TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A): TÚ EXISTES

Sabiduría 6,12-16; 1 Tesalonicenses 4,13-17; Mateo 25,1-13

HABLA LA PALABRA: Buscar, creer, vigilar

Las lecturas de este domingo nos proponen un itinerario espiritual: buscar, creer, vigilar. Vale para todo en la vida, pero vale sobre todo para afrontar el destino final de la vida.

  • El libro de la sabiduría nos propone buscar la verdad, meditar el misterio de nuestra vida, porque sólo así la misma sabiduría de Dios saldrá a nuestro encuentro: “la encuentran los que la buscan, ella misma se da a conocer a los que la desean”, y “les sale al paso en cada pensamiento”.
  • Pablo, en su primera carta a los Tesalonicenses, nos recuerda como nuestra fe es fuente de consuelo y de esperanza, “pues si creemos que Cristo ha resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con Él”:
  • Y en el Evangelio de Mateo vemos como Jesús nos invita a estar en vela, porque no sabemos ni el día ni la hora del desenlace de nuestra vida terrena, del momento definitivo del santo viaje de nuestra vida, como aquellas vírgenes sensatas de la parábola.

HABLA EL CORAZÓN: La muerte no existe

¿Cómo buscar más, como creer más, como vigilar más? Pueden ayudarnos estas cuatro oraciones de Chiara Lubich, la mística del siglo XX que llamaba “partir” al morir, al cielo “Mariapolis (ciudad de María) celestial”, a la vida eterna que empieza desde el bautismo “santo viaje”:

  • “Dios mismo, hazme comprender que aquí ha comenzado la vida celestial. Hazme saborear la alegría porque aquello que a menudo esperamos ya ha empezado, porque vivir en la Iglesia es ya vivir en la eternidad aún estando en el tiempo”.
  • “Haz, Jesús, que te dé la alegría de comprender los grandes dones que Tú nos has dejado, y hacérselos comprender a muchos, a fin de que en el más allá, donde los Sacramentos y la Jerarquía no existan, no tengamos que arrepentirnos de haber comprendido demasiado poco, cuán celestes eran tus favores, y cuan divinamente iluminados tus Maestros”.
  • “Cada día que pasa tiene su noche. ¿Cuál será el día que no tendrá ya noche? Señor, haz que en aquella hora merezca vivir eternamente en tu Luz sin ocaso”.
  • “Jesús, la muerte no existe. Tú existes. Aquí, deseado. En el Purgatorio, anhelado. En el Cielo, alcanzado”.

HABLA LA VIDA: El párroco de San Jerónimo

Durante siete años tuve como párroco, pero sobre todo como compañero sacerdote, a Julián Melero. Vivió su ministerio sacerdotal en varias parroquias de Madrid, la última de ellas San Jerónimo el Real, después de haber sido formador del Seminario de Madrid y profesor de instituto. Un joven de San Jerónimo dijo al conocer su fallecimiento que en sus predicaciones disipaba todas las dudas que tenía. El buen profesor, que tanto se esforzó por enseñar religión a adolescentes y jóvenes, lo siguió siendo siempre.

Cuatro características suyas llamaban poderosamente la atención: su fidelidad a la Iglesia (vivió muchas situaciones como una prueba de paciencia y abnegación que pocos conocen), su piedad (cuando alguien le buscaba no era difícil saber donde estaba: rezando ante Jesús Eucaristía. Allí el tiempo no pasaba para él), su amor a los pobres (abrió las puertas de Los Jerónimos a los toxicómanos anónimos, y algunos de ellos que quisieron hablar con él no sólo encontraron apoyo y ayuda, sino que acogieron su invitación a participar en algún Cursillo de Cristiandad, y pudieron vivir una “sanación integral”). En Cáritas animó un equipo parroquial que trabajó en colaboración con parroquias de barrios más pobres, y él mismo todas las semanas hacía la compra de los productos perecederos para las ayudas alimenticias, además de instaurar un domingo al mes la colecta para Cáritas); y su firmeza (ante la verdad y el bien evidentes, no cedía le costase lo que le costase. Algunos en esto lo comparaban con su hermano, famoso arbitro de futbol que se jugo su futuro profesional por expulsar, resistiendo a las presiones, a un futbolista intocable).

Pero sin duda -como dijo monseñor Jesús Vidal en sus exequias- fue en sus últimos años, de deterioro mental y físico, cuando culminó su entrega, como el grano de trigo que sólo si cae en tierra y muere es capaz de dar fruto. Buscó, creyó, vigiló.

Manuel María Bru Alonso. Delegado Episcopal de Catequesis del Arzobispado de Madrid.