Título: Y a pesar de todo, creer.

Autor: Francesc Torralba

Editorial: PPC.

 

Desde la publicación de uno de sus libros más importantes, “Tierra de Nadie”, considerado como el Vademecum de la propuesta del “Atrio de los gentiles” por el presidente del Consejo Pontificio de la Nueva Evangelización, monseñor Fisichella, no se puede dejar de lado un libro de Torralba. Filosofo de vocación y profesión, no sólo nos presenta ideas nuevas para el diálogo de la fe con el hombre y la cultura de hoy, sino que además el lenguaje que utiliza para ello, tan precioso como preciso, nos da la principal clave de este diálogo que, a la postre, es también del diálogo del creyente consigo mismo, cuando se reconoce hijo de su época y llamado a la vez a aprender de ella y en ella dar testimonio de su fe.

Al leer “Y a pesar de todo creer”, me viene repetidamente la tentación de corregir su título y cambiarlo por “Y a pesar de todo, abrir horizontes”, porque las reflexiones que dan razón de su verdadero título, se me antojan argumentos vitales para no mirar más con desasosiego e incertidumbre el mundo y la cultura que nos rodea, sino con gran confianza y esperanza. Y porque si el autor se pone en la piel del hombre de hoy, y va desgranando una a una las diversas sensaciones que, más o menos cercano o alejado de la fe, tiene a la hora de hacerse las preguntas más importantes de la vida, sobre Dios y sobre el destino del hombre; yo me pongo en la piel del autor, y en la piel de lectores buscadores de caminos de encuentro y de propuesta cristiana, y a la conclusión que llego es que a pesar de todas las barreras que creyentes y no creyentes hemos levantado entre nosotros, se abren horizontes nuevos para el encuentro.

Precisamente los horizontes, cultura del encuentro en acto, que Torralba nos propone: el horizonte de la humildad en la búsqueda de la verdad, el horizonte de un Dios que va más allá de los ídolos y de las ideologías, y que escapa de nuestros cálculos y encasillamientos; el horizonte de un modo de ver el misterio del mal y el silencio de Dios desde su amor infinito que se esconde en la libertad humana; el horizonte de un camino sosegado de reconciliación consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con su Creador; el horizonte de una libertad verdadera e completa; el horizonte de un silencio orante y de una oración silenciosa que no conoce de cerrazones e identidades enfrentadas; el horizonte en suma de la alegría y de la fe que nos ofrece un Dios que es fuente de audacia.

 

Estamos ante un libro catequético, incluso apologético, de una apología de la fe proactiva, dialogante, respetuosa, propositiva, y nunca reactiva ni impositiva. No reservado para eruditos e instruidos, sino para todos aquellos que se hacen las preguntas de siempre, y no desean tirar la toalla en el intento. Es decir, para los profundos, no para los cínicos. Ya decía a mediados del siglo pasado el gran teólogo Paul Tillich que el gran debate religioso en el siglo XXI no sería el debate entre creencia e increencia, sino entre profundidad e indiferencia.