PARA LA ARCHDIÓCESIS DE MADRID:

DOMINGO DIOCESANO POR LA COMUNIÓN ECLESIAL 2022: “UNIDOS, DIVERSOS”.

Domingo 2 de octubre de 2022, XXVII del TIEMPO ORDINARIO. Ciclo C.

En el Domingo Diocesano por la Comunión estamos llamados a reconocer que la Iglesia es misterio de comunión. El lema de este año es “Unidos, diversos”. Como nos dice nuestro Cardenal Arzobispo, “la unidad en la iglesia que va caminando sinodalmente, no se realiza en la uniformidad, que tiende a anular las diferencias, sino justamente al contrario, construyendo la comunión entre diversas maneras de percibir los problemas y las soluciones, respetando los diversos ritmos, las distintas sensibilidades eclesiales y personales, pero íntimamente unidos en lo esencial: el amor de Dios que posibilita que digan de nosotros “Mirad cómo se aman” (Hch 4, 34).

Vivir el misterio de la Iglesia como Iglesia comunión, creer que es posible la unidad en la diversidad, y promover y actuar en sinodalidad, no es tarea fácil, pero como nos dice hoy el Señor en el Evangelio que vamos a proclamar, estamos llamados a pedirle que nos aumente la fe, así como a decir tras nuestro empeño: “siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc. 17, 10). 

Si la unidad fuese un mero valor humano, y si dependiese sólo de nuestras fuerzas y de nuestra voluntad, terminaríamos por aspirar a una unidad mediocre, pero fácil de conseguir, tanto en nuestras familias, como en la sociedad, como en la Iglesia, una unidad que a la postre sería uniformidad, y por tanto una unidad falsa porque si descarta la pluralidad, no uniría en realidad a las personas, que necesariamente somos diversas.

Pero la unidad, la verdadera unidad, la unidad en la diversidad, no es un mero valor, sino una gracia que viene de lo alto, un don de Dios. Es más, en realidad, la verdadera comunión, misterio de unidad en la diversidad, es Dios mismo, en su misterio Trinitario: un único Dios en la diversidad de las tres personas divinas. Este misterio de Dios, manifestado en Cristo Jesús, se nos ha revelado y, como misterio de amor, también se nos ha regalado, para que acogiéndolo en el misterio de la Iglesia, podamos vivir la comunión, como imagen y testimonio ante el mundo de Dios que es amor, comunión trinitaria.

Así, estamos llamados a acoger este don y a testimoniarlo, en todos y cada uno de los espacios donde nos relacionamos y compartimos nuestra vida con los otros (de amistad, de trabajo, de corresponsabilidad cívica, etc…). De entre todos ellos el más importante es la Iglesia, sacramento de unidad del género humano, que Cristo mismo nos dejó como signo y seña de su seguimiento: “en esto reconocerán que sois discípulos míos, en el amor que os tengáis los unos a los otros” (Jn 13, 35); y como su más profundo e incomparable anhelo: “Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea” (Jn 17, 21).

Y como don que nos viene de Dios, nuestra única manera de acogerlo es desde la fe. Por eso, cuando como cristianos nos sentimos necesitados de la fe, de ser agraciados con la fe, y de ser fortalecidos en la fe, pedimos, como aquellos primeros discípulos del Evangelio que hoy hemos proclamado: “Señor, auméntanos la fe” (Lc. 17, 5).  

Al celebrar hoy en Madrid el domingo por la comunión eclesial, tomamos conciencia de que, como el Señor nos enseña, la verdadera comunión es la que se realiza en la pluralidad de carismas, de acentos, de iniciativas, de experiencias, de estilos personales, comunitarios y pastorales, porque como se nos ha propuesto como lema de esta jornada, somos Unidos y diversos a la vez. Y no puede haber mejor manera de emprender un nuevo curso pastoral, con todos sus grupos y actividades, qué bajo la roca firme de esta comunión, unidad en la pluralidad, para poder realizar la misión evangelizadora que Dios quiere, que es de todos, entre todos, con todos, y para todos.

El Señor nos dice en el Evangelio de hoy que la única respuesta del discípulo cuando conoce la voluntad de Dios y fielmente la realiza consiste, en su humildad, en decir: “siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc. 17, 10). Que al trabajar todos juntos, como iglesia, por la unidad en la diversidad, que al caminar juntos, sin dejar a nadie fuera de esta comunión, como Iglesia sinodal, podamos también nosotros decir “siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. 

PARA OTRAS DIÓCESIS:

VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: AUMÉNTANOS LA FE

Habacuc 1,2-3;2,2-4; Timoteo 1,6-8.13-14; Lucas 17, 5-10

HABLA LA PALABRA: La custodia, el trabajo, y la parresía de la fe

La Palabra de Dios es siempre el principal alimento de nuestra fe: ella nos recuerda siempre el contenido de nuestra fe, nos alienta en “el combate de la fe”, y nos consuela con el bálsamo de la fe. Lo vemos especialmente en estas lecturas:

  • El profeta Habacuc clama al Cielo e interroga a Dios: ¿Por qué me haces ver desgracias y catástrofes?, ¡surgen luchas, se alzan contiendas! No son gritos desgarradores hacía Dios de hace cuatro mil años, cuando el profeta los pronunció, sino que son gritos de hoy y de siempre. ¿Cuantos hombres y mujeres, en medio de catástrofes naturales, o de los horrores de la guerra, no los están gritando en este mismo momento? Pero “el justo vivirá por su fe”, escucha en su interior el profeta. Sólo la fe lo sostendrá en esos momentos.
  • El salmo 94 nos dice donde está la puerta que se abre o se cierra a la fe: esa puerta es el corazón. Si no endurecemos nuestro corazón, nos abrimos al don de la fe. Si endurecemos nuestro corazón, nos cerramos al don de la fe.
  • San Pablo nos enumera, en su segunda Carta a Timoteo, las características que describen al creyente, al que tiene fe:
  • La custodia de la fe: la fe es un gran tesoro, que merece ser protegido: por que el enemigo quiere hacerlo desaparecer de la tierra; y si no puede al menos arrebatarlo del creyente que no se forma en la fe, que no cultiva su fe; o si no al menos ensuciarlo con doctrinas extrañas a la fe. Por eso san Pablo nos dice a cada uno de nosotros: ¡Guarda este precioso deposito con la ayuda del Espíritu Santo!
  • El trabajo de la fe: la fe no sólo no adormece al creyente ante los retos de este mundo, sino al contrario, suscita un trabajo extraordinario, propio, el trabajo de la fe, “los duros trabajos del evangelio”, lo llama el Apóstol. ¿O acaso la entrega del amor, la lucha por la paz y la justicia, la reconciliación y la unidad, no dan trabajo, no cuestan sudor y lágrimas para el que quiere ser coherente con su fe?
  • Y la parresia de la fe: la fe exige valentía y riesgo, porque la fe se testimonia, y el testimonio de la fe, siempre, siempre, se paga con el rechazo, la ofensa, la ignominia, o en el extremo del martirio con la vida.   
  • En el Evangelio los apóstoles se dirigen a Jesús, tras seguir sus pasos de un lado a otro, tras escucharle día tras día: “Señor, auméntanos la fe”, porque se dieron cuenta de que para seguirle necesitaban de un don insostenible por su propia voluntad, inabarcable sólo con sus propias fuerzas. Pues si ellos, que le vieron hacer milagros, que le miraron a los ojos, que abrazaron al Dios hecho hombre, le imploraron que aumentase su fe, ¿qué haremos nosotros sino pedirle, día a día, que nos aumente la fe? Si no lo pedimos con insistencia, a lo mejor tendríamos que preguntarnos que lugar ocupa la fe en la escala de valores de nuestra vida.

HABLA EL CORAZÓN: Lo esencial de la fe

Tomando las palabras del Papa Francisco en su homilía de la celebración eucarística del Jubileo del Catequista en el Año de la Misericordia, decía a los catequistas algo que es igualmente válido para todos nosotros, ungidos en el bautismo y enviados en nuestra confirmación a dar testimonio de la fe:

  • Que tenemos que anunciar, a ejemplo de san Pablo, lo esencial de la fe, el primer anuncio, a saber: que «el Señor Jesús te ama, ha dado su vida por ti; resucitado y vivo, está a tu lado y te espera todos los días», y «te ama personalmente».
  • Sabiendo, eso sí, decía el Papa, que «a Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral».

HABLA LA VIDA: Dime: ¡Ten fe!

Un joven hospitalizado por una enfermedad terminal, recibió la visita de un amigo que, al despedirse le dijo: ¡Ten ánimo!, y el le contesto: no me digas “ten ánimo”. Dime “ten fe”. Por eso no nos cansemos en repetir esta suplica, sin duda la más importante que podemos hacer: ¡Señor, auméntanos la fe!

Cómo se preguntó una joven italiana en medio de los bombardeos de Trento en la Segunda Guerra Mundial, ¿Habrá algún ideal que ninguna bomba pueda destruir? Si, Dios, ¡Dios es el único ideal que ninguna bomba podrá destruir! Podrán quitarnos todo, y la vida. Pero no a Dios ni la fe en Él.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid.