La riqueza que encontramos en la Liturgia de la Palabra en esta solemnidad de la Santísima Trinidad nos lleva a la contemplación del misterio de Dios:
- El texto del libro del Deuteronomio nos ofrece un dialogo que ha acompañado a la conciencia de los hombres y de los pueblos a lo largo de todos los siglos: el diálogo entre las preguntas existenciales de la trascendencia, sobre la presencia de Dios en la historia y la respuesta de la fe del Pueblo de Dios, que no puede ocultar que Dios ha entrado en su historia.
- El salmo 32 recorre los dones de Dios de los que vivimos: la creación, la revelación de su amor, la liberación del pecado y de la muerte por su misericordia.
- San Pablo en su Carta a los Romanos nos demuestra que Dios no coarta nuestra libertad, sino al contrario, nos libera de toda esclavitud, tanto exterior como interior. Es la libertad de los hijos de Dios: hijos adoptivos de Dios Padre al hacerse uno de nosotros el Dios Hijo, nuestro hermano mayor, por obra y gracia del Espíritu Santo.
- Y en el Evangelio de San Matero le oímos a Jesús dando a los apóstoles el mandato del bautismo a todos los hombres: un bautismo en el nombre de la Santísima Trinidad, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que nos recuerda que por el bautismo el Dios uno y trino habita en nosotros, y por tanto, nosotros en Él, para siempre.
Decía el filósofo Kant ya en su tiempo que si en toda la cristiandad borrásemos la confesión trinitaria casi nadie se inmutaría, siendo así que toda nuestra cultura, que nos libera del sin Dios que es la muerte del hombre pero también de la fe en un Dios solitario y vengativo, fuente de fundamentalismos e interesadas falsificaciones sobre la verdad de Dios, esta basada en la fe en el Dios-Amor, en el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
También los cristianos estamos llamados a hacernos una serie de preguntas sobre Dios y sobre si nuestra relación con Él tiene en cuenta lo que sabemos de Él, unidos a todos los hombres de hoy:
- Se nos hace perceptible el silencio de Dios, sobre todo en este tiempo. Y cuando su poder se me esconde, cuando calla, cuando parece que me deja, ¿acaso no termino creyendo que está demasiado lejos de mi?
- ¿Y cuando me veo a mi mismo, creatura suya, o veo a mis semejantes, o descubro lo vulnerable que es la naturaleza? ¿Dónde queda entonces mi fe en el creador?
- ¿Dónde encontrar su presencia cuando descubro el mal, el dolor, la muerte, en mí y en mi alrededor?
- ¿Dónde queda mi Dios cuando a fuerza de no encontrar respuestas, termino por no hacerme ya preguntas?
- ¿Cómo creer en un Dios que no me estorbe, ni me inquiete, ni me zarandee? ¿No habré hecho de Dios una palabra, una razón, una lejana referencia, una ultimidad demasiado última a la que referirme?
- ¿Creo entonces en el Dios del Evangelio, en Dios-Amor, o creo en el dios del deísmo: frio, indiferente, insensible, infinitamente lejano y ajeno, un Dios solitario y suficiente que no querrá preocuparse de mí?
- ¿Cómo creer en Dios-amor, cuando apenas le miro, le hablo, le escucho, le hago hueco en mi vida, en mis problemas, en mi tiempo, en mis opiniones, en mis actos, y sobre todo en mis deseos y anhelos, últimos o cotidianos, conscientes o inconscientes? ¿Quién está lejos de quién?
La respuesta de la fe cristiana es clara: Mi Dios no está lejos.
- Mi Dios está aquí, siempre, junto a mí, en mi, en lo más profundo de mi. Mi Dios es mi Padre, que no sólo sustenta toda la creación, sino que también me sustenta a mí. Sólo Él conoce el número de mis cabellos. Sólo Él conoce el enrevesado mundo de mis interioridades. Sólo Él puede valorar mis cualidades, o ver crecer mis talentos, dolerse por mis pecados, o disculpar mis errores.
- Es mi Dios también el Hijo de Dios, modelo divino de mi humanidad, eterno espejo donde encontrar la verdad de mi rostro, Palabra única ante la que toda palabra mía se disuelve. El es mi Señor, mi amigo, mi hermano, el inseparable «Tu» que me acompaña, me instruye, me entrega su vida, y muere por mí. Él es quien me llama y me lleva, el Resucitado que me resucita.
- Es mi Dios también el Espíritu Santo. El anida en mi corazón, y querría abrasarlo. El corre por mis venas, e ilumina mi mente, y querría venir más por mis oídos atolondrados y por mis pensamientos paganos y mundanos.
- Es mi Dios la Trinidad. Es mi Dios Comunión, Familia. Amor infinito, Unidad infinita entre Padre, Hijo, y Espíritu. Es mi Dios entonces el Dios uno y trino, el modelo de mi humanidad, el anhelo de mi mundo y de su historia, el secreto de mi manera de ser, el referente único de mi relación con mis hermanos los hombres.
- Es Dios mi autentico hogar, donde quiero vivir eternamente. Con El, con cada uno de Ellos, yo soy de verdad. Este mi Dios, es tu Dios, es el único Dios.
DOMINGO SOLEMINDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (CICLO B)