Madrid. Infomadrid, 15-05-2019.- Madrid honra este miércoles, 15 de mayo, a su patrón, san Isidro Labrador. El cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, preside una Misa solemne en honor al santo en la colegiata a las 11:00 horas. El purpurado también presidirá una Eucaristía en la pradera a las 13:00 horas y participará en la procesión que, ya por la tarde, recorrerá las calles de Madrid. Puede consultar el programa completo de celebraciones en la web del Arzobispado.
Homilía íntegra del Cardenal Osoro:
Un año más nos reúne la memoria de san Isidro, patrono de nuestra ciudad, en esta fiesta entrañable para el pueblo de Madrid. En su vida se hace verdad lo que hace un instante hemos recitado en el salmo 1: «Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto, no se marchitan sus hojas y cuanto emprende tiene buen fin». San Isidro es uno de esos santos de la puerta de al lado, como le gusta llamarlos al Papa Francisco. Desde su cercanía nos recuerda que Nuestro Señor ha resumido los mandamientos en dos: hay que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo, que ha sido creado a su imagen y semejanza, como a uno mismo.
En la Palabra de Dios que la Iglesia nos ofrece en esta fiesta, descubrimos tres realidades que imitar de san Isidro Labrador: 1. Ser labradores de este mundo con el amor de Jesucristo como san Isidro; 2. Ser constructores y cuidadores de la familia como iglesia doméstica como san Isidro, y 3. Vivir en la amistad con Cristo y en alegría del Evangelio como san Isidro.
1. Ser labradores de este mundo con el amor de Jesucristo como san Isidro. Debemos dar testimonio de la Resurrección de Cristo, como nos ha dicho el libro de los Hechos de los Apóstoles: diferentes, pero no enfrentados; sintiendo juntos la pasión por que el ser humano refleje cada día mejor el ser imagen de Dios. Los primeros cristianos compartían lo que tenían con todos los hombres y no estorbaban a nadie, todos veían con agrado su presencia, porque se mostraban solícitos a las necesidades que tenían los demás.
Cuánta alegría da acoger e incorporar a nuestra vida el mandamiento en el que resume el Señor todos, tal y como lo hace y vive con todas las consecuencias san Isidro: «Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos». El amor no es una idea; el Señor nos invita a amar, que es todo un reto para la vida. ¿Cómo vive este mandamiento san Isidro? Teniendo relación con un Dios con carne, que se muestra en nuestra relación con los hermanos. Así nos lo reveló el Señor mientras estuvo con nosotros. San Isidro así lo acoge y nos mete en una atmósfera en la que descubrimos que la fe tiene que ser movida, alentada y vivida desde la adhesión absoluta a Jesucristo. Es en el encuentro con Él cuando se movilizan nuestros corazones y el Señor los dispone a hacer el bien, a vivir derrochando el amor de Cristo, inundando este mundo de su caridad. Dios nos mostró su amor en su Hijo Jesucristo y quiere seguir mostrándolo a través de la Iglesia formada por los santos, como se llamaba a los cristianos en el inicio de la evangelización. Esto es ser labrador como san Isidro.
Me atrevo a haceros una llamada en la que estamos de acuerdo todos los hombres creyentes y no creyentes: la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los que creemos es una cuestión de fidelidad al Creador: Dios creó el mundo para todos y a esta madre tierra la tenemos que cuidar todos, como lo hizo san Isidro. La cuestión del cuidado de la tierra es de todos. Por eso es bueno que, como labradores de un mundo donde habitan todos los hombres, nos preguntemos: ¿amamos?, ¿amamos a todos?, ¿queremos a las personas?, ¿las utilizamos?, ¿las respetamos o las robamos su dignidad?, ¿incorporamos proyectos en nuestra vida que logren más convivencia, más cohesión, más reconciliación, más perdón, más dignidad para todos, muy especialmente para los que están más desfavorecidos?
2. Ser constructores y cuidadores de la familia como iglesia doméstica como san Isidro. Hermanos, hoy el Señor, a través de san Isidro, nos habla aquí en Madrid, desde el campo donde él trabajó, en el que a tantos ayudó, con el que sustentó a su familia y ayudó a quienes tenían necesidad. Este hombre de Dios nos sigue interpelando después de siglos. Sí, queridos hermanos y hermanas, aquí y ahora necesitamos de la presencia real del Amor mismo de Dios; necesitamos acogida, reconciliación, perdón y protección; necesitamos devolver la dignidad a quienes la perdieron o se la robaron. Aquí en esta gran ciudad, Dios no se oculta: no necesitamos prefabricarlo, se muestra y se revela a aquellos que lo buscan con un corazón sincero.
En la ciudad se comparten formas de soñar la vida diferentes. Las familias cristianas tienen el mandato de proclamar el Evangelio, de tal modo y con tal fuerza, que mueva a restaurar la dignidad humana, a introducirnos en el corazón de los desafíos que hoy existen, como fermento testimonial, no para imponer sino para proponer vivir con la alegría del Evangelio. Tenemos que escuchar al Señor, porque Él nunca deja de darnos creatividad para todos los momentos que vive el ser humano en cada época. La fe en el Señor nos hará crear espacios motivadores y sanadores en nuestras comunidades cristianas. Como ha sucedido en todos los tiempos, Cristo no deja a su Iglesia. Hay necesidad de hombres y mujeres, niños y jóvenes, que, como san Isidro, descubran en Jesucristo el gozo y la alegría, capaces de meditar siempre este mandato: «Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo». Y que esto se puede realizar y vivir en concreto desde la familia, no es un recuerdo del pasado. La familia cristiana no es una institución trasnochada o caduca, es la institución más moderna, más valorada, porque a través de ella se entrega lo más necesario para vivir: el amor. San Isidro, que en este día nos reúne, desde hace siglos nos viene diciendo que la medida verdadera de un ser humano no está en el número de datos o conocimientos acumulados, está en el amor que entreguemos a todos y en el amor que hagamos todo. Por eso, es de capital importancia ver si nosotros hoy mostramos la fe con obras de amor, empezando por la familia, desde una entrega al otro absoluta, y siguiendo por todos los que nos encontremos en el camino, sean quienes sean, para que ser cada día más y más y reflejar esa imagen de Dios que somos todos.
Una pregunta me surge para todos, pero muy especialmente para las familias: ¿regalamos y proponemos la verdadera sabiduría y las medidas reales que el ser humano tiene y los elementos esenciales de convivencia que los hombres necesitan? San Isidro no redujo la fe a una lógica fría y dura, la vivió en la entrega de su vida por amor. Vivió en la vida ordinaria lo más extraordinario que es saberse hijo de Dios y, por ello, hermano de todos los hombres y llamado por Jesús a seguir sus huellas y sus pasos, reflejando con su vida la noticia más importante y la primera verdad: Dios te ama. Nunca lo dudemos, hermanos, a pesar de lo que nos suceda en la vida. En todas las circunstancias, Dios te ama. Y es un Dios que salva, que ha venido a salvarte. No te está apuntando con la mano para condenarte, te abre sus manos para abrazarte. Contempla a Jesucristo en la Cruz con los brazos abiertos, ¿qué dice por ti y por mí y por todos? «Perdónalos porque no saben lo que hacen». Déjate salvar una y otra vez. Te ama, te salva y Él vive. No es un Dios muerto, de tal manera que garantiza que el bien, que es Él mismo, puede abrirse y hacerse camino en nuestras vidas. Y a la Iglesia la alienta con su Espíritu, para que muestre las obras de Dios como lo hizo con san Isidro. La familia como Iglesia doméstica no se cierra en sí misma, sale a los caminos de los hombres, ve sus situaciones y, como Jesús, sale y toca las heridas de los hombres y ofrece salidas, curación, luz.
3. Ser hombres y mujeres viviendo en la amistad con Cristo y en la alegría del Evangelio como san Isidro. La amistad y la alegría de san Isidro tienen una explicación muy clara en su origen: ha acogido en su vida la propuesta que el Señor hace sobre lo que es ser santo. El Papa Francisco nos dice que ser santo es tener ese carné de identidad que muestra que vivo las bienaventuranzas y vivo respondiendo a las preguntas que se me harán en el juicio final. Este es el carné de identidad de un cristiano, de un discípulo misionero, es decir, de quien sigue a Jesucristo y lo anuncia con su vida y sus obras. Jesús hace un cuadro extraordinario de este carné en el Evangelio (cfr. Mt 53-12 y Mt 25, 31-46). Nos muestra lo que es ser santo, es decir amigo de Dios y de todos los hombres y vivir en la alegría del Evangelio. Hoy nosotros, como san Isidro, estamos invitados a ser trasparencia de las bienaventuranzas en lo cotidiano de la vida y a vivir sumergidos en las acciones de las que el Señor al final nos juzgará. Felices los pobres, es decir, ¿dónde colocamos la seguridad en nuestra vida? Felices los mansos, es decir, fuera el orgullo y la vanidad, fuera buscar estar por encima de los demás. Felices los que lloran, es decir, ¿te dejas traspasar por el dolor y tocar la profundidad de la vida dónde hay preguntas para ser feliz? Felices los que buscan la justicia con hambre y sed, pues eso es la santidad. Felices los misericordiosos, que es lo mismo que ayudar, servir a otros y perdonar y comprender. Felices los limpios de corazón, ¿tienes un corazón sin mezquindades, puro, sano, sin suciedad?, ¿vives sin aparentar? Felices los que trabajan por la paz y no son agentes de enfrentamientos y malentendidos, gentes que dedican la vida a criticar y destruir. Felices los perseguidos a causa de la justicia por vivir sus compromisos con Dios y con los demás. Por otra parte, ese tuve hambre y me diste de comer, sed y me diste de beber, era forastero y me hospedasteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitaste, en la cárcel y viniste a verme… Si vives todo esto estarás en la alegría del Evangelio y la comunicarás.
Queridos hermanos, el mismo Jesús, al que san Isidro sirvió labrando, creando una familia y viviendo en su amistad y en su alegría, se acerca a nosotros haciéndose realmente presente en el misterio de la Eucaristía, para decirnos: ¡cuento con vosotros también, como conté con san Isidro! San Isidro Labrador, ruega por nosotros. Amén.