Reproducimos artículo publicado por Eldebatedehoy, del Delegado Episcopal de Catequesis, sobe el Viaje del Papa Francisco a Colombia:
Una Iglesia como hospital de campaña cuya misión sea curar heridas sin hurgar en ellas
“En Colombia hay muchas situaciones que reclaman de los discípulos el estilo de vida de Jesús, particularmente el amor convertido en hechos de no violencia, de reconciliación y de paz”. Tal vez estas palabras del papa Francisco sean el mejor resumen de su mensaje (a Colombia, a América, y al mundo entero) en el Viaje Apostólico del papa Francisco a Colombia
Pero el Papa, en el marco indiscutible de un viaje a un país que está viviendo un complicado proceso de reconciliación nacional, no sólo ha hablado del coraje de la reconciliación, sino que también ha mandado otros mensajes, no políticos, sino evangélicos (o de “política” evangélica, que es la del Reino de Dios): junto al coraje de la reconciliación, el coraje del compromiso, y el coraje por la justicia.
El coraje del compromiso
El su primer día (jueves 7 de septiembre), el Papa, tras los saludos protocolarios y políticos, se dirigió a los obispos iberoamericanos, que conforman el CELAM(Conferencia Episcopal Latinoamericana), que impulsaron el beato Pablo VI, el primer papa en visitar Colombia en 1986, y San Juan Pablo II, que viajó a Colombia en 1986, y cuya sede se encuentra en la capital colombiana.
Les pidió un mayor convencimiento y un mayor interés en promover la vocación de los laicos en su compromiso cristiano de transformar las estructuras sociales, especialmente en el continente americano, cuyos desafíos sociales “continúan esperando la concretización serena, responsable, competente, visionaria, articulada, consciente, de un laicado cristiano que, como creyente, esté dispuesto a contribuir en los procesos de un auténtico desarrollo humano, en la consolidación de la democracia política y social, en la superación estructural de la pobreza endémica, en la construcción de una prosperidad inclusiva fundada en reformas duraderas y capaces de preservar el bien social, en la superación de la desigualdad y en la custodia de la estabilidad, en la delineación de modelos de desarrollo económico sostenibles que respeten la naturaleza y el verdadero futuro del hombre, que no se resuelve con el consumismo desmesurado, así como también en el rechazo de la violencia y la defensa de la paz”.
Dos días después, en Medellin, el Papa mando este mensaje de coaje en el compromiso social directamente a los laicos. Fueron palabras llenas de sinceridad, de confidencialidad, y de provocación: “Medellín me trae ese recuerdo, me evoca tantas vidas jóvenes truncadas, descartadas, destruidas. Los invito a recordar, a acompañar este luctuoso cortejo, a pedir perdón para quienes destruyeron las ilusiones de tantos jóvenes, pedir al Señor que convierta sus corazones, a pedir que acaba esta derrota de la humanidad joven. Los jóvenes son naturalmente inquietos y, si bien asistimos a una crisis del compromiso y de los lazos comunitarios, son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y de voluntariado, son muchos. Y algunos, sí, son católicos practicantes, otros son católicos al agua de rosas -como decía mi abuela-, otros no saben si creen o no creen, pero esa inquietud los lleva a hacer algo por los demás, esa inquietud hace llenar los voluntariados de todo el mundo de rostros jóvenes, hay que encauzar la inquietud”.
El coraje de la reconciliación
Sin duda el mensaje central de este viaje. No sólo el de un llamamiento(como si tuviese que cumplir un papel, representando la conciencia moral y religiosa de la situación, como se puede leer entre líneas en la manera de entender este mensaje por parte de algunos), sino como un clamor firme, rompedor, desafiante, provocativo, a llegar a la respuesta más humana, más inteligente, más eficaz: la auténtica reconciliación.
El viernes 8 de septiembre, en el gran encuentro de Oración por la Reconciliación Nacional en Villavicencio, el Papa hizo algo que ya sólo desde el punto de vista formal es todo un signo revolucionario del sentido que él le da a su misión como sucesor de Pedro, como cabeza de la Iglesia: escuchó atentamente cada uno de los cuatro escalofriantes testimonios de las víctimas de la violencia en Colombia (Juan Carlos Murcia Perdomo, Deisy Sánchez Rey, Luz Day Landazury, y Pastora Mira), y sus palabras no fueron dirigidas a la multitud reunida en el parque Las Malocas, ni a los millones de televidentes que desde el mundo entero le seguían, sino una a una a cada una de estas personas, con un mensaje personal para cada una de ellas. Y no un mensaje cargado de enseñanzas o de consejos, sino un mensaje de agradecimiento, de apoyo, de confirmación del “coraje reconciliador” de cada uno de ellos, del testimonio de amor sobre las heridas lacerantes de la violencia que cada uno de ellos, como miles y miles de colombianos más, forman parte de sus vidas para siempre.
Pero, tal vez el mensaje más difícil de entender por la actual cultura dominante, el Papa nos dio a todos en ese encuentro una lección importantísima: que la verdad y la justicia no están reñidas con el perdón y el amor. Al revés, porque “la verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón. Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos (…) No temas a la verdad ni a la justicia. Queridos colombianos: No tengan temor a pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación”.
El coraje por la justicia
Francisco comenzó el sábado 9 de septiembre con una misa en el aeropuerto Enrique Olaya Herrera de Medellín, y por la tarde celebró un encuentro con los religiosos, seminaristas, consagrados y familias en el estadio La Macarena. Antes, visitó el Hogar San José, que acoge a unos 1.200 niños huérfanos y que se ha convertido en uno de los centros de asistencia social más importantes del país, donde dijo entre otras muchas cosas que “la renovación de la Iglesia no nos debe dar miedo”. La de una iglesia pobre al lado de los pobres, la de una Iglesia libre de corruptelas con la autoridad evangélica de poder ser acicate mundial que anuncia la justicia y denuncia la injusticia, porque “también hoy a nosotros se nos pide crecer en arrojo, en un coraje evangélico que brota de saber que son muchos los que tienen hambre, hambre de Dios, hambre de dignidad, porque han sido despojados”.
El domingo 10 de septiembre, cuarto y último día del viaje, el Papa repitió uno de sus mensajes más característicos: “No a la distintas formas de esclavitud”. El lugar ya de por si es un emblema de la lucha contra la esclavitud, Cartagena de Indias, un emblema y un rostro: San Pedro de Claver, el jesuita español que se hizo llamar “esclavo de los negros para siempre” y que esperaba las naves que llegaban desde África al principal mercado de esclavos del Nuevo Mundo: “Muchas veces los atendía solamente con gestos evangelizadores, por la imposibilidad de comunicarse, por la diversidad de los idiomas. Sin embargo, Pedro Claver sabía que el lenguaje de la caridad y de la misericordia era comprendido por todos”