Tomando frases de acá y de allá, de los discursos del Papa Francisco a los catequistas, y de los que desde hace años venía haciendo el Cardenal Bergoglio en la Archidiócesis de Buenos Aires, he armado, como dicen los argentinos, un listado de bienaventuranzas que merece la pena leer, releer y meditar. Para los catequistas, pero también para todos, pues todos los bautizados son catequistas en potencia:
- Bienaventurados los catequistas que meditan y rumian la Palabra de Dios, que creen en el Evangelio de verdad, no destilado, y ayudan a que otros crean también en él, que hacen que la doctrina se haga mensaje y el mensaje vida, que no vacían su contenido, pero tampoco lo reducen a simples ideas, anclados solamente en formulación de verdades y preceptos, sin ternura, sin capacidad de encuentro.
- Bienaventurados los catequistas que no tienen miedo a las periferias, que salen de sus casas y de sus cáscaras eclesiales, de las sacristías y secretarías parroquiales, para salir a la calle, a golpear puertas, a anunciar que Jesús vive, no sólo hablando de él, sino haciéndolo ver en sus vidas, presente en medio de su pueblo.
- Bienaventurados los catequistas que priman el ser catequistas al dar catequesis, que quieren ser testigos antes que maestros, y que quieren ser testigos en cadena y no testigos de sí mismos, y cuya única autoridad consiste, como en la del Maestro, en nutrir y hacer crecer.
- Bienaventurados los catequistas que celebran lo que enseñan, que custodian el día del Señor, que se nutren de la eucaristía, que no dejan que el alma se arrugue, y que siendo también hombres de silencio, saben adorar y que enseñan a adorar.
- Bienaventurados los catequistas que abrazan su fragilidad, y que en su vulnerabilidad son capaces de conmoverse, compadecerse y detenerse, que están cerca de los que sufren con la pedagogía de la presencia, y que no se acostumbran jamás a los rostros de tantos niños que no conocen a Jesús, a los rostros de tantos jóvenes que deambulan por la vida sin sentido, a los rostros de multitud de excluidos que, con sus familias y ancianos, luchan para ser comunidad, y cuyo paso cotidiano por la ciudad les duele e interpela.
- Bienaventurados los catequistas que son pedagogos de la comunicación, que se dejan desinstalar para aferrarse a lo ya adquirido, abiertos a los nuevos cruces de los caminos en los que la fidelidad nunca es repetición, sino que adquiere el nombre de creatividad.
- Bienaventurados los catequistas que saben mirar con la mirada amorosa, respetuosa y sanadora del Maestro, ante el espectáculo sombrío de la omnipotencia manipuladora de los medios, del paso prepotente e irrespetuoso de quienes como gurúes del pensamiento único, aún desde los despachos oficiales, nos quieren hacer claudicar en la defensa de la dignidad de la persona, contagiándonos una incapacidad de amar.
- Bienaventurados los catequistas que desempeñan la diaconía de la ternura y del acompañamiento, y la pedagogía del diálogo; que saben escuchar, compartir preguntas y búsquedas, que saben auscultar los interrogantes, las dudas, los sufrimientos y esperanzas de nuestros hermanos, a quienes toca no sólo acompañar sino reconocer como acompañantes y guías en el camino.