Reproducimos una carta enviada por una madre de familia con dos hijos pequeños, 2 y 5 años, que forman parte de una comunidad parroquial de la Archidiócesis de Madrid y la respuesta del Delegado de Episcopal de Catequesis. Consideramos que el tema de la carta y la respuesta que le damos supone una aclaración sobre una cuestión pastoral importante relacionada con la catequesis:
Buenas noches:
Por la presente quería transmitir una inquietud sobre si debe y cómo deben los niños pequeños participar de la celebración de la eucaristía. Verán, en nuestra corta experiencia como padres, hemos asistido a misas celebradas en diferentes parroquias, y hemos podido comprobar cómo existe una amplísima variedad de maneras de vivir una misa con niños. Entre ellas, hemos vivido:
– Misas en las que hay una sala con juguetes para la amenización de los niños: pero de alguna manera, esto no es hacer partícipe al niño del sacramento, y en muchas ocasiones distrae más al resto de asistentes o a los propios padres, dado que en muchas ocasiones ni siquiera la megafonía llega a estas salas (de manera que, literalmente, no se oye lo que dice el cura).
– Misas que denominan ‘de niños’: hemos asistido a misas denominadas ‘de niños’ en un par de parroquias. En una de ellas, la homilía era totalmente dirigida a adultos, y los niños se limitaban a participar pasando el cestillo y leyendo preces escritas por adultos. Es decir, el contenido no iba dirigido a ellos, pero por ser titulada ‘de niños’, de alguna manera se asumía y justificaba que había niños con el ‘ruido’ que estos conllevan.
Fuimos por casualidad a otra misa ‘de niños’ en la que nos maravilló encontrar a un sacerdote que se dirigía a los niños en la homilía con un contenido adaptado a ellos, haciéndoles partícipes. Nos gustó mucho, pero entendemos que es posible que no exista un cura con tal carisma en todas las parroquias.
– Misas ‘de adultos’ a las que asistes con niños: hemos vivido escenas variadas. Es cierto que hay fieles que aceptan la presencia de niños en misa, incluso que lo encuentran entrañable, pero hemos vivido escenas en las que otros fieles nos han echado la bronca porque alguno de nuestros hijos hacía demasiado ruido, o no se sentaba y levantaba de la forma estipulada en la misa, o por cualquier otro motivo. También hay fieles que no se dirigen verbalmente a nosotros pero que sí dirigen miradas que hablan por sí solas. Terminamos yéndonos al atrio del templo ante estas situaciones, donde en muchos casos no llega la megafonía (es decir, que nosotros tampoco podemos recibir el sacramento).
Entendemos que el templo es un sitio en el que hay que guardar el mayor silencio posible para facilitar la oración, y que en la medida de lo posible se ha de favorecer que los niños se sienten en los bancos, se levanten cuando el resto etc. ¿pero cómo obligar de forma estricta a un niño, con lo que es su naturaleza, a quedarse quieto, a no moverse nada, a sentarse mirando al vacío, si no entiende nada de lo que se está diciendo en la misa? Me voy a casos incluso más extremos: ¿y si se trata de un niño con TDA, con tendencia a la hiperactividad?
No sabemos cuál es nuestro sitio como familia en la celebración eucarística y nos parece de suma importancia discernirlo, dado que no por ser niños y más pequeños tienen menor capacidad de encontrar a Dios, sino que al revés: queremos darles un espacio donde desarrollar su relación con Dios desde el principio de su vida, dado que estos pequeños, en muchos casos, nos dan mil vueltas a la hora de hablar y encontrarse con Dios.
Mi pregunta es, por tanto, si los niños están llamados a participar en la celebración de la misa, y si de alguna manera se ha elaborado y rezado algún tipo de propuesta de cómo debería ser una ‘misa de niños’ en la Archiodiócesis de Madrid. Creo además importante que de alguna manera se difunda entre el resto de fieles, dado que esas miradas y comentarios que mencionaba anteriormente dificultan mucho nuestra presencia como familias en las misas, siendo muy disruptivo para formar una verdadera Comunidad.
Muchas gracias
Respuesta del delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid:
Gracias por compartir tu experiencia y tu inquietud con respecto a la sensibilidad de algunos adultos ante la participación de los niños en la eucaristía.
En primer lugar es necesario que las comunidades parroquiales, incluidos los sacerdotes, fomenten una acogida sin ningún tipo de reservas a la participación de los niños, con todo lo que ello significa y que tu expones en tu carta con claridad. Como te han respondido desde la Delegación Episcopal de Familia y Vida, se trata además de una respuesta concreta e indiscutible a la petición del Señor a sus discípulos de dejar que los niños que se acerquen a él.
Más cuando en la escena evangélica queda claro que Jesús dice estas palabras precisamente cuando algunos de ellos parecen tener la misma actitud que tú describes de gestos y palabras de algunos feligreses porque consideran que los «niños molestan». Seguramente esos mismos que se incomodan o protestan no lo hacen cuando los niños «molestan» en una reunión familiar. El problema consisten en entender la celebración de la eucaristía como un encuentro familiar, una celebración de la familia cristiana, o algo distinto que se asemejaría más a una conferencia.
Los niños no sólo tienen derecho a venir a misa, si es con sus padres (y/o con sus catequistas) mejor, sino que enriquecen con su sola presencia la comunidad cristiana, que puede alegrarse de la continuidad en el proceso de la transmisión entre generaciones de la fe y la vida cristiana. Por otro lado, con respecto a los niños que participan en el proceso catequético de la iniciación cristiana, su participación en la misa dominical es tan importante como la catequesis misma. No por casualidad San Pío X, quien «invento» la catequesis en las parroquias a principios del siglo XX, no las llamo «catequesis parroquiales», sino «catequesis dominicales».
En segundo lugar es conveniente que en las parroquias en las que se pueda convocar a las familias (sobre todo familias jóvenes, con niños) a una celebración dominical específica, lo hagan. No sería tanto «misa de niños» como «misa de familias», con una finalidad pastoral evidente: adaptar la celebración a su mejor participación. Tú pones el ejemplo de la predicación, que tantos sacerdotes saben hacer muy bien dialogando con los niños, pero además la liturgia cuenta en el Misal con plegarias eucarísticas adaptadas a ellos y en las que ellas participan continuamente.
Esto, lógicamente, es más fácil en parroquias en las que por los procesos catequéticos se cuenta con un grupo de familias suficiente como para poder preparar una de las misas del domingo como misa especialmente dirigida a esas familias. Con respecto a las cabinas de insonorización, que en su momento se justificaron para poder atender a los padres con niños con pocos meses, se están desmantelando en muchas parroquias donde se habían puesto, al mostrar una imagen en realidad poco unificada de la participación de la comunidad cristiana, al menos visiblemente cuestionada con cualquier tipo de separaciones físicas.
Desde la Delegación Episcopal de Catequesis sabemos que estos dos criterios son asumidos claramente por las parroquias de Madrid, o por su gran mayoría, y tanto por los sacerdotes como por los laicos. Tal vez el mayor reto es el de sensibilizar a aquellos participantes en la misa dominical que aún puedan tener una concepción de la celebración eucarística dominical más individual que comunitaria.
Atentamente, Manuel María Bru, delegado Episcopal de Catequesis