Josué 24,1-2a.15-17.18b; Efesios 5,21-32; Juan 60,60-69
HABLA LA PALABRA: Las palabras que os he dicho son espíritu y vida
La culminación del Discurso del Pan de Vida pone a prueba nuestra fe:
- Josué pone a las tribus de Israel ante una diatriba: o servir a los dioses de sus antepasados al este del Éufrates, o servir a los dioses de los amorreos, o, como él, servir al Señor”. Y el pueblo eligió: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros”.
- Pablo en su carta a los Efesios nos propone, en el contexto del matrimonio, el mandamiento nuevo del amor hasta la sumisión de unos a otros. Por cierto, que despojado del contexto cultural en el que escribe, Pablo invita a la mutua sumisión del hombre a la mujer y de la mujer al hombre, como expresión del amor mutuo: “amos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn. 13,34).
- En el Evangelio Jesús culmina su discurso del Pan de Vida y surgen dos reacciones entre sus discípulos: la primera es de duda y repliegue: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”; la segunda es de fe y valentía: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
HABLA EL CORAZÓN: Siete verdades sobre Jesús, Pan de Vida
- Sin Él no podemos vivir: A finales del siglo IV, en Abitene, ciudad al norte de África, un grupo de cristianos celebraban la Eucaristía en casa de un tal Emérito quien, llevado a los jueces y preguntado si ignora las penas reservadas a los que dejan celebrar la Eucaristía en sus casas, responde: “Sí, lo sé, pero mirad: Nos podéis quitar el ganado, las casas, el dinero, pero la Eucaristía no, porque sin ella no podemos vivir”.
- En Él esta todo el bien que podemos desear: Lo que aquel hombre sencillo sentía de este misterio, lo expresa así el Concilio Vaticano II: “En la Santa Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra pascua y pan vivo, que, en su carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres que de esta forma son invitados estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas, juntamente con él”.
- En Él somos convocados por Dios. Cuando nos reunimos para celebrar la eucaristía, somos convocados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo como asamblea del Pueblo de Dios.
- Por Él escuchamos y acogemos la Palabra de Dios. Durante las lecturas escuchamos con atención al Señor, él nos habla. Después, el sacerdote nos ayuda a descubrir la actualidad y el sentido de la Escritura que hemos escuchado. El Espíritu Santo nos ayuda a acoger esa Palabra y a llevarla a los demás, convirtiéndonos en profetas y testigos de su amor.
- Con Él celebramos el memorial de la Pascua. Celebramos el misterio de la Muerte y Resurrección de Jesús. Por la fuerza del Espíritu Santo, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Su Cuerpo partido y su Sangre derramada para la remisión de los pecados son el sacrificio de amor ofrecido al Padre para la salvación del mundo.
- Por Él somos enviados a ser sus testigos. Toda eucaristía acaba con la invitación a llevar a los demás lo que el Señor nos ha dado. Mientras caminamos al encuentro del Señor, preparamos la venida de su Reino, reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz. Porque si el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo es para que la vida de Cristo transforme cada persona, cada situación, cada acontecimiento, y cada realidad de este mundo.
- Con Él su presencia se prolonga: La misa no termina nunca cuando el presidente de la celebración nos despide con el “podéis ir en paz”. La misa se prolonga en la vida cotidiana, en los muchos compromisos de la vida del cristiano quien, alimentado por la palabra de Dios y por su cuerpo y su sangre, estrechamente unido por tanto a Jesús-Eucaristía, reincorporado a la comunión de la Iglesia a través de la comunicación eucarística, es llamado a la misión de “generar a Jesús” en el mundo.
HABLA LA VIDA: Les convenció de que todos eran hermanos
De entre los muchos testimonios paganos del inicio de la Iglesia, cabe destacar uno de la segunda mitad del siglo II, del escritor sirio Luciano de Samosata, que en su sátira burlesca «Sobre la muerte de Peregrino» habla así de los cristianos: «Aquel hombre a quien siguen adorando, que fue crucificado en Palestina por haber introducido esta nueva religión en la vida de los hombres (…), les convenció de que todos eran hermanos y así, tan pronto como incurren en este delito, reniegan de los dioses griegos y en cambio adoran a aquel sofista crucificado y viven acuerdo a sus preceptos».
Manuel Mª Bru Alonso, delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid