Desde mañana hasta el domingo miles de personas se encontrarán en Madrid para celebrar la trigésimo novena Asamblea Nacional de la Renovación Carismática, en el 50 aniversario de este multitudinario movimiento católico. El conocimiento de este como de otros movimientos y espiritualidades eclesiales es siempre provechoso para los catequistas.
La hermosísima secuencia de Pentecostés dice que el Espíritu Santo es fuente del mayor consuelo, dulce huésped del Alma, descanso en el esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas. Pero también dice que sin él el hombre queda vacío por dentro.
El Espíritu Santo conforta a quien lo busca, pero no se impone a quien no lo busca, y desde el primer Pentecostés, siempre sorprende, empuja, remueve, rompe, y cambia. Lo cambia todo, lo pone todo patas arriba, para hacer siempre nuevas todas las cosas. Dios es así. Es Él, no se deja hacer, ni encasillar, ni encerrar por nosotros. Como nos dice el Papa Francisco, el Espíritu Santo sopla su aliento como le da la gana, desde donde le da la gana, y hacia donde le da la gana. No lo controla nadie. Es él quién rejuvenece continuamente a la Iglesia.
El Espíritu Santo la “ha armado”, y a lo grande, en este tiempo de la historia de la Iglesia. Nos ha regalado grandes papas santos en los últimos cien años. Nos ha regalado el Concilio Vaticano II para entender al hombre de hoy y para hacernos entender por el hombre de hoy. Nos ha regalado infinidad de nuevos carismas y movimientos. Y nos ha regalado una renovación en el modo de percibirle y de acogerle, también a través de la Renovación Carismática Católica.
Aún hay quienes, como con otros movimientos reconocidos por la Iglesia, recelan de los carismáticos por no compartir sus expresiones, sus canciones, o sus típicos gestos oracionales. Tampoco le hacen bien a los carismáticos quienes, haciéndose pasar por tales, organizan y participan en celebraciones en las que, junto a supuestas curaciones y fenómenos extraordinarios, se cuestiona al magisterio de la Iglesia y se menosprecian las formas más comunes de oración y de celebración comunitarias. Todos estamos llamados a reconocer la pluralidad de carismas en la Iglesia, bajo la tutela de nuestros pastores, que tienen el carisma del discernimiento y del reconocimiento eclesial, y juntos trabajar cada día más por la “común misión”, porque en la Iglesia vana es la misión sin la comunión, y falsa es la comunión que no abraza a todos los cristianos, y que no sale al encuentro de todos los hombres, ya sean creyentes, u hombres y mujeres de convicciones diversas.