Nuestro mundo se vio golpeado hace casi dos años por la pandemia de la COVID-19, que ha cambiado la realidad que nos toca vivir. El coronavirus no solo ha puesto al mundo en jaque en cuanto a salud se refiere, sino que ha agravado la desigualdad y el número de personas con hambre aguda en el planeta.
La actual crisis social y sanitaria, que ha venido a sumarse de manera catastrófica a la crisis económica y medioambiental, que ya convertía la vida de millones de personas en un desafío casi insalvable, empujará a otros 500 millones de personas a la pobreza. Y, si no hacemos algo urgente, el hambre podría alcanzar a más de mil millones de personas en los próximos años.
Pero, por desgracia, estas cifras esconden rostros de seres humanos que no tenemos tiempo ni de mirar ni de tener presentes. Vivimos en una sociedad marcada por el individualismo en la que la desigualdad nos parece algo normal. Y con nuestros comportamientos y actitudes condenamos y marginamos a millones de seres humanos.
No podemos seguir ignorando la dura realidad que viven millones de personas en el mundo que, cada día, se están volviendo más invisibles y más olvidados a causa de nuestra indiferencia. No querer ver la desigualdad hará invisibles a las personas más pobres del planeta.
Con el lema “Nuestra indiferencia los condena al olvido”, queremos alzar la voz ante la creciente indiferencia que se está instaurando en nuestro mundo, pues constituye uno de los mayores desafíos de nuestra Institución y queremos denunciarlo en esta Campaña. Queremos despertar conciencias anestesiadas para que nadie se quede atrás, porque no es posible construir un mundo diferente con gente indiferente.
Si no reaccionamos, sin nuestra mirada, atención y apoyo, los más pobres del planeta serán olvidados y se harán invisibles. Que la pobreza y el hambre no sean invisibles depende de ti. ¡Actúa!
MANOS UNIDAS. MADRID. 09/02/2022.- Manos Unidas ha presentado su Campaña anual número 63, “Nuestra indiferencia los condena al olvido”, en una rueda de prensa online, que ha tenido lugar en la Asociación de la Prensa de Madrid. Una Campaña en la que, durante los próximos doce meses, la ONG va a centrar su trabajo en denunciar cómo el muro de la indiferencia y la desigualdad condena al olvido a millones de personas empobrecidas y hambrientas.
La presidenta de Manos Unidas, Clara Pardo, ha hecho mención en su discurso a la inequidad, que se ha acrecentado durante la pandemia y que “ha vuelto a ampliar la brecha entre los países pobres y ricos”. Una desigualdad que puede condenar a la pobreza a 500 millones de personas más, además de incrementar las ya de por sí “vergonzantes” cifras del hambre en el mundo.
Para Pardo, combatir y denunciar las causas que perpetúan y acrecientan esas desigualdades es uno de los principales objetivos de Manos Unidas desde su fundación hace 63 años. “Nuestro sobrenombre de Campaña contra el Hambre, no alude solo a una batalla para acabar con una de las mayores lacras que afectan a la humanidad y que condiciona la vida de 811 millones de personas, sino que alude al trabajo incesante para denunciar y combatir las estructuras injustas que perpetúan el hambre y la pobreza: la vulneración constante de los derechos fundamentales de millones de personas, la proliferación de las actividades extractivistas, el acaparamiento de tierras, la explotación laboral, la especulación con el precio de los alimentos y de las materias primas”, ha explicado.
Clara Pardo ha reclamado a la sociedad que, ante la lacra del hambre, no se muestre indiferencia y ha apelado a una “reflexión profunda sobre el mundo que estamos creando”. “Permitir que una sola persona muera de hambre, es permitir que la desigualdad, la indiferencia, el olvido y el abandono ganen una partida que nunca debería llegar a estar sobre el tablero y supone un auténtico fracaso para la humanidad», ha asegurado.
Guatemala: la desigualdad, una estrategia de los grandes
En esta rueda de prensa ha acompañado a la Presidenta de Manos Unidas el doctor Carlos Arriola, presidente de la Asociación Santiago Jocotán, en Guatemala, que lleva más de 30 años trabajando en la región Chortí para luchar contra el hambre y la desnutrición a través del fortalecimiento de la soberanía alimentaria de las comunidades campesinas e indígenas.
En el pequeño pueblo de Jocotán, perteneciente a la provincia de Chicquimula, el doctor Arriola ha sido testigo de las enormes desigualdades que han condenado a la comunidad chortí, ancestrales pobladores de la zona y actualmente desposeídos de sus tierras y sus propiedades, a la marginación, el abandono y la discriminación.
Las numerosas imágenes grabadas en su memoria tras los años de experiencia han llevado al doctor Arriola a preguntarse, una y mil veces, por el porqué de esa desigualdad, que trae consigo hambre, pobreza y maltrato.”No me canso de decir que esa desigualdad es una estrategia de los grandes, de los políticos, de los gobiernos para perpetuar el círculo de la pobreza en la zona y en Guatemala en general” Una pobreza que para Arriola va más allá de los meramente económico “es una pobreza espiritual, mental, de autoestima, educacional y, por qué no decirlo, de ilusiones rotas de un mañana mejor, de una mejor forma de vivir, más digna, más humana”.
La inseguridad alimentaria, ha explicado Arriola, es una de las principales consecuencias de la desigualdad en esa zona del país centroamericano. El trabajo de la zona chortí se basa en la agricultura, una práctica totalmente dependiente de unas lluvias cada vez más escasas. Estas circunstancias obligan a los campesinos a desarrollar acciones de mitigación para reducir la contaminación y al doctor Arriola le mueve a preguntarse: “¿Ahora nuestros campesinos son los responsables del daño a la madre tierra?”.
La Asociación Santiago Jocotán y Manos Unidas trabajan juntas desde hace seis años para combatir la inseguridad alimentaria en la zona y lo hacen, según ha explicado el doctor Arriola, construyendo procesos que rompan con la desigualdad y que “ayuden y apoyen a desarrollar acciones que mejoren los medios y el modo de vida, que sean procesos humanos y para humanos, no mercantilistas, que estén basados en el amor y la igualdad”.
No se debe consentir la criminalización del migrante
El cambio climático, el hambre, la violencia o la falta de oportunidades, son algunos de los motivos que mueven a miles de personas a abandonar sus países para buscar otra vida en otros lugares del mundo, según ha explicado el padre Àlvar Sánchez, jesuita y promotor de proyectos en la Delegación Diocesana de Migraciones en Nador, que ofrece ayuda humanitaria a la población en tránsito: solicitantes de asilo, refugiados, migrantes y desplazados, segundo de los invitados por Manos Unidas para presentar su Campaña anual.
«Las sociedades democráticas y los estados de derecho no debemos consentir la criminalización de quienes escapan del conflicto, la represión, las consecuencias de la degradación ecológica o los desastres naturales. El desplazamiento humano inducido por la guerra, el hambre o por un déficit de desarrollo que condena a la población a vivir en el umbral de la miseria, es un tipo de migración forzosa amparado por el derecho internacional humanitario y los Convenios de Ginebra», ha explicado el jesuita ilerdense, que cada día atiende a personas migrantes o en tránsito que recalan en Nador antes de intentar alcanzar el sueño de occidente.
“Cuando una madre ha visto morir a sus dos hijos a causa de esa mezcla de malnutrición y enfermedad y sigue viendo disminuir sus recursos, ¿cómo va cerrarse a la esperanza de que otra vida es posible?”, se preguntaba el sacerdote.
Al hacer alusión al lema de la campaña de Manos Unidas, “Nuestra indiferencia los condena al olvido”, Àlvar Sánchez lo ha descrito como “una especie de boomerang”. “En el punto en el que te haces consciente del alcance de nuestra indiferencia, descubres en su dinámica los giros que la devuelven contra uno mismo. Cuando quieres reaccionar, ya no estás a tiempo de evitar su impacto”, ha asegurado el jesuita.
Tras explicar el trabajo que lleva a cabo la Delegación Diocesana de Migraciones de Nador junto a Manos Unidas -atención médica, psicosocial, legal, asistencia social y espacios de residencia y formación de migrantes- el jesuita se ha referido a otra actividad tendente a prevenir las migraciones en el país de origen porque, “la herida de esta frontera (de Nador) es tal, que todo esfuerzo resulta insuficiente para frenar su hemorragia”.
“El objetivo principal de las intervenciones en Senegal, Guinea Conakry y Guinea Bissau es reducir los riesgos vinculados a la migración irregular mediante acciones de sensibilización, información y desarrollo comunitario”, ha explicado.
Pero, el proceso migratorio es, para el padre Sánchez, algo imparable y acoger y proteger al migrantes una cuestión de humanidad.
“Excluir de nuestro círculo al extranjero, tratar de ocultarlo tras el velo de nuestra indiferencia, nos condena a un olvido mutuo y limita nuestra humanidad y libertad. Defender a las víctimas nos humaniza y vencer el miedo a lo desconocido nos hace más libres”, ha asegurado el jesuita español como colofón a su intervención.