Artículo publicado por el Delegado Episcopal de Catequesis en el Semanario Alfa y Omega (13 de octubre de 2022), pág. 20.
PDF con la página del Artículo: TRES DECADAS DE CATECISMO
El PDF incluye el artículo informativo sobre esta efemérides de la periodista María Martínez López
TEXTO DEL ARTÍCULO:
TRES DÉCADAS DE CATECISMO
La noticia de esta efeméride puede ser a la vez una buena y una mala noticia.
Primero la buena noticia. Para muchos que ya pintamos canas, la referencia a los catecismos nos es familiar, ya sea porque recordemos la época en la que en las parroquias los niños iban no a la catequesis, sino al catecismo (que no es lo mismo), o bien porque nos suene la existencia de otros catecismos antiguos, como los famosos Astete y Ripalda españoles del siglo XVI. Por lo que parecería que el Catecismo fruto del Concilio Vaticano II y auspiciado por San Juan Pablo II vendría a ser únicamente el último catecismo. Pero no es verdad. Todos los catecismos anteriores fueron catecismos locales, no universales. La Iglesia sólo había intentado hacer un catecismo universal tras el Concilio de Trento, pero fue un intento inacabado. Normal. Explicar la fe con una misma expresión cultural, y para todos los pueblos, era una tarea que ponía en jaque el permanente desafío de la evangelización, el de la inculturación de la fe. Si la Iglesia ha tendido que esperar al siglo XX para hacer un catecismo universal es por el advenimiento de una cultura global, la propia de un mundo que es una “aldea global”.
La mala noticia lo es sólo en un primer impacto, porque en realidad es una noticia tan buena como la primera. Muchos piensan que el catecismo está dirigido a los catequizandos como herramienta de la catequesis. Nada que ver. Para eso están los itinerarios y los recursos diocesanos. El catecismo es un documento dirigido a los obispos en primer lugar, como instrumento para su misión de custodios y difusores de la fe, a los sacerdotes en segundo lugar, sobre todo a los párrocos, como custodios y difusores de la fe de las comunidades eclesiales que el obispo les ha encomendado, y en tercer y último lugar, a todos los fieles, incluidos los catequistas, para su personal formación, en vistas de su vocación como discípulos-misioneros del Señor.
Esto no le resta valor al Catecismo, sino todo lo contrario. Lo hace mucho más importante: tiene la osadía de ser el compendio de la fe y de las costumbres de toda la Iglesia. Un instrumento no tanto ni sólo de seguridad doctrinal, como de comunión eclesial, para la única fe de todos, la única esperanza con todos, y la única caridad para todos.
Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis del Arzobispado de Madrid
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