SEXTO DOMINGO DE PASCUA: VOLVER A LOS ORÍGENES

Hechos 15,1-2.22.29; Apocalipsis 21,10-14.22-23; Juan 14,23-29

HABLA LA PALABRA: Los orígenes de la Iglesia

La Iglesia nace cuando se están escribiendo estos textos de la Sagrada Escritura: ¿De qué Iglesia nos hablan?

  • De una Iglesia que, ayer como hoy y como mañana y como siempre, tiene que tomar continuamente decisiones. Entonces, como nos narran los Hechos de los Apóstoles, sobre los gentiles convertidos a Cristo, liberados de las tradiciones del judaísmo. Hoy son otras. Siempre requieren del “discernimiento” en la comunión.
  • De una Iglesia que busca el bien del hombre, de cada hombre, porque no otra es la voluntad de Dios, abierta a todos los pueblos, todas las culturas, todos los tiempos y todos los lugares, para que, como hemos dicho en el salmo 66, “que te alaben todos los pueblos, que todos los pueblos te alaben”.
  • De una Iglesia armoniosa, como la nueva Jerusalén que contempla en visiones san Juan en el Apocalípsis, con muros para custodiar la fe de los Apóstoles, y con puertas, muchas puertas, para acoger en ella a todos los hombres.
  • De una Iglesia misericordiosa, que como nos enseña el Papa Francisco, esté dispuesta siempre a acoger a todos, acompañar a todos, e integrar a todos.
  • Y por último, de una Iglesia que es como un gran cofre, que guarda incalculables tesoros que Jesús nos dejo como nos cuenta el Evangelio de Juan, los tesoros del amor de Dios derramado a los hombres en Cristo Resucitado: su Palabra, el Espíritu Santo, y su Paz.

HABLA EL CORAZÓN: Los regalos de la Iglesia

Los tres regalos más preciados del universo nos los trae Cristo a través de la Iglesia

  • El don de su Palabra: La Palabra de Dios debería de ser para los discípulos de Cristo como el vestido o el calzado que nos ponemos cada mañana: no deberíamos salir de casa ningún día sin revestirnos de la Palabra. la tienes en tu mente, en tu corazón, en tus labios y en tus manos: La Palabra la tienes en la mente, si a base de leerla y meditarla, la has hecho mente de Cristo en tu mente, pues del mismo modo como el cuerpo de Cristo está entero en cada forma que comulgamos, toda la Palabra de Dios, que es Cristo mismo, está en cada Palabra de la Escritura, está Cristo, que ilumina, que impulsa, que acierta. La Palabra la tienes en tu corazón, si la gustas y re-gustas, si la llegas a amar con locura… si la abrazas porque sabes que ella es para ti, de verdad, “palabra de Dios”. Y la Palabra la tienes en tus labios y en tus manos: para dar testimonio de ella con tu propia palabra pero, sobre todo, con los actos cotidianos. Porque la Palabra no es totalmente Palabra de Dios sin hacerse vida, para que como el rocío que empapa la tierra o el sol que la cubre, de fruto.
  • El don del Espíritu Santo. Si. Nadie hay más intimo a nosotros mismos que él. Desde nuestro bautismo no nos da tregua. El Espíritu Santo nos protege, nos da sus siete dones (sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, y temor de Dios), y nos susurra al oído la voluntad de Dios para el momento presente.
  • Y el tercer don, el de la Paz. No la paz del mundo, esa que consiste en huir de los problemas, del mal, de las injusticias, para quedar nosotros en paz y dejar que se maten los demás, sino la Paz de Cristo: Paz interior: sin la cual, vano es cualquier intento de trasmitir paz y de prodigar la paz entre los hombres. Y paz exterior. Esa que requiere tanto sacrificio, tanto amor: porque supone la paciencia, antesala de la paz; el perdón, antídoto para preservar la paz, y el amor a los enemigos, que el último y definitivo bálsamo para recuperar la paz.

HABLA LA VIDA: Los tesoros de la Iglesia 

San Lorenzo (+258), ajusticiado junto al papa Sixto II durante la persecución de Valeriano, era uno de los siete diáconos de Roma (uno de los siete hombres de confianza del Papa). Su oficio era de gran responsabilidad, pues estaba encargado de distribuir las ayudas a los pobres. Sufrió uno de los martirios más crueles de la persecución cristiana, ya que fue quemado en una parrilla en vez de ser decapitado. Fue obligado a entregar los tesoros de la Iglesia, pero ya los había repartido entre los pobres y señalando a los pobres dijo: “Estos son los tesoros de la Iglesia”.