VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: ACOGIDA
Isaías 25,6-10a; Filipenses 4,12-14. 19-20; Mateo 22, 1-14
HABLA LA PALABRA: El Banquete del Reino
Para Dios no importan las apariencias, importa el corazón, la bondad del corazón. La Palabra de Dios que hoy hemos proclamado nos habla de un banquete, el banquete del Reino de Dios, al que hemos sido invitados. ¿Quiénes son sus invitados?
- Ya el profeta Isaías nos dice que este festín (manjares suculentos y enjundiosos, vinos de solera y generosos) lo prepara el Señor para todos los pueblos de la tierra. Nadie excluido, todos invitados.
- El salmo 22 incide en que se trata además de una invitación personal: “preparas una mesa ante mí, me unges la cabeza con perfume”.
- Pablo en su carta a los Filipenses nos propone la mejor actitud ante la providencia de Dios: dejar que Dios sea quien nos conforte tanto en la hartura como en el hambre, en la privación como en la abundancia”. Y es que en la antesala del Banquete del Reino, que es esta vida, ocurre lo mismo que en cualquier familia: hay días de abundancia y días de privación.
- Y Jesús en la parábola del banquete de bodas que nos trae el Evangelio de San Mateo, nos habla de dos tipos de invitados:
- por un lado los que se supone que vendrán, porque son los que aparentemente aprecian al convidador y no le van a fallar, pero sólo aparentemente, porque su corazón, su vida, esta en otra parte.
- Y por otro lado, los que, “aparentemente”, están alejados de él. Pero que, al final, resulta que son los que vienen a la boda, porque son los que más fácilmente reconocen sus heridas, su hambre y su sed de verdad, de justicia y de amor, que son los signos del Reino de Dios, y por tanto también los manjares de su banquete.
HABLA EL CORAZÓN: Volver a casa
Este mensaje de la palabra de Dios de hoy (para Dios no importan las apariencias sino la bondad del corazón), en relación con la impronta que la Iglesia ha dado a su vocación de acogida, a partir de los dos sínodos sobre la familia (2014 y 2015).
- La palabra de Dios de hoy nos tiene que ayudar a entender porque el Papa y los obispos quieren mirar a los ojos e invitar al banquete del Reino (y por tanto de la comunión de la Iglesia) a todos aquellos “heridos” por diversas experiencias de fracaso y de dolor en la familia, y algunos de ellos por esa circunstancia “alejados” del camino de la fe.
- Si la Iglesia promueve que la familia sea un hogar estable en el que se experimente el amor desinteresado, no puede dejar de ofrecerse a si misma como hogar para todos aquellos heridos en su vida familiar.
- Por eso explica el Papa Francisco que la llamada a volver a casa (invitados al banquete…) no es sólo para el que va a su casa “de buen grado, para encontrarse en la misma mesa, en el espesor de los afectos”, sino también “para el que se encuentra cara a cara con su propia soledad, en el crepúsculo amargo de sueños y proyectos quebrados”, porque, todos lo sabemos, “cuántas personas arrastran sus días en el callejón sin salida de la resignación, del abandono, e incluso del rencor; en cuántos hogares ha faltado el vino de la alegría y, por lo tanto, el sabor -la misma sabiduría- de la vida”.
- Y por eso, dice también el Papa: “debemos escuchar los latidos de este tiempo y percibir el olor de los hombres de hoy, hasta quedar impregnados de sus alegrías y esperanzas, sus tristezas y angustias (…) Junto con la escucha, invoquemos la disponibilidad a asumir con responsabilidad pastoral los interrogativos que este cambio de época trae consigo”. Y para ello “el secreto está en una mirada: la condición decisiva es mantener nuestra mirada fija en Jesucristo, asumiendo su manera de pensar y de vivir”.
HABLA LA VIDA: La familia de la Iglesia
Recuerdo que un día un chaval, después de una catequesis sobre el Padre nuestro, me dijo: “si Dios nos quiere no es padre, porque mi padre no me quiere”. ¿Quién le devuelve a este chico la experiencia de la familia que he ha sido arrebatada?
¿Y quien le devuelve la experiencia de familia a una madre a la que le abandonó el marido, y que tuvo que rehacer su vida con otro matrimonio para sacar adelante a sus hijos, y algunos la miran con despecho cuando va a su parroquia porque su situación “es irregular”, según el Derecho Canónico? ¿Y alguien le ha explicado a esos que la miran así que lo más irregular del evangelio es la actitud cínica de los fariseos que se creían mejor que los demás delante de Dios?
La familia es iglesia doméstica (unida, generosa, escuela de vida cristiana), pero también la iglesia es familia doméstica para todos los abandonados, fracasados, maltratados y humillados en su familia. No dejemos que ellos anden por los caminos sin ser invitados al banquete del Reino de los Cielos.
Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Diócesis de Madrid