo puede venir al final, como traducción de lo que se ha dicho o experimentado en el grupo catequético”.

Recuerda Molinario que en más de una ocasión se ha citado una reflexión de Karl Rahner para justificar este giro: «la misa en la vida es la condición previa de la misa en la Iglesia». Sin embargo, “este giro epistemológico no está presente como tal en Karl Rahner. Para el teólogo alemán, la vida en cuestión es la vida de fe, el sentido del sacrificio, la hospitalidad hacia los demás, la vida interior espiritual. Para él, no se trata de pasar de una posición antropocéntrica a una apertura al Dios revelado, sino de poner la liturgia en sistema con el conjunto de la vida cristiana”.

Pero la historia no termina aquí. Apunta Molinario que ante la dificultad práctica y teológica de poner en práctica la catequesis antropológica, todavía llamada «catequesis de la vida», y la dificultad de establecer el vínculo vida-fe sin que resulte artificial o extrínseco, tomó el relevo la catequesis temática.

En lugar de partir de la experiencia vital, “el punto de partida se sitúa en una idea o un valor: la amistad, la libertad, el perdón, la solidaridad, etc. Para ilustrar el tema o el valor compartido, los autores de la catequesis toman ejemplos de pequeños acontecimientos de la vida de las personas, y luego de extractos de los Evangelios (…) En este esquema catequético, todavía muy extendido, el tema sirve de punto de referencia para la celebración que cierra la secuencia y que se construye en torno a este tema. Algunos documentos catequéticos llegan incluso a decir que ¡el tema estudiado debe celebrarse!”.

De hecho, explica Molinario, para la catequesis temática, “la liturgia, como celebración al final de la secuencia catequética, se concibe entonces como una correlación de ideales con textos o gestos. Estos últimos se utilizan sobre todo para ilustrar un punto.

Todo esto propició, cuenta Molinario, que a partir de los años sesenta, la renovación de la catequesis en el siglo XX contribuyó a crear una especie de oposición entre vida y liturgia, o incluso una reticencia que no pudo compensarse integrando las celebraciones en el proceso catequético.

El problema tiene, a su parecer, varias dimensiones:

  • Es epistemológico: hay un conflicto entre la experiencia humana y el lenguaje religioso;
  • Es eclesial: la celebración catequética ha tendido a tener lugar junto a la reunión de toda la comunidad cristiana;
  • Es litúrgico, sencillamente, ya que la liturgia se tematiza y su propia acción, su lex orandi, se utiliza, incluso se modifica, para ajustarse al tema catequético. La liturgia se ha convertido en nocional.
  • Y es teológica: al afirmar que la liturgia y la Biblia no forman parte de la vida, estas prácticas catequéticas contribuyen a mantener un extremismo teológico que sus buenas intenciones pastorales pretendían superar.

Con todo ello, Molinario propone ir al corazón de la fe con un gesto teológico y catequético fundador, que es “la vigilia pascual como matriz y punto de apoyo”. ¿Por qué? Porque “la vigilia pascual es la matriz de toda liturgia, podríamos decir de toda experiencia de fe en la Iglesia. Es la fuente y la cumbre de la vida cristiana. A partir de este núcleo se desarrolla todo”. Citando el documento de los obispos franceses “Ir al corazón de la fe”, explica como «en este día, al final de los 40 días de Cuaresma, después de haber pasado por la celebración de la cruz, las comunidades cristianas se reúnen para el bautismo de los nuevos creyentes. Pero la celebración que los reúne también los arraiga en su compañía de Cristo”. En esta posición emblemática, el corazón de la fe y el corazón de la comunidad se unen.

Esta iniciativa tuvo mucho que ver también con el movimiento de renovación de la iniciación cristiana de los adultos a través de la publicación, la reflexión teológica y la aplicación progresiva del RICA, el Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos. La expresión repetida por el Directorio para la Catequesis de la «inspiración catecumenal de la catequesis» se inscribe naturalmente en este movimiento.

Para Molinario “la liturgia nos permite seguir sus huellas (el que es luz), escuchar la Palabra en comunidad, revivir la zambullida bautismal, experimentar el pan del cielo que se da y se comparte, donde la comunidad se hace cuerpo, y vivir el envío, mostrándonos que la comunidad reunida es un acontecimiento que llama a su dispersión y a su nueva convocatoria. La Iglesia vive siendo llamada y enviada. La liturgia inicia y regula la vida de los creyentes”.

La iniciación a través de la liturgia es una pedagogía de la inmersión en la experiencia cristiana de una comunidad que la vive y hace «erguirse en la creencia». La acción catequética ya no se basa principalmente en un modelo de aprendizaje, sino que se entiende como un itinerario de entrada en la fe de la Iglesia, por la Iglesia.

Una fe impregnada del Misterio Pascual

Molinario terminó su intervención recurriendo a esta afirmación del Dictorio General para la Catequesis: «La Vigilia Pascual, centro de la liturgia cristiana, y su espiritualidad bautismal son fuente de inspiración para toda catequesis». Para explicar que si “la renovación de la catequesis no tiene que ver con devociones periféricas, ni con los valores o ideas del cristianismo presentes en la sociedad”, la renovación “es bautismal, inscrita en la muerte y resurrección del Señor hasta que Él venga”. Por eso “el enfoque basado en la relectura de la vigilia pascual como una especie de mistagogía no debe entenderse como un desvío para volver después a la catequesis. Más bien, sitúa la catequesis de iniciación donde la fe y la Iglesia nacen a sí mismas en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, el primogénito de entre los muertos. El primogénito de toda la creación. Nacemos a la vida nueva en Pascua”.

A modo de epílogo, José Molinario afirmó que “esta orientación fundadora de principios de los años 2000 sigue siendo, en mi opinión, profética en la medida en que el movimiento catequético francés no ha asumido aún plenamente este vínculo entre la experiencia litúrgica pascual, por una parte, las prácticas catequéticas de la infancia y la adolescencia, por otra, y finalmente la experiencia del itinerario de iniciación cristiana de los adultos”. Su conclusión es clara: «Por tanto, la catequesis no puede considerarse únicamente como preparación a los sacramentos, sino que debe entenderse en relación con la experiencia litúrgica. La catequesis está intrínsecamente unida a toda acción litúrgica y sacramental, pues es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Cristo Jesús actúa en plenitud para la transformación de la humanidad”.

Vincular catequesis, liturgia y experiencia vital: la acción mistagógica.

Roland Lacroix, del Instituto Católico de París, habló del tema “Vincular catequesis, liturgia y experiencia vital: la acción mistagógica”.

Para Lacroix el tema de este congreso interesa desde hace tiempo a la teología y la práctica catequéticas, hasta el punto de cuestionar de nuevo el fundamento mismo de esta teología y de esta práctica.

El reciente Directorio para la catequesis nos invita a relativizar nuestras distinciones habituales entre «primer anuncio», «evangelización», «catequesis», «iniciación cristiana»… y a una especie de nuevo retorno a las fuentes de la catequesis, que debe volver a ser «kerigmática y mistagógica», como pide el Papa Francisco en Evangelii gaudium.

Lacroix se centra en la dimensión mistagógica de esta catequesis en tres puntos.

  • Primer punto: con Joël Molinario, hemos visto cómo el vínculo entre catequesis y liturgia estaba presente en el pensamiento y la práctica catequéticos en Francia en los años sesenta. Ya en 1948, Joseph Colomb identificó la crisis de la transmisión de la fe con la desaparición del «catecumenado social». Al mismo tiempo, la nueva afluencia de solicitudes de bautismos de adultos obligó a la catequesis en Francia a plantearse la creación de un catecumenado de adultos.
  • Segundo punto: la conjunción de los dos fenómenos mencionados coincide con el redescubrimiento por la Iglesia católica de su tradición iniciática. El itinerario ritual de la iniciación cristiana de los adultos es la verdadera inspiración de una catequesis que busca articular catequesis, liturgia y experiencia de vida.
  • Tercer punto: según el Directorio para la Catequesis, la catequesis participa en el proceso de la Revelación. Por eso insiste en su carácter kerigmático, pero también en la necesidad de una «renovación mistagógica», retransmitiendo así la petición hecha por el propio Papa Francisco en Evangelii gaudium.

Primer punto: Es necesario por tanto redescubrir, en la catequesis como en el catecumenado, la acción mistagógica. Si el catecumenado es una institución original basada esencialmente en el vínculo fundamental entre una catequesis y un acto litúrgico, es oportuno mencionar la renovación catecumenal en este primer punto. Hablemos de la renovación catecumenal de los años 1940-1960.

Explica Lacroix que “el catecumenado de adultos contemporáneo -al igual que la catequesis- se ha basado, por supuesto, en el redescubrimiento de las prácticas de iniciación de la Iglesia primitiva. Sin embargo, en la iniciación de los catecúmenos de los primeros siglos, no se trataba de pensar un vínculo entre la catequesis, la liturgia y la experiencia de vida, puesto que estaban naturalmente unidas. De hecho, los Padres de la Iglesia se habrían sorprendido de nuestro problema”.

Señala Lacroix que la especificidad de la reflexión de la renovación catecumenal en aquella época, los años cincuenta y sesenta, era que se basaba en las primeras experiencias de etapas litúrgicas que los practicantes, ayudados por teólogos, historiadores y liturgistas, reconstituyeron precisamente a partir del redescubrimiento de las prácticas de la Iglesia antigua.

Se refiere Lacroix a François Coudreau, responsable del catecumenado de París, para quien todo el proceso de la catequesis pasa por la celebración: la Palabra proclamada, la homilía, la liturgia preparada y luego repetida por el catequista para los catecúmenos. La catequesis se convierte entonces en un descubrimiento del misterio de la fe, expresado en los ritos a través de las liturgias catecumenales. Y se refiere también a André Laurentin y a Michel Dujarier, también pioneros del catecumenado de adultos en Francia, que explicaban que los ritos mismos llevan «el conjunto de la catequesis en su forma kerigmática o inductiva, dialogada y enseñada». Para ambos el reto consiste en aprender de la gracia que ya actúa en nuestras vidas. De tal suerte que «no hay dos enfoques paralelos e independientes (catequesis y liturgia), uno de los cuales comunicaría la instrucción y el otro la fuerza interior para practicarla, uno reservado a un catequista y el otro a un liturgista. Es la Iglesia la que tiene la iniciativa de la catequesis en el ejercicio de la liturgia”.

Y ambos teólogos lamentan que, en la práctica, se reúna demasiado a menudo a los catecúmenos en torno a un «tema catequético». Por el contrario, deberían «formar una asamblea celebrativa» con ellos, para mostrarles que es Cristo quien los reúne, como reunió a sus apóstoles”.

Lacroix se refiere también a otro autor, Charles Paliard, responsable del catecumenado en los años sesenta, para quien “después del acto litúrgico, la catequesis permite al catecúmeno tomar conciencia más explícita de todo lo que ha vivido y sigue viviendo gracias al encuentro privilegiado con Cristo».

Para Paliard se trata de una «catequesis de iniciación» que da voz tanto a la Palabra de Dios como a las propias palabras del catecúmeno, que hace suyo «el lenguaje elemental de la fe» y puede participar en la vida comunitaria, de modo que su fe se convierte en una «forma» de vida. Habla de un «hilo conductor» de la catequesis, para que la progresión catequética «sirva a la fe unificada», basada en «tres vertientes»:

  • la coherencia del mensaje en torno al mensaje pascual,
  • la entrada progresiva en la Iglesia
  • y la experiencia humana del catecúmeno para una fe más personal.

Para Paliard todo el arte de la catequesis consiste en entrelazar lo mejor posible estos tres «hilos» para que la fe del catecúmeno se vaya configurando en la unidad. Al igual que André Laurentin y Michel Dujarier, subraya la importancia de vincular la catequesis catecumenal a las etapas litúrgicas, ya que, de lo contrario, el sentido de los ritos y su función sacramental podrían verse alterados, al igual que la coherencia de la catequesis.

Pero, señala Lacroix, lo que esta restauración revela también es que hay un largo camino que recorrer desde la reflexión en teología catequética y litúrgica hasta su puesta en práctica. De hecho, al igual que la catequesis, el catecumenado también ha sufrido su «eclipse litúrgico». Predominó la dimensión antropológica, como en la catequesis, pero también, y quizás sobre todo, la dimensión pastoral.

Segundo punto: Catequesis inspirada en el itinerario ritual de la iniciación cristiana de adultos

Recuerda Lacroix como el catecumenado se convirtió en el «modelo» de la catequesis. Así ha sido desde el Sínodo de los Obispos de 1977 sobre la catequesis, que entendió el catecumenado como «el modelo de toda catequesis (…), una formación del adulto convertido a la fe que lleva a la profesión de fe bautismal durante la Vigilia Pascual». El Directorio General para la Catequesis de 1997 se hizo eco de ello: «El modelo de toda catequesis es el catecumenado bautismal», aunque no se trata de «reproducir servilmente el catecumenado», sino de «asumir su estilo y su dinamismo de formación».

Lacroix señala una ambigüedad relativa a la inspiración catecumenal de la catequesis. Cuando se habla de catecumenado, se corre el riesgo de pensar espontáneamente en el acompañamiento, el itinerario, la acogida de los recién llegados, una pastoral adaptable a cualquier solicitud… Incluso hoy en día, esto podría llevarnos a olvidar la especificidad del catecumenado, es decir, su papel en la puesta en práctica de la iniciación cristiana. Lacroix se atreve a plantear la pregunta: ¿sigue siendo pertinente hablar de la inspiración catecumenal de la catequesis? La iniciación cristiana es la inspiración. Le parece más pertinente hablar de «catequesis como iniciación mistagógica», como se hace el Directorio para la Catequesis, que lo recoge de Evangelii gaudium. Hablar de inspiración catecumenal es reductivo y no sirve a la necesidad «iniciática» de articulación entre catequesis, liturgia y experiencia de vida. Para Lacroix, el itinerario ritual de la iniciación cristiana es como el paradigma de la articulación entre catequesis, liturgia y experiencia de vida.

La novedad del RICA reside en el hecho de que propone un «itinerario» que comprende «tiempos o periodos puntuados por celebraciones o etapas litúrgicas importantes», periodos y etapas que tienen una finalidad específica: iniciar a los catecúmenos en la vida cristiana. De hecho, “cada etapa del itinerario forma parte de esta iniciación: el itinerario litúrgico -todos los ritos de la iniciación cristiana-, el itinerario catequético -encuentros con los acompañantes de los catecúmenos-, el itinerario eclesial -encuentros con la comunidad… Este itinerario complejo estructura la fe naciente de los catecúmenos a partir de su experiencia de vida, a la que los catequistas acompañantes prestan mucha atención”.

Pero lo esencial es que la catequesis de los catecúmenos está estructurada por el programa ritual del RICA, cuya fuente principal es la Biblia. Valora en este sentido Lacroix la propuesta del Ritual de realizar «celebraciones de la Palabra de Dios (…) adaptadas al tiempo litúrgico», para «grabar en el corazón de los catecúmenos la enseñanza recibida sobre los misterios de Cristo y la forma de vida que de ellos se deriva». Se trata de “una buena inspiración para cualquier forma de catequesis. Pero tal vez hayamos perdido en la catequesis la costumbre de dejarnos guiar por la acción litúrgica, que sin embargo es plenamente pertinente como acto de traditio, de transmisión”.

Por desgracia, a menudo oímos contraponer catequesis y liturgia, con el temor de que si fomentamos la catequesis «litúrgica», el contenido de la fe pase a un segundo plano. Sin embargo, la ritualidad forma parte del contenido de la fe. Cita en esta línea Lacroix al teólogo litúrgico Patrick Prétot, para quien «la ritualidad forma parte del contenido mismo de la fe: aprender a hacer la señal de la cruz no es sólo una pedagogía corporal para designar el contenido trinitario de la fe, sino que es entrar en la liturgia, un poco como se decía antiguamente, con la expresión entrar en religión. El gesto de la señal de la cruz (…) pertenece al contenido de la fe transmitido por la liturgia».

Lacroix también cita a este propósito a Romano Guardini, que subraya la necesidad de valorar el momento ritual de la fe por encima de su comprensión y apropiación intelectuales: «Su deber (el de la liturgia) no es explicar pensamientos doctrinales, edificar sentimientos, comunicar impresiones estético-religiosas. Es un acontecimiento vivo en el que la acción de Dios se hace presente a los ojos, los oídos y las manos del hombre; es un espacio existencial en el que el hombre es acogido y recreado para una vida nueva».

Para Lacroix, lo que vale para acompañar la conversión de los catecúmenos -la performatividad de los ritos- puede valer también para acompañar la conversión permanente de todo catequizado. La liturgia asume entonces plenamente su papel de «mediadora de la catequesis», según la expresión de Denis Villepelet, ayudando a las personas a madurar en su fe. Si el proceso de iniciación cristiana que despliega el RICA, que implica el vínculo entre liturgia, catequesis y experiencia vital, configura, enriquece y hace posible un itinerario gradual de conversión y maduración de los catecúmenos, ¿no debería suceder lo mismo con todo itinerario catequético que se impregne así de una dimensión sacramental? Desgraciadamente, señala Lacroix, se puede decir que aún hoy, en la catequesis, «la liturgia sigue buscando su lugar».

Tras citar varios puntos del El Directorio para la Catequesis sobre la importancia del «carácter litúrgico, ritual y simbólico» de la catequesis, Lacroix llega a la conclusión de que “la catequesis ya no es sólo cosa de catequistas o de servicios de catequesis, sino de toda la comunidad cristiana, que debe desplegar progresiva y dinámicamente los signos y lenguajes propios de la tradición iniciática de la Iglesia. Así pues, no se trata sólo de integrar una liturgia u otra, o un momento de oración, en un curso o una sesión de catequesis”. Para decirlo con palabras de Denis Villepelet: «No se trata de organizar celebraciones litúrgicas para poner en palabras y acciones lo que se enseña con palabras; se trata de integrar el momento catequético en la acción litúrgica».

La cuestión planteada por Bourgeois, que Lacroix citó al comienzo de su introducción, sigue siendo pertinente hoy en día, pero con una formulación actualizada: después de toda esta evolución de nuestro pensamiento y de nuestra práctica, ¿se ha convertido de nuevo la Iglesia en iniciadora?

En su opinión, “una forma de responder positivamente a esta cuestión es redescubrir la acción mistagógica como recurso catequético”.

Tercer punto: Redescubrir la acción mistagógica como recurso catequético

Recuerda Lacoix como los Padres utilizaban a menudo el verbo mustagogéô, «introducir en los misterios», para referirse a la iniciación sacramental. Hay que señalar que el sustantivo mustagogia y el verbo mustagogéô podían tener otros significados, y no sólo sacramental. Podrían significar: iniciación en los misterios cristianos en general; iniciación en los misterios del bautismo y de la Eucaristía; interpretación de las Escrituras; instrucción en los misterios de Cristo, del Espíritu Santo y de la Iglesia; enseñanza espiritual, etc.

Entre las numerosas cualidades exigidas a un catequista, el Directorio para la Catequesis menciona la de ser un «mistagogo». Desde los años 2000, la catequesis se ha apropiado de la noción de «mistagogía» . Pero a menudo se la ha sacado de su contexto original -catequesis y liturgia-, lo que corre el riesgo de hacerle perder su sentido y volverla ineficaz. Para Lacroix si quisiéramos utilizar una fórmula para sugerir el papel catequético de la práctica mistagógica, podríamos decir: “en la práctica catequética, no explicamos ni definimos el misterio de Cristo, lo introducimos permitiendo que la gente participe en él”.

Explica Lacroix que la práctica de la iniciación de los catecúmenos en los primeros siglos, que variaba mucho de una región a otra, nos incita a tener en cuenta la dimensión mistagógica de todo el proceso de iniciación cristiana.

Si según el RICA, el tiempo de mistagogía debe permitir a los neófitos «progresar en la profundización del misterio pascual y traducirlo cada vez más plenamente en su vida», éste es de hecho el objetivo de todo el itinerario de la iniciación cristiana en la articulación que realiza entre catequesis, experiencia litúrgica y despliegue de la vida cristiana. Así pues, la práctica de la mistagogía debe desplegarse a lo largo de todo el itinerario, para que el tiempo de la mistagogía pueda desempeñar plenamente su función mistagógica.

Para Lacroix esto concuerda con Romano Guardini que hablaba de la necesidad de una «palabra mistagógica» en la liturgia porque, decía ya en 1942, «poco a poco las formas litúrgicas han perdido su claridad y su fuerza originales». Esta palabra es hoy más necesaria que nunca, porque puede favorecer el vínculo entre catequesis, liturgia y experiencia de vida, tanto en la catequesis como en el catecumenado.

En la práctica, dice Lacroix, se trata de situar la categoría del Misterio Pascual en el centro de nuestra catequesis abriendo un espacio de celebración. Se trata de un tipo de catequesis orgánica distinta de la habitual: la Palabra de Dios en el centro, un «uso de símbolos significativos», un «proceso» de diálogo que integre «todas las dimensiones de la persona», en el seno de la comunidad. [1]Para favorecer el «dinamismo experiencial de la fe», como dice el Directorio para la Catequesis, hay que entrelazar la historia de Jesús y la fe de la Iglesia y la vida de los que la cuentan -la catequesis narrativa- y la de los que la escuchan -la vida de los catequistas y la de los catequizandos-.

La acción mistagógica, explica Lacroix, podría entonces describirse más concretamente del siguiente modo: se trata de favorecer la «entrada» en el rito mediante una palabra catequética, de vivir el rito acompañado de su palabra específica, y de favorecer después la «salida» del rito mediante una nueva palabra catequética. Esta palabra catequética de «salida» permite significar el modo en que el rito puede desplegarse en la experiencia vital de las personas. De este modo, la acción mistagógica permite entrar en el misterio pascual aprendiendo a vivir la vida cristiana. Por eso, la acción mistagógica tiene en su centro el vínculo entre catequesis, liturgia y experiencia de vida, y prevé una catequesis estructurada por la liturgia, más «litúrgica» que «temática». Se trata, por ejemplo, de desarrollar el uso de los sacramentales, tal como invita el Concilio Vaticano II. Podrían definirse como gestos que participan en el misterio anunciado. Sacramentales acompañados de palabras catequéticas, antes, durante y después.

Concluye Lacroix recurriendo a Desirio desideravi, donde leemos la invitación del Papa Francisco a catequizar a través del asombro: «El asombro de quien experimenta la fuerza del símbolo». Para ello no faltan los recursos que ofrece la tradición cristiana, ni tampoco la experiencia catequética. Así pues, no se trata sólo de encontrar las palabras para expresar la fe, sino también de encontrar un lenguaje ritual y simbólico y unas palabras catequéticas que abran a nuestros contemporáneos el acceso al misterio de la fe, en el corazón de sus experiencias vitales. Una llamada a la creatividad catequética y litúrgica.